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Olaya Suárez y Ramón Muñiz
Gijón
Sábado, 6 de noviembre 2021, 00:52
Ante el jurado popular cuentan las formas, el tono de voz, cómo se viste... Conscientes de ello, el abogado que defiende que Pedro Nieva es inocente y el capitán de la Guardia Civil que llevaba dos horas y media detallando por qué le considera un ... homicida iniciaron su cruce de palabras prometiéndose cortesía. «Disculpe si le hago alguna pregunta que ya ha respondido», se excusó el togado. «No, por favor, aquí estamos para ayudarles», replicó el funcionario. Se sabían opuestos, pero se presentaban en público como profesionales por encima de todo.
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En ese esgrima, los abogados de Nieva, Jesús Muguruza y Djillali Benatia trataron de sumar puntos a una causa que pasa por recordar que no hay prueba directa que los sitúe en la escena del crimen. El camino de Belmonte de Pría donde fue asesinado Javier Ardines se peinó y mandaron restos biológicos al laboratorio. Cada letrado preguntó si allí se había localizado ADN de su defendido solo para escuchar al agente reconocer que, en efecto, no.
«Si se supone que los sicarios arremetieron contra Ardines con un espray, un bate y un pico, y lo remataron asfixiándolo, ¿es normal que no aparezcan esos restos?», apuntó el abogado Adrián Fernández, dejando en la pregunta la idea perseguida. «Es perfectamente posible, depende de la interacción que tenga. En un caso anterior se apuñaló a alguien dentro de un vehículo y no apareció el perfil genético del agresor», desarmó el investigador.
«Al final, solo encontraron en el lugar restos de Ardines y de A., ¿verdad?», requirió Beramendi. Cierto. El ADN de esa mujer apareció bajo las uñas de la víctima y en las vallas que se cree fueron colocadas en el camino de Belmonte de Pría para cortar el paso del coche del concejal y obligarle a bajar. «Es habitual que el médico forense obtenga restos de debajo de las huellas del finado, y esta práctica generalizada está orientada a ver si la víctima ha podido interactuar con su agresor. ¿verdad?», ahondó el letrado. Y, de nuevo, el capitán tuvo que coincidir. Pero le encontró explicación.
Los investigadores supieron que A. llevaba un tiempo manteniendo una relación con Ardines. La mujer explicó que se habían visto la víspera del crimen, señaló el lugar y mostró una manta que utilizaban para tumbarse y que guardaban en una bolsa de plástico. Detalló cómo había sido ese encuentro. Preguntando a la mujer de Ardines por sus hábitos de higiene, los agentes llegaron a una conclusión: el ADN de su amiga había llegado a la escena del crimen adherido en el cuerpo del edil. «Al coger la víctima la valla con sus manos pudo transferir el perfil genético de A.», dijo el instructor policial. «Estaba enamorada de él, no casaba con que al día siguiente fuera a matarlo», trató de zanjar. No obtuvo la comprensión de los letrados, que uno por uno volvieron a preguntar por qué no se la había interrogado como investigada, por qué no se hizo análisis de la manta...
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La defensa se pasó así las horas, trabajándose las dudas del jurado. Aquí cada parte arrastra su cruz. La de los acusados es que Benatia y Muguruza hicieron dos confesiones reconociendo su participación en el crimen. La de las acusaciones, que de la primera el supuesto sicario se retractó luego y la segunda fue anulada por un error en la toma de declaración: en cuanto el sujeto se incrimina, la norma obliga a parar el interrogatorio y llamar a un abogado.
A ese traspiés se aferran las defensas para cuestionar la labor de los agentes. El capitán tuvo que explicar que las cosas no funcionan como están tratando de pintar, que la investigación nació abierta, sin sospechosos claros, y fueron las pruebas las que les condujeron hasta los cuatro. Que el caso era mediático, pero «no hubo presiones para cerrarlo». Que es funcionario y la ley le impide decirle a un detenido qué cosas debe declarar.
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