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La ONU alertó el año pasado de que nos queda poco más de una década para ponernos las pilas si queremos evitar los efectos más devastadores del cambio climático. Activistas como la adolescente sueca Greta Thunberg, que inició las huelgas estudiantiles para demandar acciones concretas ... ante el calentamiento global, no dejan de exigir a los líderes mundiales que reaccionen. «No quiero que nos hablen de esperanza, quiero que entren en pánico», espetó Thunberg el pasado mes de enero a los empresarios y políticos que participaban en el Foro Económico Mundial. Y estos son sólo dos de los avisos recientes de que la cuenta atrás ya ha comenzado y de que el problema no es un cuento de ciencia ficción. Lo malo es que estos llamamientos a la acción y al pánico no son muy selectivos y parecen haber hecho más mella en el común de los mortales que en las altas esferas, a juzgar por el repunte de personas, sobre todo jóvenes y niños, que en los últimos tiempos han desarrollado 'ecoansiedad'.
Este trastorno de nuevo cuño ha sido definido por la Asociación Estadounidense de Psicología como «un temor crónico a un cataclismo ambiental», que se produce al pensar «en los impactos aparentemente irrevocables del cambio climático». Quienes lo padecen se preocupan de manera obsesiva y lo pasan realmente mal al darse cuenta de que ellos mismos -sin querer o sin poder evitarlo- están contribuyendo a dañar el medio ambiente. Por ejemplo, olvidándose la bolsa de tela cuando van al 'súper', viajando en avión o emprendiendo cualquier actividad que deje una huella ecológica.
«La ansiedad puede aumentar por cualquier tipo de noticia, pero se multiplica cuando estas son sobre la salud y el medioambiente», afirma el psicólogo clínico Juan Carlos Albadalejo, que, no obstante, matiza que hay que tener cuidado «y no confundir las actitudes responsables con la etiqueta de ansiedad». Para él, la línea roja está clara. La 'ecoansiedad' aparece normalmente en personas «que ya antes estaban en una situación frágil», ya que la amenaza ecológica puede hacer que su perfil evolucione hasta presentar «rasgos obsesivos y ansiosos». Los 'ecoansiosos' se ven sumidos en una «total indefensión» y eso les genera malestar o sufrimiento. «Piensan: 'Esto no puedo solucionarlo yo, no veo salida', lo que puede desembocar, además de en ansiedad, en depresión». A su juicio, los que más papeletas tienen para sufrir este problema son los niños, «que se enteran por las noticias de estos temas y luego tienen reacciones de pánico».
En Gran Bretaña, psicólogos de la Universidad de Bath han alertado de que, desde el verano, se ha incrementando el número de padres y madres que acuden a ellos «en busca de ayuda» porque sus pequeños están «aterrorizados». Algunos incluso han acabado con medicación. En este sentido, piden que se reconozca la 'ecoansiedad' como un problema, pero no como una enfermedad mental, ya que, a diferencia de otros tipos de ansiedad, «tiene una base racional». Algunos de estos profesionales, integrados en la Climate Psychology Alliance (algo así como la Alianza de Psicología Climática), insisten en que los progenitores deben hablar del tema con sus pequeños, pero «eligiendo bien las palabras». Lo más importante, destacan, es no decir que la Tierra está «amenazada» y que «todos vamos a morir», una coletilla que, aseguran, repiten sin cesar los pequeños 'ecoansiosos'. Algunos ni siquiera quieren ya estudiar: ¿para qué, si su destino es morir de forma inminente?
Entonces, ¿cómo abordar el asunto con los benjamines de la casa? Primero, hablando «de los hechos que ya se conocen», no de futuribles. Después, preguntándoles cómo se sienten tras recibir esta información, antes de dar el siguiente paso, que sería deslizar que, sí, que nos encontramos ante un «futuro incierto». Para finalizar, siempre conviene poner una nota positiva y hacerles ver que hay cosas que ellos mismos pueden hacer para mejorar la situación.
Porque un gran antídoto contra la 'ecoansiedad' es pasar a la acción: desde nuestras humildes vidas podemos aportar un granito de arena. Es cierto que hay colectivos especialmente implicados que piden a la población mundial que no viaje en coche ni en avión, para ahorrar daños al planeta, e incluso se declaran en contra de tener hijos, porque la superpoblación puede acabar con la Tierra (en Cánada ya han surgido grupos de jóvenes que aseguran que no procrearán). Pero hay medidas menos drásticas: comer alimentos cuya producción sea lo más 'limpia' posible, no caer en el consumismo de ropa de 'usar y tirar', buscar alternativas biodegradables al plástico... Es decir, reciclar el miedo y convertirlo en algo útil para el planeta.
«Los 'millennials' son más conscientes y tienen mayor sensibilidad con la naturaleza. Y esta preocupación la llegan a extender a sus familiares más cercanos, activando en los 'mayores' un despertar ecológico», afirma Antonio Relaño, CEO y fundador de Brushboo, una empresa que, entre otros enseres, fabrica cepillos de dientes de bambú, buenos sustitutos de los de plástico de toda la vida. Porque hasta los cepillos de dientes parecen inofensivos pero no lo son: se estima que el 1% del plástico que va a parar a nuestros océanos es 'culpa' de este artículo. El año pasado, esta firma puso en marcha la campaña 'Uno menos en el mar' para recuperar 10.000 cepillos de las aguas... ¡y lo lograron!
«No sé si calificar esta preocupación por el medio ambiente como una obsesión, yo diría más bien que cada vez hay más gente que se compromete con el cuidado de su planeta, pero hay una línea muy delgada entre la preocupación y el agobio ecoambiental –argumenta Relaño–. Por eso muchos de nuestros clientes buscan utilizar la menor cantidad posible de plástico, pero este está a nuestro alrededor desde que te levantas: al lavar tus dientes, la botella de champú... Hasta para moverte en el transporte público utilizas una tarjeta que es de plástico». A pesar de todo, se muestra optimista: «Creo que, si cada persona se moviliza y toma acción real, llegaremos a ver grandes cambios».
Un tercio de la población sufriría, en mayor o menor, medida, algún rasgo de 'ecoansiedad', según estudios realizados en el Reino Unido, donde también se pone de relieve que los más mayores se preocupan menos del tema. Así, son los jóvenes y los niños quienes más padecen este trastorno.
Los científicos también son víctimas de este trastorno. El conocimiento en profundidad de la magnitud del problema y de las dificultades para superarlo les hace más vulnerables.
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