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La caza de brujas de Zeberio

La caza de brujas de Zeberio

TIEMPO DE HISTORIAS ·

A mediados del siglo XVI una enemistad vecinal en la localidad vizcaína derivó en un sonado juicio por brujería que acabó con cinco condenados a ser torturados

Julio Arrieta

Martes, 30 de noviembre 2021, 00:18

Aunque los procesos presididos por el fanático juez Pierre de Lancre en Labort y el auto de fe de Logroño con las brujas de Zugarramurdi son los episodios más conocidos, hubo otros ejemplos de este tipo de represión en tierras vasco navarras. El proceso a las brujas de Zeberio, en Bizkaia, a partir de 1555, es uno de los más llamativos. La testigo principal fue una niña de ocho años, Katalintxe de Gesala, que en sus cinco declaraciones, contradictorias y producto de la coacción, describió todo tipo de hechicerías, así como al mismísimo Diablo, al que llamó «Bezebul» y ante el que fue presentada por su tía en el akelarre que tenía lugar en el campo de Petralanda, en Dima.

Este proceso tuvo un prólogo, la visita a Bizkaia de la Inquisición de 1538-1539. Encabezada por el inquisidor Valdeolivas, dejó como resultado 187 penitenciados «por cosas de brujería» en todo el territorio. En Zeberio fueron condenadas a castigos de diverso grado –desde vestir el sambenito de por vida a penitencias menores– 18 personas, lo que dejó marcadas a varias familias del entorno y convirtió la acusación de brujería en un recurso tentador y fácil a la hora de resolver disputas vecinales muy terrenales y nada mágicas.

Un conflicto de este tipo parece ser el desencadenante del juicio de 1555, cuya documentación (162 folios) se conserva en el archivo de la Real Chancillería de Valladolid con el título de 'Querella criminal de Juan de Arana de Areylça. Vecino de la anteiglesia de santo Tomás de Olabarrieta, valle de Ceberio'.

Caserío Gezalabekoa, de Zeberio, donde pudo residir la niña Katalintxe.

La denuncia es contra una veintena de personas y se sustenta en el testimonio de la citada niña Katalintxe, que ya había declarado ante la Inquisición un año antes. La pequeña confesó –«en lengua bascongada»– ser bruja y dijo haber participado en tres ocasiones en el akelarre de Petralanda. Para acudir al mismo, ella y las otras brujas se preparaban en un determinado caserío. Allí, su tía, Mari Otxoa Gesala, una de las acusadas, le aplicaba un «ungüento en las plantas de los pies y en las palmas de las manos y sobre el corazón y en las espaldas y en la barbilla y en la frente». Untados así, «todos e todas saltaban a un antepecho de la dicha casa, de donde en el aire volaban hasta llegar al lugar dicho de Petralanda», al akelarre. Allí esperaba «Bezebul», que se aparecía «en figura de un rocín muy negro, con cuernos e sentado en una silla». Preguntada por los jueces «si en el dicho campo, cuando así se juntaban en el dicho lugar, tenían algunos acceso carnal, respondió y dijo que sí, unos con otras y que usaban 'contra natura'».

La Inquisición se retiró

Los jueces civiles consideraron que el asunto era lo suficientemente grave como para encarcelar en Bilbao a 23 sospechosos, la mayoría (18) mujeres. También quisieron que la Inquisición se hiciera cargo del asunto. Sin embargo, el Santo Oficio se inhibió. Tras interrogar en Calahorra a varios acusados, entre ellos la propia Katalintxe, los inquisidores Valdeolivas e Ybarra consideraron, ya en enero de 1556, que el delito en cuestión no incumbía al Santo Oficio porque no había evidencia de «apostasía ni de brujería».

La causa volvió a manos del corregidor de Bizkaia y se alargó hasta 1558, cuando ya solo quedaban cinco acusados en prisión: Diego Ginea, Mari Saez Ereño, Juan y Mari Ibanes Barrenetxe Ereñotza y Mari Otxoa Gesala. La condena fue leve. Claro que «leve» para los parámetros de la época: tormento de agua y cordel, un castigo brutal como toda tortura, cuya intensidad, según dictaba el fallo, se reservaba decidir el propio corregidor «o el juez que lo ejecutare».

La historia no concluyó aquí. Como hace notar Kepa Pérez Urraza en su detallado estudio del caso –'Zeberioko sorginen gaubak: 1.538-58 auzien azterketa historikoa'–, la sentencia fue recurrida: la defensa argumentó que los condenados, además de «ser sin culpa e inocentes», no podían ser torturados al ser vizcaínos. El castigo contravenía «las leyes y Fueros de este Señorío».

Un juicio de gran interés

El antropólogo, historiador, lingüista y ensayista Julio Caro Baroja comentaba en «Las brujas y su mundo» que «el proceso de las brujas de Zeberio, hecho por jueces civiles, tiene un interés grande por ello mismo». Como explica también el historiador Carlos Rilova, «la Inquisición solo intervenía cuando consideraba que estaba suficientemente probada la participación del maligno o la presencia de la herejía», en el asunto.

Aquí, «a los inquisidores les debió de resultar evidente que se trataba de una disputa entre varias familias» y la causa fue devuelta al corregidor. Lo que ocurrió en Zeberio lo resumía así Caro Baroja: «Este proceso nos pone ante un grupo de aldeanos enemigos de otro grupo, al cual denuncian por delitos de brujería». En esta interpretación ahonda Kepa Pérez en la monografía que dedicó al caso, en la que documenta las relaciones entre denunciantes y denunciados, enfrentados unos con otros por diferencias sociales y también por sus distintos intereses económicos. «La estructura social fragmentada era notable» en Zeberio, señala.

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