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Isabel Celaá disfruta cada día del privilegio de pisar las solemnes escalinatas diseñadas por Francesco Borromini, el arquitecto con un talento especial al que los papas encargaban los proyectos más difíciles y complicados, frente a las obras amables de Gian Lorenzo Bernini. Nacen en el ... vestíbulo de la embajada de España ante la Santa Sede (creado también por el artista de Lugano) y ascienden a una majestuosa planta decorada con una colección de tapices gobelinos que pertenecieron a la familia Borbón Orleans. La exministra de Educación de Pedro Sánchez y exconsejera de la misma cartera con Patxi López como lehendakari ha cumplido cien días como embajadora en la sede diplomática más antigua del mundo, el palacio Monaldeschi, que es, al mismo tiempo, su propia residencia.
Cuando apriete el calor en el ferragosto italiano podrá abrir la balconada de par en par, como lo hizo el papa Pío IX el 8 de septiembre de 1857 para inaugurar la columna de la Inmaculada Concepción que preside la Piazza di Spagna en recuerdo de la definición del dogma (1854), del que España ha sido tenaz defensora durante siglos. También del dogma de la Asunción (1950). En los archivos de la Congregación para la Doctrina de la Fe (la antigua inquisición) se guardan enormes libros con las firmas y tarjetas de cientos de vascos, que apoyaron aquella iniciativa.
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Desde hace 165 años los papas visitan la columna cada 8 de diciembre para rezar ante la Inmaculada, casi pegada a las escalinatas más famosas de Roma. La Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III que se ha concedido a Celaá por su servicio al Estado tuvo en su origen una fuerte carga religiosa y en el centro de la insignia destaca la imagen de la Purísima Concepción.
Isabel Celaá es la cuarta personalidad vasca que se convierte en la inquilina del palacio, adquirido por Íñigo Vélez de Guevara y Tassis, conde de Oñate, en 1622. La embajada fue creada en 1480 por el rey Fernando el Católico para incrementar la influencia española en el Sacro Imperio. Entonces eran itinerantes, pero en ese momento de gran ebullición diplomática se decidió hacer una representación permanente ante los Estados Pontificios. El primer embajador acreditado fue Gonzalo de Beteta, cuyos restos descansan en la iglesia de Santiago y Montserrat, conocida como la Iglesia Nacional de los Españoles. La restauración de su tumba ha sido una de las últimas acciones de Carmen de la Peña antes de pasar los trastos a Celaá.
El primer diplomático vasco acreditado ante la Santa Sede fue Fernando María Castiella, que ejerció su función entre 1951 y 1957. El diplomático de Bilbao comenzó su formación con los maristas y la completó en la Universidad de Deusto, donde se hizo miembro de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y de la Confederación Nacional de Estudiantes Católicos. Tenía un bagaje en línea con lo que gustaba en Roma. Sustituyó al abogado Joaquín Ruiz Giménez, militante como él en los círculos católicos durante su juventud y demócrata cristiano convencido.
Ruiz Giménez puso la primera piedra para la firma del famoso Concordato, que todavía sigue dando guerra a día de hoy. Castiella tenía una capacidad de maniobra limitada, pero logró el apoyo de Caetano Cicognani, nuncio (embajador) del Vaticano en España, y del general de los jesuitas, el belga Jean Baptiste Janssens. Experto en Derecho Internacional, tuvo un papel clave en la firma del histórico pacto entre Roma y el régimen, embrión de los acuerdos Iglesia-Estado que precisamente el PSOE quiere denunciar, convencido de que necesitan una actualización.
En febrero de 1973 llegó a la embajada el aristócrata donostiarra Juan Pablo de Lojendio e Irure, marqués de Vellisca con grandeza de España, que en las elecciones de 1936 se había significado como miembro del Frente Contrarrevolucionario en Gipuzkoa. Hombre de gran carácter, en la carrera diplomática era muy conocido por haber protagonizado un grave incidente con Fidel Castro. Fue en 1960, el 20 de enero, día de San Sebastián. El comandante estaba pronunciando un largo discurso en televisión y acusó a la legación española de dar cobertura a los contrarrevolucionarios. Ni corto ni perezoso, Lojendio interrumpió su 'tamborrada' doméstica, se presentó en los estudios e increpó en directo a Castro, con el que mantuvo una fuerte discusión. Veinticuatro horas después fue expulsado de La Habana.
Lojendio llegó a Roma en plena bronca entre el Vaticano y el Gobierno. Pablo VI quería eliminar el derecho de presentación de obispos y Franco se resistía. Además, una parte del clero había tomado posición contra el franquismo y eso exasperaba al régimen y al nacionalcatolicismo. El diplomático vasco se entrevistó con el mítico Casaroli, apodado el 'Kissinger del Vaticano' por sus habiidades negociadoras, y logró engrasar las relaciones para la revisión del Concordato y delimitar los campos de cada cual. No pudo ver el resultado de su misión porque murió en el cargo. Los Acuerdos Iglesia-Estado los firmó en 1979 Marcelino Oreja Aguirre, madrileño de nacimiento pero de familia vasca, como ministro de Asuntos Exteriores.
El 2 de noviembre de 1980 presentó sus credenciales ante Juan Pablo II el bilbaíno Joaquín Puig de la Bellacasa y Urdampilleta, hijo de Consuelo de Urdampilleta González, con arraigo en Las Encartaciones, y vecino de Getxo durante un tiempo. Europeísta y monárquico convencido, fue secretario particular del rey Juan Carlos I y actuó como enlace con la oposición democrática al franquismo antes de ser Jefe de la Casa Real. Cuando apenas llevaba seis meses en el cargo, el pontífice polaco sufrió un atentado en la plaza de san Pedro, que estuvo a punto de costarle la vida.
Al diplomático vasco le tocó vivir momentos delicados en las relaciones bilaterales como la llegada de los socialistas al poder en 1982 y la aprobación de la Ley del Divorcio la tarde del 22 de junio de 1981. Los obispos españoles publicaron un documento contra la iniciativa legislativa, que la consideró como un «tiro en la nuca» para la familia. También sentó mal en el Vaticano. Pese a todo, Puig de la Bellacasa organizó la primera visita de un papa a España, el viaje de Juan Pablo II en 1982 con un Gobierno de UCD en funciones. El pontífice visitó el País Vasco y celebró un acto multitudinario en la basílica de Loiola, en Azpeitia. En Roma fue muy querido. El acto de su despedida, el 28 de marzo de 1983, reunió a un millar de personalidades del mundo eclesiástico, diplomático y cultural. Había dejado huella.
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