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antonio paniagua
Domingo, 11 de agosto 2019, 00:51
Visitar un museo exigía cierta etiqueta: guardar silencio, no tocar las obras de arte y, sobre todo, abstenerse de hacer fotografías. Sin embargo, la prohibición de tirar fotos va camino de ser abolida. Cada vez son más las pinacotecas que han claudicado y permiten a ... los visitantes hacer uso de sus cámaras libremente. A la vista de que impedir pulsar el disparador se antoja una tarea imposible, han surgido nuevas instalaciones que han encontrado en el selfi su razón de ser. No solo está autorizado el autorretrato, sino que se fomenta. Así, la 'generación Instagram' tiene su templo en el Museum of Sweets&Selfies de Budapest, un lugar donde los jóvenes pueden dar rienda suelta a su pasión por el narcisismo fotográfico. En la capital húngara el visitante puede hacer uso de decorados estrambóticos, desde unicornios a paneles pintados de plátanos. Aquí lo que menos importa es el museo en sí. La propia obra de arte es uno mismo.
Quizá haya sido el museo Art in Island, en Manila, el que haya ido más lejos en esto de la selfimanía. Todo está pensado para el goce supremo del que se autorretrata. Las pinturas se pueden tocar y proliferan las reproducciones en 3D de cuadros célebres que permiten los posados más extravagantes para dejar satisfecho el ego. Todo está permitido. Los asistentes pueden palpar, jugar y hasta escalar algunas de las esculturas y cuadros. Sus creadores diseñaron este espacio para promover la interacción y hacer realidad cualquier fantasía. Prueba de ello es que el visitante puede retratarse dentro de una inmensa ola o bajando los calzones a un ángel.
Egipto, que ya no sabe qué hacer para atraer turistas en tiempos de terrorismo, ha hecho una concesión más para tener contentos a los maníacos del selfi. El Museo Egipcio de El Cairo, donde se acumulan 160.000 piezas de inmenso valor arqueológico, ha decidido dar barra libre a los selfiadictos. Desde comienzos de agosto ya se pueden sacar fotos sin miedo a ser reprendido por el vigilante de turno. Hasta hace pocos días, estaba permitido capturar el instante si se abonaban 50 libras egipcias (unos tres dólares) a la entrada, cantidad que se elevaba a 300 si lo que se pretendía era grabar un vídeo. Todos estos precios ya son un recuerdo.
Pese a que el uso del flash deteriora la pintura de la obra artística, la libertad de hacer fotos sin cortapisas también tiene sus ventajas. Por de pronto, supone una publicidad gratuita para el museo, que se exhibe gratis en las redes sociales. Ya se sabe que no hay placer en la realización de un autorretrato si luego no se sube a internet. Otra cosa es que la gente dedique más tiempo a hacer fotos que a ver las obras con sus propios ojos.
Desde que en 1839 el fabricante de lámparas estadounidense Robert Cornelius se hizo el primer selfi de la historia, un daguerrotipo para el que tuvo que posar quince minutos, el fenómeno se nos ha ido de las manos. Ya hay al menos 300 caídos por la causa, gente que ha muerto ahogada por querer hacerse un selfi dentro del agua, trituradas al caerse a las vías del tren o hecha papilla al precipitarse al vacío desde lo alto de un rascacielos. Todos querían hacer la foto de su vida, y así les fue.
El Museo d'Orsay de París, que alberga una de las más ricas colecciones impresionistas del mundo, permite hacer fotos sin tasa desde que la ministra de Cultura colgó en las redes sociales una imagen suya tomada en el recinto. Eso sí, no se puede usar el trípode y menos el paloselfi, una proscripción vigente en otros muchos centros museísticos.
La moda, claro está, tiene sus peligros. Hace tres años, un turista brasileño desmembró en el Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa un San Miguel de madera del XVIII mientras se hacía un selfi. Algo parecido ocurrió en Shanghái, donde dos niños rompieron en 2016 una escultura de vidrio en la que la artista Shelly Xue había invertido 27 meses de trabajo. El vídeo que mostraba a las dos cuidadoras de los críos grabando la escena superó en pocos días el millón de visionados en YouTube.
En Glendale (Los Ángeles) se abrió hace dos años una exposición sobre el selfi. El propósito de la muestra era hacer un recorrido interactivo por la historia, el arte y la tecnología del autorretrato. Para que los visitantes experimentaran en carne propia la vanidad de ser fotógrafo y musa a la vez, se habilitaron recintos especiales con el fin de desplegar las mejores poses.
En un mundo en el que se publican a diario nada menos que un millón de selfis, ¿no merece esta técnica un espacio museístico y ser objeto de análisis por críticos y expertos? Los fundadores del Museo del Selfi de Glendale enseguida se dieron cuenta de la necesidad de satisfacer esa carencia. De hecho, una de las salas que más gozaron del favor del público es la que recoge las huellas de los que perdieron la vida en busca de la imagen perfecta. Ya hay autofotos que se han hecho acreedoras de una reputación especial, como el selfi del mono negro de David Slater, además de obras de Rob Vital, Joseph Nowak, Matt Elson o Michele Durazzi.
Hay un dato elocuente que acredita que vivimos en la era de la egofoto. Desde que se inauguró en diciembre, ya son 30.000 personas las que han acudido a las salas del Museo del Selfie de Budapest.
En pleno imperio de la iconocracia, ¿quién se resiste al selfie? Aunque no lo parezca, hay enemigos declarados de la autofoto y uno de los museos que lo llevan por bandera es el del Prado. Miguel Zugaza, exdirector de la pinacoteca, implantó la prohibición y su sucesor, Miguel Falomir, la ha renovado. El propósito de esta iniciativa no es la preservación de los lienzos, sino «mejorar la experiencia de la visita». Es verdad que hacer fotos sin flash en nada perjudica a la pieza expuesta, pero es un incordio para el que ha pagado una entrada encontrarse con colas y aglomeraciones por culpa de esa explosión del culto al yo que es todo selfi.
La casa-museo Soane de Londres es aún más estricta y exige a quien se acerca a sus salas apagar el móvil y depositar en bolsas de plástico transparente cualquier artículo personal.
En otros lugares es el propio sentido común el que impone, si no la prohibición de hacerse fotos, sí al menos el comedimiento. Sobra decir que no es muy respetuoso hacerse un selfi en el campo de concentración de Auschwitz. Aunque parezca de perogrullo recalcarlo, los propios responsables de las instalaciones, donde fueron asesinadas más de un millón de personas, se vieron obligados a subrayarlo.
Una escena que sorprende al visitante del Louvre es la legión de personas que intentan hacerse una autofoto con la 'Gioconda' al fondo, lo que obliga a los autores de la imagen a posar de espaldas al cuadro. Por cierto, el museo parisino figura en el puesto octavo de los lugares que más aparecen en Instagram, por delante de la Sagrada Familia de Barcelona (15) , aunque por detrás de Central Park y la torre Eiffel, que encabezan la clasificación.
A veces las fotos en los museos están desterradas por razones monetarias. Es frecuente que algunas pinacotecas desautoricen las cámaras para preservar los derechos de propiedad intelectual.
Singular es el caso del Reina Sofía. Sus responsables aceptan las fotografías en su interior salvo en la sala que alberga el 'Guernica'. El actor Pierce Brosnan montó un buen lío cuando se sacó un selfi con el cuadro de Picasso de fondo, lo que provocó la reacción airada de los usuarios de redes sociales, que lo consideraron poco menos que un ultraje. El centro salió enseguida al quite y aseguró que la imagen de 007 contribuyó a dar conocer el museo en el mundo.
El selfi como obra de arte Manila, Budapest y Los Ángeles son algunas de las ciudades que cuentan con museos del selfi. No es raro en un mundo donde cada día se comparten en las redes sociales un millón de selfis.
259 personas han perdido la vida cuando intentaban hacerse un autorretrato. La estadística está referida a los años comprendidos entre octubre de 2011 y noviembre de 2017. La cifra quintuplica el número de fallecidos por ataques de tiburón.
9 de cada diez españoles se hacen un selfi diario en sus vacaciones. Casi la mitad (el 45%) comparten fotos con familia y amigos, y tres de cada diez las publican en las redes sociales.
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