Solange Vázquez
Lunes, 7 de agosto 2023
Los seres humanos somos homeotermos -no, no se trata de una nueva opción sexual-. Significa que, a diferencia de otras especies, mantenemos una temperatura constante de unos 37 grados, si bien es cierto que algunas personas vienen de serie con unas decimillas más y, sobre ... todo, con unas decimillas menos. Esto -y cabe esperar que otras cosas también- nos diferencia de algunos animales, como los peces o los reptiles, que adoptan la temperatura del medio en el que están. ¿Y cómo es que las personas logramos mantenerla más o menos estable? El hipotálamo, desde el cerebro, controla nuestro «termostato» para que todo vaya bien y si percibe alguna alteración -que la temperatura es menor de la debida o mayor- da la orden a nuestro organismo para que combata el desajuste. Pues bien, a partir de este miércoles, cuando empezará una ola de calor que achicharrará Bilbao con temperaturas de hasta 40 grados, tendremos el hipotálamo trabajando a todo gas para que no nos sobrecalentemos en exceso. Euskalmet ha decretado alerta naranja para ese día.
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«En condiciones normales, tenemos el cuerpo de 35 a 37 grados, pero para que se sienta fresco debe existir una diferencia entre esta temperatura y la ambiental», indica Natalia Vuelta, médica de Urgencias del Hospital Vithas de Vitoria.
Ahora mismo, esa diferencia térmica «sana» es difícil de conseguir en muchos puntos del país. ¿Cómo se defiende nuestro cuerpo? «Empieza por retener líquido para llevarlo hacia la piel, de modo que se refresque mediante el sudor», arranca a explicar la doctora. También aumenta el ritmo cardiaco y de la respiración para refrigerarse. Y, normalmente, con esto basta para autorregularnos.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la temperatura ambiental para que el organismo funcione de forma óptima es de 18 a 24 grados, ya que es a estos niveles cuando el cuerpo se mantiene en unos 36 o 37 grados sin esforzarse. Por encima de estos calores, la cosa se complica. Aunque la diferencia térmica entre nuestro cuerpo y el exterior sea mínima (en torno a los 35 grados de temperatura ambiental y con humedad alta, según la comunidad científica) ya se desencadenan un montón de reacciones fisiológicas. «Palpitaciones, los riñones se »reajustan« y orinamos menos... Todo para llevar agua hacia la piel para que nos enfríe el sudor al evaporarse», enumera. Esto, claro está, difiere mucho de una persona a otra: de si sudan mucho o no, de sus niveles de hidratación y también de la humedad ambiental (a más humedad, más deshidratación).
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También aparece la sed, pero es un cuchillo de doble filo: «Si bebemos mucha agua, el sodio que tenemos en el organismo se diluye y nos baja. Y se reduce la concentración de potasio, algo que sobre todo es perjudicial para las personas con problemas cardiacos», añade Vueltas, quien también alerta de que, junto a todas estas alteraciones, el cuerpo presenta otra peculiaridad cuando no puede mantener su temperatura óptima: la sangre se «espesa», es decir tiene menos agua, y esto altera la concentración de algunas medicaciones -sobre todo antirrítmicos, fármacos para dolencias mentales, para la hipertensión y la insulina (que no se lleva bien con el calor)- y aumenta el riesgo de que trombos o placas de grasa nos den un disgusto. «Hay estudios que dicen que por cada grado de temperatura extra en nuestro cuerpo crece un 1,6% la posibilidad de sufrir un infarto», desliza la médica.
Es decir, las temperaturas extremas causan estrés en el organismo. Si nuestro cuerpo llega a los 39 grados sentimos ya un enorme cansancio porque el cerebro da la orden a los músculos de que ahorren energía. Pero si hemos llegado a los 40 grados, que se llama «agotamiento de calor», «nos sentiremos mareados y con náuseas», describe la doctora.
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Entonces debemos tomar medidas rápidamente, porque ese estado -ya puede haber espasmos y cansancio acusado-, es la antesala del golpe de calor (rondando los 41 grados), cuando el cuerpo «ya se ha rendido tras intentar refrescarse». Llegados a este punto ya ni sudamos porque se suspende el flujo de sangre hacia la piel y hay riesgo de que fallen los órganos y de morir.
¿Qué temperaturas podemos soportar los humanos? Podemos sobrevivir en zonas donde haya 50 grados si estamos sanos e hidratados, a partir de 55 ya sería difícil y a 60 no aguantaríamos ni diez minutos. De todos modos, nunca se han alcanzado estos niveles: la máxima registrada es 57 grados en el Valle de la Muerte (California) en 1913.
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Y la costumbre es algo clave. En zonas muy cálidas del planeta la gente se ha adaptado y tolera mejor el calor. Se cree que la clave en estas personas que soportan mucho calor sin enfermar es la adaptación al medio, que le ha «enseñado» a sudar bien -según un estudio sobre ergonomía térmica de la Universidad de Sidney-, de modo que consiguen mantener la piel húmeda y deshidratarse mucho menos que los demás.
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