Urgente Grandes retenciones en la A-8, el Txorierri y la Avanzada, sentido Cantabria, por la avería de un camión

Ver fotos

La niebla de la mañana cubre el centro de la capital alemana. Sergio García

Jugando a los ángeles sobre el cielo de Berlín

La capital alemana es un ejemplo de vanguardia, lo mismo artística y cultural que económica y financiera

Domingo, 5 de abril 2020, 16:01

La azafata anuncia por los altavoces de cabina que el avión aterrizará en 10 minutos. Willkomen, welcome, bienvenue, que diría Joel Grey. La ciudad parece salida de una ensoñación, envuelta en una niebla baja de la que destaca, rotunda, la torre de televisión, una aguja ... de 368 metros de altura en ese alfiletero gigantesco que llega hasta la línea del amanecer. Conforme desciende el aparato, la cuadrícula va desvelando sus secretos, rincones que se abren entre rizos de nubes. A uno le parece estar reviviendo la obertura de Leonard Bernstein para 'West Side Story', aunque el escenario sea radicalmente distinto. Cambien las canchas de baloncesto, el tráfico infernal y los muelles llenos de rostros patibularios por calles dibujadas con tiralíneas y bosques impecables. Gente de orden, ya saben, los alemanes. Todo cobra forma y sentido. La Isla de Los Museos, la avenida Unter den Linden, el Tiergarten, el río Spree. El coronavirus ha vaciado sus calles y mitigado su espíritu, pero no hay duda. Es ella. Es Berlín.

Publicidad

Pocas poblaciones lucen cicatrices tan severas, como ese muro que la dividía en dos mitades, dos conceptos de ver la realidad. A este lado el comunismo, al otro el capitalismo, y en medio Checkpoint Charlie, el nirvana de las novelas de espías. La ciudad malherida que supo reinventarse durante la posguerra; el paradigma del milagro alemán, que no es otro que renuncia, sacrificio y disciplina. Hablar de Berlín es hacerlo de la vanguardia, lo mismo artística y cultural que económica y financiera. Cosmopolita. Es difícil sentirse extraño aquí, aunque sea rodeado de gente donde la soledad causa más estragos. Uno tiene la sensación de que todo lo que ha vivido, el bagaje cultural que arrastra, le ha preparado para esto. Que de alguna manera reconoce todo lo que le sale al paso.

Miríadas de turistas recorren las calles en bicicleta, en monopatín, imbuidos de un ansia incontenible por verlo todo, probarlo todo, escucharlo todo. En cuatro días mejor que en cinco. Es una empresa imposible. Una copa en el hotel Adler, frente a la Puerta de Brandemburgo -recomendación de Manu Leguineche-, una terraza en Alexander platz, un night club en Friedrichstrasse, un paseo por el Zoo, una fráncfort en el Curry 36, a los pies de la iglesia reconstruida del Kaiser Guillermo, o unas ostras en el KaDeWe. Para los más lanzados aguarda agazapado el Berlín más bizarro y transgresor, personificado por el KitKat y su 'dress code', o coctelerías como 'Green Door' a la que hay que llamar a la puerta para poder entrar. O Berghain, el paraíso de la música electrónica que ha cobrado vida donde antes había una central eléctrica.

Falafel y música en directo

Cuando pase la emergencia sanitaria -que pasará, aunque ahora nos cueste creerlo- será el momento de tomarle de nuevo al pulso a la ciudad. De mirar a las azoteas por si alguno de los ángeles de Wim Wenders se recorta sobre el cielo de Berlín, ansioso por aparcar la inmortalidad y gozar de los dones que disfrutan los humanos. Una pinta de cerveza. Un concierto de la Filarmónica. Un beso en la espesura del parque. Los bares de Kreuzberg, el distrito turco, donde lo mismo cenar falafel y un kebab antológico que escuchar música en directo, perderse en el laberinto de bloques soviéticos que se extiende por el este de la ciudad o sentarse en las escalinatas del altar de Pérgamo. Recuerden: 'Willkomen, welcome, bienvenue'. Pida un deseo y no espere para cumplirlo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad