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«Nos juntamos y disfrutamos de la cena y el certamen. Es un día (una noche) diferente», confiesa Jorge Díaz de Guereñu. El concurso culinario que organiza ELCORREO y patrocina la Diputación Foral de Álava se vive de una manera especial en Artesilla, supuestamente la única sociedad gastronómica asentada en Rioja Alavesa, donde se estilan más las bodegas, que se cuentan por centenares.
Resulta que sus 35 socios coinciden más bien poco porque mayoritariamente viven en Vitoria y regresan a su pueblo en ocasiones puntuales, fines de semanas y festivos. Solo media docena reside de continuo en la localidad. Pocos. Por eso, el gozo es mayor entre ellos cuando se reencuentran y si se da el caso, que suele darse, se ponen a cantar el himno. La letra habla de la peña de la Sierra de Cantabria que da nombre al txoko. Sí, Sierra de Cantabria, no de Toloño, como sostienen otros.
Así pues, Artesilla, nacida el 5 de marzo de 1978 con veinte socios todos del lugar, es ahora el nexo Leza-Vitoria. Ytambién hace las veces de tasca a diario para los lugareños ante la carencia de bares en el municipio. Sólo atiende uno, el de las piscinas, de titularidad municipal, en una localidad de poco más de 220 residentes.
También, y curiosamente, escasean las bodegas de producción de vino tinto, dos de ellas familiares, con sus dueños en edad de jubilación. En 2025, la Fiesta de la Vendimia de Rioja Alavesa se celebrará en Leza, lo que le dará notoriedad. Le vendrá bien el espectáculo de la primera pisada de uva de la próxima campaña.
El otro día, los cocineros de Artesilla, los hermanos Jorge e Iñigo Díaz de Guereñu, Ernesto Txabarri y Luis Javier Uribe, se esmeraron para sorprender al jurado del campeonato gastronómico alavés y al resto de equipos participantes. No saben si les dará para ganar o para competir dignamente, pero los cuatro pusieron, como se dice, toda la carne en el asador. No escatimaron nada en absoluto. Ni tan siquiera los detalles que adornaron sus creaciones en formato diminuto.
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Desde luego que el bocado de alubia arrocina alavesa llamó la atención tanto por su contenido como por su continente. La propuesta de Artesilla consistió, resumidamente, en un cono de pasta filo –crujiente y más consistente que el hojaldre, por ejemplo– relleno de alubias, sus verduras reducidas por el pasapuré y el jugo de unos berberechos abiertos con aceite y vino blanco de Zintzo en la sartén.
Sin desmerecer el guiso, el gusto de los cocineros por las cosas bien hechas, o hechas de manera diferente, se destapó con el soporte que idearon para sostener los cucuruchos en su presentación. Una estructura en acero inoxidable que llevaba inscrito el nombre de la sociedad y el año en curso incrustada en una cepa de viña que hacía las veces de base. Genial. El trozo de madero acabó en la lumbre de la chimenea del txoko. «A ver si nos da suerte», proclamó Jorge, autor del plateado pie junto con su hermano Iñigo.
Partidarios de «la cocina de las abuelas», con el segundo pintxo tuvieron dudas y al final optaron por un timbal de bacalao con cebolla roja y blanca, pilpil y patata frita. Clásico, desde luego. Eso sí, lo decoraron con estima, con caléndulas, unas flores comestibles que arrancaron en un camino del pueblo. También dejaron sobre la pizarra, encima del pilpil, unos pensamientos, que estos no se llevan a la boca. Florido gusto el suyo.
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