Fotos: i. Pérez y M.Salguero | Vídeo: P. del Caño y S. Cantera

«Esta subida de precios nos está dando la puntilla»

Al límite. La luz, el gasóleo, el hielo, los repuestos, el pienso... El sector primario y los pequeños autónomos hacen malabares para sobrevivir

Domingo, 20 de marzo 2022, 00:41

El coste de la energía se ha duplicado en menos de un año. También se ha disparado la gasolina. Y el cereal. Y las piezas de los tractores. Y el aceite. Y el pienso. Y el plástico. Y el metal. Y hasta las tapas de ... los yogures... La inflación de la era postcovid y de la invasión rusa está asfixiando a los productores del sector primario y a los pequeños autónomos. Los arrantzales, ganaderos, panaderos y repartidores ven «muy negro el futuro inmediato» si no hay un volantazo y se ataja «esta escalada de desconfianza y especulación».

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EL CORREO visita cinco negocios que tratan de seguir a flote «en mitad de un tsunami que nos está ahogando cuando aún no hemos salido del virus». Son personas como Aitor Casillas, que se levanta cada mañana pensando si será hoy cuando tenga que cerrar la explotación ganadera de sus bisabuelos en Carranza. O como Eusebio Arantzamendi, presidente de las cofradías de Bizkaia, que ve con amargura cómo la flota está amarrada a puerto por los «mortales» precios del gasóleo y la huelga de transportistas.

Otros como Jonathan Saratxaga dejaron un buen trabajo en la industria, «con un sueldo y horario fijo», por cumplir su sueño de hacer pan. Y ahí sigue en Galdames, defendiendo el castillo gracias a una vuelta a las raíces: su horno tradicional de leña le ha permitido capear la subida de la luz, aunque ya no reparte por la gasolina. Aitor, Jonathan, Eusebio, Helen o Unai son la punta de lanza de una batalla en la que está en juego la despoblación de lugares como Carranza, donde ya se abandona «la tierra que nos dio de comer toda la vida».

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Aitor Casillas | Ganadero y carnicero en Carranza y Portugalete

«Te levantas pensando que hoy puede ser el último día»

Aitor Casillas y su tío Antonio, en la granja que surte a la carnicería de Portugalete Hermanos Arrien. I. pérez

Aitor Casillas, de 47 años, lleva tres décadas criando ganado en Carranza y vendiendo su carne en Portugalete. Tiene una vitalidad desbordante y una mano que te envuelve con fuerza al saludar con un apretón. Aitor lo mismo te mueve una bola de paja de 250 kilos que agarra la bielda y distribuye alimento entre sus animales en un abrir y cerrar de ojos. Su tío Antonio Arrien le observa con cariño. Tiene 86 y aún le echa un capote. Entre ambos, un empleado y su perro 'Muniain' llevan una explotación que dispone de 190 vacas. «Es mucho trabajo».

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Lo primero que te enseña Aitor cuando visitas su granja es un resguardo de los años 90 en donde se observa cómo la leche se pagaba entonces a 68 pesetas (40 céntimos de euro) por litro. «Hoy te dan 37».

«Las cuentas no cuadran», alerta. «Una tonelada de pienso cuesta 350 euros. Y espérate porque subirá otros 30 euros en abril por la guerra de Ucrania, dicen, y por mil litros de leche te abonan solo 370. No hace falta saber de matemáticas...», plantea. «Yo, de verdad, hay días en que me levanto y pienso que puede ser el último, la última jornada de trabajo aquí porque igual hay que echar la persiana y dedicarnos a otra cosa, sobre todo con lo que está pasando en los dos últimos años».

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Aitor heredó el negocio familiar de sus padres. Y estos, a su vez, de sus abuelos. El ADN de varias generaciones de los Casillas y Arrien está en esta ganadería del barrio de San Esteban. «Hemos oído que otra granja de aquí al lado cierra. Hay núcleos rurales en Carranza que se han quedado ya sin gente», cuenta. «Las fiestas de los barrios ya no son lo que eran. Todo esta triste y despoblado».

A la subida del pienso se añaden otras dificultades. «Lo de la luz es una pasada, pero es que es todo. No os lo podéis ni imaginar. Ensilar mi forraje -dice señalando un cobertizo- me costaba 18 euros por bola el año pasado y ahora ya hablan de 21-22 euros por el encarecimiento del plástico y el gasóleo agrícola». El combustible merece capítulo aparte: «Yo pagaba 40 céntimos hace nada y ahora cuesta 1,10 euros». Así que Aitor apenas mueve un tractor que ya es un lujo. «Lo compré por 83.000 euros hace 8 años. Hoy vale más de 100.000. Así no se puede seguir».

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Eusebio Arantzamendi | Presidente de los pescadores de Ondarroa

«No hago cálculos, prefiero no saber lo que perdemos»

Eusebio Arantzamendi, presidente de las cofradías de Bizkaia, posa en el puerto de Ondarroa. maika salguero

Lo que últimamente no conseguían las borrascas y temporales lo ha logrado la subida del precio del combustible y la huelga de transportistas. La flota de bajura de Euskadi ha estado amarrada a puerto esta semana por los altos costes y por no tener garantía de que el pescado pudiera llegar finalmente al consumidor. «Es triste, pero ha sido seguramente la mejor opción», apunta Eusebio Arantzamendi, presidente de la Cofradía de Pescadores de Ondarroa y presidente también de la Confederación de Cofradías de Bizkaia.

Arantzamendi conoce el negocio de la pesca como nadie. Y sabe que «no es sostenible» con el actual coste del gasóleo. «Un barco de cierta entidad consume entre 200.000 y 300.000 litros al año, porque ya todos tienen un caballaje considerable», cuenta. «Antes pagábamos el litro a 30 céntimos, pero es que ahora, con lo de la guerra de Ucrania, hemos llegado a pagar 1,20 euros. Es una locura», dice. El combustible suponía antes el 20% del coste de una empresa pesquera. Ahora ronda el 35%.

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A su juicio, la situación apurada del sector viene «de muy atrás», pero en este 2022 se está dando esa gota que colma el vaso. «Es que es el gasóleo, pero hay más cosas», dice. «¿Qué pasa con el hielo?», se pregunta. «Su precio ha crecido un 300% porque es mucho más caro fabricarlo con una factura de la electricidad que no nos da tregua desde hace meses», señala. La tonelada de hielo cuesta ya 71 euros, tras el último incremento de 10 euros. Y lo mismo sucede con las cámaras de refrigeración y congelación. Sus responsables hacen ofertas a la baja a los patrones porque sus costes se han disparado por la factura eléctrica. Y luego está el amoniaco, un elemento que es básico en el sector y que también se ha puesto por las nubes.

La situación de la pesca se nota en los pueblos del litoral. Se mueve menos dinero. La problemática de los elevados costes se ha sumado a la situación grave del covid, cuando la flota también paró. Al final son 160 barcos en Euskadi, de los que dependen muchísimas familias. Y hay incertidumbre. «Es duro pensar que cada vez hay más gente que no llega a final de mes. Estamos todos tristes en la costa», sentencia Eusebio.

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Iker Cano, Sandra, Unai y Juan Carlos Vicente | Repartidores autónomos

«En casa entran 700 euros menos por el combustible»

Iker Cano ordena sus útiles de trabajo en la furgoneta de reparto, en Galdakao. pankra nieto

La cita es en un polígono industrial de Galdakao. Y es posible porque los cuatro apenas han trabajado esta semana. «En parte por el precio que ha alcanzado el combustible y, en parte también, por la huelga en el transporte de mercancías», apunta Juan Carlos Vicente, repartidor autónomo, igual que sus compañeros Iker Cano, Sandra y Unai.

La escalada en el precio de la gasolina es el caballo de batalla de estos trabajadores por cuenta propia. Juan Carlos hace memoria: «Hace 18 meses echaba en poste a 85 céntimos el litro y, antes de la guerra, la cosa estaba en 1,34 euros. Ahora hemos repostado ya a 1,90». ¿Qué supone este incremento? «Para nosotros es seguramente el gasto más importante de todos los que tenemos», cuenta Unai. «Un depósito se evapora en dos días, a lo sumo en tres», advierte Iker Cano. «Date cuenta de que ahora pagamos casi el doble que hace dos meses; así que estamos hablando de que cada mes son unos 350 euros más de gasto», calcula este joven de 36 años que ha pasado por varias agencias del sector en los últimos años.

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Sandra es su pareja. En casa hay dos furgonetas. Dos sueldos y, claro, dos cuentas de gastos, así que la dentellada que ha supuesto la escalada de los carburantes se ha notado por partida doble. «Tranquilamente han dejado de entrar 700 euros que nos los tenemos que quitar de comer, del ocio y de las vacaciones», apunta la joven. De hecho, la cosa está tan apurada en los últimos tiempos que «llevamos sin irnos de viaje a desconectar de verdad unos 5 o 6 años».

Estos autónomos piden medidas «urgentes» para contener esta escalada. Creen que puede ser «algo coyuntural», pero hay «miedo» a que las cosas no mejoren, incluso que vayan a peor. «Ahora mismo esto ya es insostenible», señala Ricardo Otero, representante de UGT, que se ha reunido con los cuatro trabajadores para abordar esta problemática. «Este es un sector muy precarizado e individualizado y hay casos que son, directamente, tercermundistas, como sucede con los repartidores de las grandes plataformas de venta 'online', que están en el tajo hasta los domingos, con jornadas reales de 12 y 13 horas y una presión brutal».

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Jonathan Saratxaga | Obrador de pan y repostería en Galdames

«El horno de leña nos ha salvado de la bancarrota»

Jonathan Saratxaga hace pan «sin levadura ni química; solo masa natural, agua y sal», en Galdames. ignacio pérez

Dos curvas antes de coronar el alto de Humaran, en Galdames, hay un antiguo horno tradicional a dos palmos de la solitaria carretera. Allí empezó el sueño de Jonathan Saratxaga. Este hombre de 43 años tenía un puesto de gruista en la fábrica de Sidenor en Basauri. Cobraba un sueldo fijo y gozaba de un horario bien definido, pero «era algo muy aburrido». Así que se lanzó al negocio del pan. A trabajar de noche y dormir de día. A no saber si a final de mes van a cuadrar las facturas, sobre todo ahora que los costes de las materias primas y la energía se han disparado.

«Lo que nos está salvando es hacer las cosas al estilo tradicional», cuenta Jonathan. En el alto de Humaran, el pan casero se elabora como antaño: «Nada de levadura ni química, sólo un horno de leña, agua, sal y masa natural». Mientras otras panaderías centenarias de Bizkaia, como Labakoa en Gernika, se han visto obligadas a cerrar porque no han podido afrontar, sobre todo, el coste de la electricidad, Hermanos Saratxaga resiste. «Si llego a tener un horno de luz pues se habría acabado», admite. La leña, aunque también ha subido, sigue siendo «una buena fuente de energía y barata», claro que «requiere de mucho más trabajo».

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A Jonathan hay tres cosas que le tienen preocupado. La primera es el precio de la gasolina. «He decidido reorientar mi estrategia a ferias, sobre todo, porque servir a tiendas se ha puesto muy difícil, tal y como está el litro de combustible; así que, a finales del mes que viene, voy a suprimir ya los repartos».

El otro frente de lucha es la harina. «El tema de Ucrania se ha notado. En poco tiempo hemos pasado de 300 a 400 euros la tonelada pero viene otra subida en abril muy importante», alerta. Por ese motivo, Jonathan ha llenado su almacén hasta arriba. Y luego está el aceite de girasol. «Lo usamos para enmoldar y para la repostería (rosquillas, sobre todo), y es cierto que con la guerra se ha encarecido bastante».

El obrador Hermanos Saratxaga tiene muchas esperanzas puestas en la temporada de ferias. Esta rama del negocio sufrió un serio varapalo con el covid, cuando todo se canceló. Ahora, visto el precio de la gasolina en el reparto, esperan que sea su tabla de salvación.

Helen Groome y César Valera | Vista Alegre Baserria (Carranza)

«Necesitamos que los costes bajen, no nos vale con que no suban más»

César Valera y Helen Groome, junto a su perro 'Rocky', en la granja Vista Alegre Baserria de Carranza. i. pérez

En los años 80, la británica Helen Groome llegó a España para hacer una tesis doctoral. Quería estudiar las transferencias en materia de montes a las autonomías. Se vino a Euskadi. Después conoció a César Valera, un ganadero de Carranza y, casi medio siglo después, ambos defienden la trinchera del baserri Vista Alegre. Hace más de una década que comenzaron una lucha para implantar un nuevo modelo alejado «del que está asfixiando el campo y la calidad de los productos». Pusieron en marcha una quesería y lechería ecológica. Tienen una veintena de vacas.

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En Vista Alegre no hay medicamentos, ni pesticidas en el forraje, apenas se usa pienso (en ningún caso transgénico) y sus cuatro socios (la pareja y sus sobrinos Christian y Alex) y tres empleados realizan todo el proceso: desde el ordeñado hasta el reparto. «No hay intermediarios». Esto es, posiblemente, lo que les está permitiendo sobrevivir frente «a la brutal subida de precios».

Capean el temporal de la factura eléctrica en parte gracias a unas placas solares, aunque sí han notado que se ha disparado. A diferencia de otros negocios del valle encartado, los gastos en veterinario son mínimos, igual que en los piensos. Sin embargo, hay un ingrediente en la ecuación al que no han encontrado alternativa ni solución: el combustible que gastan en el reparto.

Vista Alegre Baserria cuenta con cuatro furgonetas. «Llevamos nuestros productos hasta Vitoria e intentamos optimizar las rutas lo máximo posible», explica Helen. El problema es que, si hace un año la gasolina representaba el 5% de los costes totales de la granja, ahora «ha subido al 10%». Y este negocio familiar se niega a repercutir este incremento de costes en el precio final de su producto. «Es una cuestión de principios y también porque tenemos clientes fijos y fieles. Estamos haciendo un esfuerzo, cada día más», reconocen. «No pedimos que los precios se mantengan y no suban más, no. Lo que hace falta es bajarlo si queremos que el sector primario funcione y sus trabajadores puedan desarrollar su actividad de una forma digna».

Lo que más preocupa a César y Helen es «el miedo» que están percibiendo en el consumidor. «Desde el otoño vemos que la gente está asustada y está cambiando sus hábitos de compra». Los productos ecológicos y locales funcionaron muy bien durante la fase aguda de la pandemia pero ahora algunos consumidores están yendo a lo más barato, dejando la calidad a un lado. Además, creen que con algunas materias primas hay movimientos «especulativos». «Si pagas lo que piden, sí hay stock... algo raro está pasando», dice César. De seguir así las cosas, «llegará un momento en el que nuestros pueblos y granjas estén vacíos y dependamos del exterior. Entonces nos echaremos las manos a la cabeza».

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