Subir una montaña cansa. Y hacerlo practicando sexo aún más. Salvo que sea el Everest. Por eso, como las botellas de oxígeno venían en el paquete turístico, deciden usarlas para aguantar el tipo. Son retornables, pero las tiran. La culpa la tiene la gente de ... allí que no ha puesto un contenedor. Es el momento de ver a las chicas. Sus jóvenes caras muestran la habitual sonrisa prefabricada de quien esconde el miedo tras los dientes. Son clientes poderosos. Y eso añade incertidumbre. Cuando ha llegado el helicóptero al campo 2 con esos hombres ellas ya estaban allí. Las habían subido del campo base, donde se encuentra el prostíbulo en el que viven su día a día y, sobre todo, su noche a noche. Siempre llegan clientes. Cada vez más. Porque solo hay una cosa más peligrosa que un tonto sin escrúpulos. Un tonto sin escrúpulos y con dinero. Nos lo contaba esta semana Sebastián Álvaro. Aventurero, escritor, fotógrafo y, durante 27 años, director del programa de televisión 'Al filo de lo imposible'. Se ha escrito y comentado mucho sobre las imágenes del porteador nepalí que denuncia las toneladas de basura que hay en el Everest. Lo que nadie ha contado es lo de la otra basura. La humana. Sebastián la conoce.

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En el vídeo, Tenzi Sherpa muestra imágenes donde la montaña más alta del planeta parece un vertedero. O una de esas riberas donde la gentuza arroja sus mierdas de manera tan descarada como ilegal. Eso pasa en el Everest. En lo que va de año las autoridades nepalíes han llegado a recoger en esta montaña y en el Lhotse 13 toneladas de basura. Es parte de una campaña oficial para mantener limpias las cordilleras. Pero es simple postureo. Porque esas mismas autoridades miran hacia otro lado, como cuenta Sebastián Álvaro, cuando las agencias de allí se lucran montando viajes para ricos sin escrúpulos. El precio, 205.000 dólares por persona. Por esa pasta les llevan en helicóptero hasta el campo 2, donde les esperan diez sherpas con bombonas de oxígeno y todo lo necesario para que la escalada sea poco más que una subidita incómoda. Y si no pueden con el alma, unos los empujarán y otros los arrastrarán hasta que el montañero de pacotilla llegue arriba. Tamaño esfuerzo merece ser contado y celebrado. Por eso, al bajar, les llevarán a Katmandú. El lugar donde la juerga sin fin y el sexo pagado son la guinda perfecta tras un duro día en la montaña. Aunque si no puede esperar no pasa nada. Recuerden que en el campo base tienen un concurrido puticlub. Como lo leen. No me digan que no es para mear y no echar gota. Lo que me lleva al asunto de la orina.

Es tal el número de turistas que pagan dinerales para sentirse Sir Edmund Hillary por un día que sus meadas se están cargando el Everest. Llegan a miccionar hasta 4.000 litros al día. Es tal el problema que las autoridades están pensando en trasladar el campo base a otra zona. No debemos olvidar que está situado junto a un glaciar en serio peligro. Puede derretirse. No solo por la orina. Las calefacciones que utilizan para convertir ese campo base en un vulgar camping de verano suben la temperatura de la zona. El problema es tan grave y evidente que esas agencias están desviando a los turistas hacia Pakistán, para acceder a las montañas desde ese lado. Otro ejemplo más de cómo tapar el problema mandándolo a otro sitio. Y no es cosa de ahora. Sebastián Álvaro se queja de que llevan más de 20 años denunciándolo sin obtener respuesta. Lejos de desaparecer, las barbaridades son cada vez más descaradas. Ya hay helicópteros que suben, con sus millonarios clientes, a otros campos de la montaña. El negocio crece. Hablamos de 25 millones limpios por trabajar mes y medio. Quizá sería el momento en que el Everest sea tratado como las cuevas prehistóricas. En algunas han prohibido el acceso para preservar sus pinturas o la propia estructura. Sebastián y otros montañeros de la vieja escuela estarían de acuerdo con esta línea. Al fin y al cabo se trata del gigante más mítico. El que guarda 300 cadáveres bajo su nieve. Seres humanos que quisieron tocar su cima. Parecía inalcanzable, pero cada día es más accesible. Solo hace falta llevar una mochila con mucho dinero y poca vergüenza. Con eso basta para subir al Everest. Ese que antes era montaña orgullosa y ahora un cutre puticlub a la vera de un glaciar.

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