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El campus de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) es una balsa de aceite. Nadie diría que hay convocada una huelga indefinida. Hay menos gente, eso sí, pero es que es época de exámenes y apenas hay clases. Por lo demás, ni una sola barricada, ... ni un mísero corte de carretera. Tan solo las pintadas en contra de la represión, a favor de los presos y la evaluación única, el último campo de batalla de los huelguistas, que no quieren que su derecho a la protesta colisione con su derecho a aprobar.
Podría decirse que si hay poca gente es por la huelga, pero en el campus hay muchos que la secundan y sin embargo van a clase. Una cosa es la protesta y otra el futuro profesional. «He hecho huelga cuando no ha habido evaluaciones», confiesa Laura, presidenta del Consejo de Estudiantes de la Universidad.
En la Pompeu Fabra pasa más de lo mismo. Allí se vivieron el martes pasado, primer día de la protesta, escenas de tensión entre alumnos que querían ir a estudiar y encapuchados que no les dejaban entrar. Los encapuchados vestían de uniforme. Lucían hasta marciales, embozados bajo sus capuchas negras que solo dejaban ver sus ojos. Parecían ninjas, un poco anacrónicos quizás, pero se movían con aspecto de quien sabe que impresiona. Al menos hasta que el grupo de los que querían entrar les plantó cara. Entonces recularon un poco y hasta trataron de dialogar pero al final no cedieron. Allí no entró nadie.
Pero solo fue el martes. Al día siguiente las sillas que bloqueaban las entradas habían desaparecido y las aulas comenzaron a llenarse de alumnos. La huelga en contra de la sentencia del Tribunal Supremo que ha condenado a los políticos presos catalanes parecía muerta antes de empezar. De momento ha quedado en una protesta un tanto extraña, en algo que quiere llegar a ser sin serlo del todo. De momento.
Emma Campamento 14-O
No es lo que dicen muchos, pero es que hoy en día en Cataluña nada es lo que parece. Donde unos ven cuatro gatos cerrando los accesos de una universidad, otros contemplan doscientos héroes; donde unos ven autodefensa popular, otros descubren violencia desmedida; si unos hablan de criminalización de la juventud, otros solo ven a detenidos por actos vandálicos. Cataluña es un espejo que no deja de mostrar a quien se asoma a él su misma imagen pero al revés. Es lo que ocurre en la universidad.
Hay sin embargo puntos de coincidencia. Todos son pacíficos y juran que no caerán en la provocación de los otros, al menos mientras no les toquen demasiado las narices. Todos defienden los derechos más elementales de la humanidad. Todos esgrimen el estandarte de la democracia aunque con distintas banderas. Y todos buscan un futuro mejor aunque para algunos eso signifique destrozar el presente.
En Barcelona ya se han apagado los rescoldos de los violentos disturbios de hace dos semanas. La vida sigue más o menos igual en la ciudad. Por lo menos ya no arden contenedores, pero la lucha se mantiene. En la plaza Universitat, los estudiantes en huelga han plantado un campamento indefinido y se han comprometido a no levantarlo hasta que se cumplan sus reivindicaciones. «Hasta que se sienten a dialogar con nosotros, reconozcan la brutalidad policial y se abran procesos contra los policías», sentencia Emma, una estudiante de Historia en la Autónoma. Y, por supuesto, hasta que dimita el conseller de Interior, Miquel Buch, la nueva bestia negra de los independentistas. Quién le ha visto y quién le ve.
Marti Campamento 14-O
La acampada está bien organizada. Las decenas de tiendas de campaña desplegadas de una manera caótica están rodeadas de carpas, puestos de información y reparto de comida. Hay un escenario donde actúan grupos musicales y se respira un ambiente de franca camaradería. Entre árboles y farolas cuelgan pancartas y banderas, es un paisaje que recuerda al 15-M, el movimiento de los indignados que en 2011 ocupó la Puerta del Sol de Madrid. Es como si el tiempo hubiera retrocedido o nunca hubiera llegado a avanzar.
«Autoorganización, esperanza y lucha», proclama Emma. Esa es su estrategia. «Se ha comentado el paralelismo de lo que estamos haciendo con el 15-M. Es la reacción de los hijos de los trabajadores, que han visto que no se daba respuesta a sus reivindicaciones», explica. Comienza a hablar también de los hijos de las clases medias pero se lo piensa mejor y se detiene. «Hay gente de 16 a 30 años y también personas mayores», resume. Entre ellos hay estudiantes que pasan la noche en el campamento y por la mañana acuden a la facultad porque hay que aprobar los exámenes.
Alex Serra S'ha Acabat!
«De momento hay tranquilidad, no estamos molestando mucho», dice Marti, un estudiante de Diseño de la Universidad de Barcelona que insiste en que no tienen intención de «quemar nada». Insiste también en que habla a título personal porque en la plaza «no hay portavoces». Todos son sus propios líderes en un campamento que no deja de crecer. Ahora no solo ocupan la plaza sino también un tramo de la Gran Vía, una arteria vital para que el tráfico fluya como el agua por Barcelona. Son los policías municipales los encargados de desviar a los vehículos hacia una ratonera de calles y semáforos. «Estamos hartos, no hay derecho», clama indignado un taxista que se ha visto obligado a hacer un tedioso rodeo para sortear las tiendas de campaña. Él también esgrime su derecho a trabajar.
Los estudiantes acampados se hacen llamar la generación del 14-O, día en el que salió la sentencia del Supremo. «Somos una generación sin futuro. La generación de la precariedad. La que no tiene acceso a la vivienda, la que es víctima de un sistema que amenaza la misma existencia de nuestro planeta», sostienen en un manifiesto en las redes sociales. Su protesta se ha visto favorecida por la decisión de las universidades de dejarles optar entre hacer el curso con exámenes parciales o con una sola prueba final. Esta es la evaluación única, que les dejará tiempo libre para sus reivindicaciones, que son muchas y crecientes.
La generación del 14-O va más allá de la independencia y la protesta por el fallo judicial. «La sentencia fue la gota que colmó el paso pero nuestra lucha es trasversal y muy horizontal, va más allá de independencia sí o no», afirma Marti. «Los que estamos aquí tenemos muchas ideologías, todos son bien venidos. Estamos cansados de no tener cubiertos nuestros derechos sociales ni académicos, nunca hemos tenido un futuro digno», asegura. «Y también estamos por el movimiento feminista», añade para que no se le olvide nada. Poco más tarde, Emma se encarga de completar la lista de causas pendientes. «Somos una generación que ha sufrido la precariedad, luchamos por los derechos sociales, como la gratuidad de las tasas universitarias, la autodeterminación, la vivienda digna y contra los desahucios».
Josep Serra S'ha Acabat!
Lo de la paz en las aulas le parece sospechoso a Alex Serra, vicepresidente de S'ha Acabat!, un colectivo de jóvenes por la defensa de la Constitución cuya sola mención provoca sarpullidos entre los independentistas más radicales. «Todos saben que va a pasar algo pero no cuándo, esto no aguanta una semana», pronostica mientras pasea por la plaza cívica de la UAB, donde estudia Derecho y Administración y Dirección de Empresas. No está lejos del lugar donde Consuelo Álvarez de Toledo sufrió en abril un escrache independentista cuando acudió al centro para intervenir en un acto. En las paredes de los edificios hay pintadas en favor de la evaluación única y del 'procés'. Varias de las más grandes, que fueron borradas por el Rectorado después de mucho insistir S'ha Acabat! y volvieron a ser pintadas, han sido finalmente cubiertas por las autoridades académicas con grandes carteles sobre el cambio climático, que siempre da mucho juego y pone de acuerdo al personal. Así, todos contentos. Lo que más temen los rectores del mundo entero es que les rompan los cristales. En eso todos se parecen.
La paz que se respira en la Autónoma casi se puede oler pero, como los carteles del cambio climático, es una sensación que oculta una tensión que en cualquier momento puede salir a la luz. La UAB ha sido la punta de lanza de las reivindicaciones independentistas estudiantiles y ahora está en calma. En la última acción que hicieron los de S'ha Acabat! en el campus no ocurrió nada, lo que no dejó de sorprender a los organizadores, acostumbrados como están a insultos y amenazas del tipo «Cogeremos las pistolas y os reventaremos la cabeza».
Alex tiene veinte años y es coordinador del colectivo constitucionalista en la UAB. «A mí me llaman de todo», explica mientras camina cerca de la facultad de Letras, una de las más independentistas, junto con la de Política. «Energúmeno, fascista, falangista, nazi... Esos son los 'hits' del verano. Me miran mal, me insultan, a veces estoy fumando un cigarro y cuando pasa alguien a mi lado me escupe junto a los pies..., pero les mandas un beso y arreando, nosotros mantenemos la calma, no apostamos por una Cataluña de trincheras».
Rafael Arenas Catedrático UAB
Alex cree que el primer día de la huelga se produjo un fenómeno nuevo en las universidades catalanas. «Hubo gente que se enfrentó a ellos y eso nunca se había visto. En la UAB los que queríamos entrar éramos doscientos y ellos solo cuatro», recuerda.
Algo parece haber cambiado, eso es al menos lo que opina Josep Lago, presidente de S'ha Acabat! «La huelga ha fracasado estrepitosamente porque no han tenido fuerza, ha quedado demostrado que no tienen poder de movilización en la universidad». En su opinión, la clave de este cambio de tendencia se halla en la aparición de una asociación como la suya, que «ha permitido tener un altavoz a la gente que quería ir a clase y coordinar respuestas». «Se les ha quitado el monopolio y no están acostumbrados a eso».
Adolfo Comerón Politécnica
El catedrático de Derecho Internacional Privado de la UAB Rafael Arenas, uno de los 800 profesores de toda España que han suscrito una carta abierta a los rectores de las universidades publicas catalanas en la que denuncian la falta de neutralidad ante la sentencia del 'procés', también destaca «la normalidad absoluta» del campus en los últimos días. «Nunca he tenido en la UAB una huelga tan confortable, yo creo que han pinchado». El motivo, señala, es «que se les ha perdido el miedo y hay menos gente dispuesta a ponerse una capucha y enfrentarse a sus compañeros».
Laura Alumna UAB
Pero está el espejo. Donde Alex ve tensión, Nuria y Laura, la presidenta del Consejo de Estudiantes, ambas alumnas de Económicas de la UAB, perciben una cierta armonía no exenta de episodios conflictivos puntuales, como cuando Álvarez de Toledo visitó el campus. «La Cayetana vino a provocar, es como ir a casa de una persona para reírse de ella», critica Nuria. «Eso que se dice en los medios de comunicación de que pegamos a la gente por pensar distinto no es cierto. Aquí no hay problemas de convivencia, no hacemos guerrillas», recalca Laura.
Claudia alumna uab
Ambas son independentistas e insisten en que la huelga no ha pinchado en hueso. «No es un fracaso cuando hay un montón de tiendas en la plaza Universitat, el problema es que es época de exámenes», insiste Nuria. «Lo que ocurre es que se han hecho bien las cosas. La semana pasada -asegura Laura-, la asamblea de estudiantes y el Consejo se reunieron con el Rectorado para llegar a un acuerdo y respetar los derechos de evaluación única y continua».
Nuria Alumna UAB
En la Pompeu Fabra, Alba, alumna de Relaciones Laborales y Derecho, también ve el paisaje de otra manera. «Los conflictos llegaron cuando aparecieron los de S'ha Acabat! Los que querían entrar eran cuatro liándola», acusa. Y en la Autónoma, Claudia, estudiante de Criminología, que es huelguista aunque ha ido a clase porque «la profesora da muchos apuntes», se muestra convencida de que en «muchos casos las barricadas han sido necesarias como medida de autodefensa» contra la Policía.
Alba Alumna Pompeu Fabra
En la acampada de la plaza Universitat hay alguna que otra bandera de la República española. Alex Serra recuerda el día en que pusieron en el campus el himno de Riego y Bella Ciao. «Se enfadaron mucho», ríe. Fue una manera de arrebatarles un símbolo, porque los independentistas utilizaban la canción italiana en sus actos. «Al final va a resultar que los rebeldes somos nosotros», ironiza. En el fondo es un antisistema. «Nos enfrentamos a un régimen de treinta años y somos chavales de veinte. Pedimos paciencia porque lo vamos a lograr. Valdrá la pena», proclama, y cualquiera se imagina diciendo eso al Che Guevara. Es el espejo, el mundo al revés en el que se mira Cataluña.
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