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«La vida de los demás, especialmente cuando se trata de personas conocidas, siempre parece fantástica, pero no es así». La alpinista Edurne Pasaban (Tolosa, 1973) arrancó ayer en Bilbao el congreso nacional de Psiquiatría con el testimonio de su lucha contra los demonios de ... la depresión. Cuando todo el mundo hablaba de ella por haber hollado seis de las catorce montañas más altas de la Tierra, cuando le llovían ofertas para emprender nuevos desafíos al filo de lo imposible, se rompió. «No quería saber nada de la montaña. Me pasaba el domingo tirada en el sofá de mi casa, haciendo zapping y pensando: '¡Cómo puede ser que la gente no sepa de esta soledad que vivo, que soy como todo el mundo'!».
La mujer aparentemente más fuerte del mundo se despedazó un día de Reyes. Había sido una niña enferma hasta los seis años, algo que según cuenta le volvió «muy dependiente» de su madre y que, «muy probablemente», influyó en que tuviera sólo dos amigas. A los 14, en cambio, su vida cambió por completo gracias al club de montaña local, donde conoció nuevas amistades y con ellas una nueva afición. «Pero el libro de mi vida -relató- parecía escrito. Era la tercera generación de ingenieros de mi familia y aunque ya había subido seis ochomiles, la montaña no se había convertido aún en mi profesión. Trabajaba como camarera y haciendo camas en el negocio familiar», describió.
En 2005 comenzó a verse como «un bicho raro». «Mis relaciones sentimentales no iban bien, porque podía resultar maravilloso ser la pareja de Edurne Pasaban, pero vivir con ella no parecía fácil. No por complicada, sino porque ninguno parecía tener una vida compatible con la mía».
Las chicas de su generación, sus amigas, «comenzaron entonces a tener hijos y a ascender en sus trabajos. Yo, sin embargo, no veía el destino de mi vida». Aquellas navidades, su mejor amigo, su primo Asier Izagirre, la llevó a los Alpes para insuflarle ánimo, en un viaje que terminó con una gran fiesta. Fueron días de contrastes. «El 6 de enero volví a casa para pasar los Reyes con mi familia y un día después me vi en un hospital haciendo punto bobo con desconocidos».
Lejos de los focos, 2006 fue el único en su currículo sin ningún ochomil. «Hubo alguno en que llegué a hacer tres, pero aquel año ninguno». Dos ingresos de dos meses en un hospital psiquiátrico fueron suficiente escalada. «El K2 es la cima más difícil de alcanzar entre las más altas del mundo y yo para entonces ya la había hollado. Mi auténtico K2 llegó aquel año, al enfrentarme contra la depresión. Cuando te enfrentas a tu propio K2, te enfrentas a ti misma y decides que ya no quieres ser la víctima; y eso fue lo que hice».
Pasaban sacó fuerzas, según explicó, de las que considera sus mejores herramientas personales. Luchó contra la depresión con la «mucha ambición» con que afrontó cada cumbre, con el «hambre de éxito» que siempre ha viajado en su mochila y, sobre todo, «con pasión». «Al elegir el camino que quieres para tu vida siempre tienes que escuchar a tu corazón. Fui valiente. Tenía 24 años y mi padre seguía pensando que la montaña era para mí un capricho, cuando era mi pasión, la fuerza que me hacía levantarme cada mañana y seguir adelante».
Un año después volvió a la montaña, empujada otra vez por su primo, inseparable. «Vamos al Himalaya; y decides allí qué quieres para tu vida». Hasta 2012, la montañera siguió tomando antidepresivos y luchando contra la enfermedad que quiso arrebatarle la vida en dos ocasiones, en sendos intentos de suicidio. «No me avergüenza reconocerlo, porque esta dolencia es así. Mi madre luchó contra un cáncer, mi padre es diabético y yo me enfrenté a la depresión y salí de ella con tesón, trabajo y buena compañía».
El objetivo último, recordó, es la felicidad, que «está en las cosas pequeñas, como la ducha de cada mañana, no hace falta cubrir 14 ochomiles». Ella fue la primera mujer del mundo en lograrlo Hoy vive junto a su pareja, cuida de su hijo Max, de 2 años, es profesora, atiende una agencia de viajes... Algún día quizá vuelva a la montaña, pero «sin mucha presión», matiza. De momento, es feliz. Es Edurne.
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