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JAVIER PEÑALBA
Lunes, 11 de diciembre 2017, 19:12
José Manuel Rodríguez Valderrama es agente de la Ertzaintza. Pertenece a la 17ª promoción y acaba de ascender a cabo. Lleva quince años en el cuerpo. Es, además, voluntario de la Cruz Roja en San Sebastián desde hace un cuarto de siglo. Su profesión le ... lleva a mantenerse siempre atento a cualquier eventualidad, a cualquier contratiempo que pueda suscitarse alrededor suyo. La experiencia que acumula además en el ámbito sanitario le permite distinguir antes que nadie quién está en riesgo. Josema, como le conocen sus allegados, no tardó, por tanto, en detectar las dificultades respiratorias que tenía un niño de diez años que acababa de atragantarse con un trozo de calamar en un bar. El agente se dirigió hasta el menor, le cogió entre sus brazos y presionó repetidas veces su caja torácica. Tres golpes bastaron. «Al tercero, el chaval consiguió expulsar la porción de cefalópodo que le impedía respirar. Fue una satisfacción para todos, ya que la situación se estaba complicando y el chico empezaba a adquirir una coloración un tanto cianótica», señaló ayer el policía vasco a este periódico.
Sucedió en Jaca, sobre la una y media de la tarde del sábado. «Estaba con mi familia. Habíamos ido a pasar al puente. A esa hora nos encontrábamos en el bar L’airera. Cerca había un grupo de personas, también guipuzcoanas, varios matrimonios con los niños que, al igual que nosotros, estaban tomando algo», relata José Manuel Rodríguez.
En un bar abarrotado de personas, en medio del bullicio, el agente detectó movimientos que despertaron su interés. «Vi a alguien levantarse bruscamente y poco después cómo un adulto introducía los dedos en la boca de un chaval para extraerle algo. El menor tenía signos de asfixia. Comenté los hechos con mis familiares. Les dije que algo estaba sucediendo y recuerdo que mi hermana me dijo: 'vete a ver qué pasa'».
El policía, adscrito desde hace ocho años a la Unidad de Tráfico de Gipuzkoa, se dirigió apresuradamente hasta la zona del bar donde el padre del menor y un amigo suyo intentaban que el niño recuperase la respiración. Josema no dudó. Cogió al chaval, lo abrazó y empezó a practicarle la maniobra de Heimlich. «Le di dos golpes pero seguía igual. En el tercero, sin embargo, la presión que realicé fue más profunda y la pieza que obstruía las vías salió. El chico empezó respirar sin dificultad».
Fue un instante de enorme liberación, de descarga de la tensión acumulada, especialmente por parte de los padres del niño y sus allegados. «La verdad es que el tema se había puesto bastante mal. Cuando le sujeté, el chico tenía ya signos evidentes de asfixia. Presentaba un color un tanto morado. Sin embargo, en cuanto pudo respirar, se recuperó enseguida. Ni siquiera fue necesario poner los hechos en conocimiento de los servicios sanitarios», relata el agente.
Josema reconoce que pese al corto periodo de tiempo que duró el incidente, la tensión fue máxima. «Es que los familiares del niño no lograban extraer el trozo de calamar y la situación se complicaba de forma rápida. Por suerte, todo quedó en un susto».
Con el ambiente ya relajado y el niño en perfectas condiciones, los padres se acercaron hasta la mesa en la que estaba el policía. «Ambos me dieron las gracias y el padre me comentó que menos mal que estaba allí. Y preguntó que dónde había aprendido a realizar la maniobra. Le expliqué que era voluntario de la Cruz Roja desde hace veinticinco años y que también era agente de la Ertzaintza. Le conté que en el trabajo nos adiestran para poder efectuar esta clase de asistencias».
También el chaval se lo agradeció. «El pobre estaba aún asustado. Me dio la mano y las gracias. 'Eskerrik asko', dijo. Estaba apurado». El dueño del establecimiento, también correspondió la actuación del policía autonómico.
El agente que salvó al chico asegura que la familia del menor era guipuzcoana. «Desconozco en qué localidad reside. Estaban viendo el partido que disputaban el Eibar y el Getafe. Hablaban en euskera».
Josema reconoce que es la primera vez que se ve en la necesidad de realizar una maniobra de Heimlich. «Es la parte más satisfactoria de nuestro trabajo. Ver a un chaval que está en una situación de riesgo y que por algo que tú has hecho se recupera, es reconfortante. De no haber salido todo bien, es fácil imaginarse el drama que podía estar ahora viviendo esta familia», señala.
Josema Rodríguez opina que todo ciudadano debería tener conocimientos en materia de primeros auxilios. «El padre me dijo que le explicase cómo lo había hecho. Y después de decírselo, comentamos lo importante que sería que todos tuviésemos conceptos básicos de socorrismo. No digo que sepamos poner una vía, pero sí la maniobra de Heimlich o una reanimación cardiopulmonar».
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