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A las nueve de la mañana, el barranco de Chiva ya bajaba lozano por el casco urbano de la población. Los vecinos, como siempre, se ... asomaban por las barandillas para hacer fotos con sus móviles. Unas imágenes que al segundo van circulando por los grupos de guasap para dar la buena nueva de que el cauce lleva agua. Ayer miércoles, antes de bajarme a Valencia a trabajar, me encontré con Ernesto, vecino, amigo y concejal, y estuvimos departiendo bajo el paraguas y la capucha sobre la temida DANA. «Ten cuidado por la carretera», me dijo antes de salir hacia Valencia.
Durante la mañana, las llamadas se sucedieron a casa, para ver cómo iba el día. «Sigue lloviendo y muy fuerte», me decía mi mujer más que preocupada. En los grupos de guasap más fotos. Peligro. Mucha agua. Y los problemas empezaban a llegar en Chiva por el camino del Azagador, un punto negro, un cuello de botella que ninguna administración ha arreglado nunca y que es incapaz de engullir toda el agua que llega desde las ramblas y la sierra de Chiva.
La primera voz de alerta la dio el Centro de Coordinación de Emergencias a las 12:20 horas, cuando advertía del mensaje del aumento del caudal de la rambla del Poyo a su paso por Riba-roja. El cauce estaba acumulando lo llovido aguas arriba, que era mucho -más de 100 litros por metro cuadrado- y el agua ya bajaba con 263 metros cúbicos por segundo. El alcalde de Riba-roja, Robert Raga, había mandado a la brigada al cauce de la rambla a pisar el terreno. «Robert, ¿cómo va la cosa?». La respuesta, clarificadora: «Poca agua pero nos viene mucha desde el barranco de Chiva». Un tipo listo, del terreno, que ya barruntaba el desastre.
La Generalitat, o la conselleria de Interior y Justicia, con Salomé Pradas al frente, no pude decir que no sabía nada. La Confederación Hidrográfica del Júcar ya había pulsado el botón de alerta, Ayuntamientos como el de Riba-roja tomaban posiciones y los medios de comunicación rebotaban en sus webs las alertas. Todos los que vivimos arriba, en la zona interior de Valencia, sabemos que el agua que baja por el barranco del Poyo va a parar a la Albufera. Y que hasta llegar al lago, había muchos kilómetros y problemas por delante porque años atrás se ha construido en zona inundable, y si no que pregunten por el centro comercial Bonaire.
En Chiva no dejó de llover con fuerza durante todo el día. Las llamadas a casa confirmaban que caían chuzos de punta, y granizo, y tronaba, y el día se estaba poniendo feo, muy feo. Y el agua se seguía saliendo por la parte de arriba porque no había cauce en se tragara aquello.
A las 16:30 horas empezó a llover con más fuerza. Y así lo registra Aemet. Y en ese momento comenzó el fin del mundo.
Un vídeo por guasap a las 17:15 horas de la tarde apuntaba que por la calle Ramón y Cajal de Chiva había más agua de lo habitual. Nada comparado al desastre de Utiel pero empezaba a no ser normal aquello. Un cuarto de hora después, lo que parecía un simulacro empezó a ser un problema. La calle anegada y el cauce del barranco con mucha más agua de la esperada.
Antes de las 18 horas, el apocalipsis. Aguas bravas, desbocadas, coches arrastrados como baratijas, farolas, bancos, contenedores de vidrio llenos que flotaban como corchos por las calles de Chiva. Destrucción a mansalva. En cuatro horas, de 16:30 a 20:30 horas, casi 350 litros por metro cuadrados. Una salvajada.
Todos, pero sobre todo los más viejos del lugar, saben que todo ese agua acaba abajo, muy abajo, en La Albufera porque la rambla del Poyo no va al mar.
El desastre anegó Cheste, desbordó Riba-roja y expandió las aguas del miedo y la destrucción en los municipios de l'Horta. Y mientras tanto, las carreteras se llenaban de coches, de los que volvían a casa de trabajar, o de comprar o de cualquier otro sitio sin prever que llegaba la mundial. Incluso autobuses con niños porque hubo pueblos que en el epicentro del desastre no suspendieron sus clases.
¿Un exceso de confianza de todos? En Valencia capital, en las zonas del área metropolitana no llovía y lo que pasaba en Chiva parecía que estaba muy lejos, demasiado lejos como para inundar Massanassa y Catarroja, para llevarse de cuajo una pasarela en Picanya, para dejar un reguero de coches desperdigados con sus conductores tratando de buscar una farola a la que agarrarse o un techo en el que rezaban para que no subiera más el agua. El caos, el puñetero caos, con los servicios de emergencia sobrepasados y los ciudadanos tratando de salvar el pellejo.
Y a las 20:12 horas de la tarde llegó el mensaje de Protección Civil, con un pitido ensordecedor, como si fuera algo de otro planeta, para que mi amigo Pedro, con sorna y rabia, dijera en el grupo de los colegas: «Han sido rápidos». El mensaje llegó tarde, muy tarde, porque en ese momento miles de conductores ya estaban en una trampa sin salida, en la A-3, en las carreteras de l'Horta, en la V-30, en todos aquellos puntos en los que una lengua de agua y barro engullía todo aquello por donde pasaba.
¿Por qué no llegó el mensaje a las seis de la tarde? ¿Por qué Emergencias notificó a los móviles de todos los valencianos, en un hecho sin precedente, una alerta que ya no servía para casi nada? ¿Por qué se actuó con tanta demora cuando a las 12:20 horas del mediodía ya había una alerta de la Confederación Hidrográfica del Júcar de que la rambla del Poyo venía cargada de problemas?
Las próximas horas no son las de exigir responsabilidades porque es el momento de trabajar para que muchas localidades vuelvan a la normalidad, para acompañar a los que sufren, asumir duelos y ayudar por encima de cualquier ajuste de cuentas político. Pero inmediatamente después llegará el momento de que alguien dé las explicaciones pertinentes y que, por una vez, se asuman las responsabilidades que también van en el cargo.
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