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«Lo importante del camino es no quedarte atrapado, seguir avanzando». A duras penas, sinuosamente, pero continuar. Es el lema de cabecera de Elixabete García y una idea que quiere grabar a fuego a sus hijos, un pequeño hombrecito de 7 años y una niña ... que en abril cumplirá 3. Es a lo que se agarra cuando arrecia el primer temporal sobre Bizkaia. Entonces coloca la mano en el termostato, lo regula a 15 grados y se conjura una vez más para «quitármelo de donde sea, pero que mis hijos no pasen frío». Continuar, a veces, es cosa de héroes.
Los radiadores de la casa se alimentan con bombonas. «En las semanas de invierno gastamos dos, que nos cuestan unos 26 euros». El lujo de no pasar frío está reservado a los pequeños. «Si estoy sola, no la enciendo. Me pongo una bata o una manta encima. Eso sí, cuando salgo para la escuela a recogerles, la arranco para que se vaya templando». Elixabete tiene 37 años y habla de todo con una madurez cosida a cornadas de la vida. Tiene un piso de alquiler humilde cerca de la Plaza de la Cantera. Una casa «ya vieja y fría» en la que «hay días que sale vaho cuando respiras en la cocina». Cuesta 600 euros al mes. Sus dos hijos y ella subsisten gracias a los 1.100 euros de la Renta de Garantía de Ingresos y al complemento de vivienda. Quedan 500 para todos los gastos y sólo las bombonas se llevan más de 100 euros en esta época del año.
«Tengo todo muy medido. En verano es otra cosa porque juegas con un pequeño margen. En estos meses no te puedes permitir una merienda fuera de casa, ir al cine un día o unos churros, porque te juegas no tener dinero para el Olentzero. La semana pasada tuve que ir al hospital de Basurto porque el mayor se despertó a las cuatro de la mañana con un dolor de estómago muy fuerte. Esos 16 euros de los dos taxis me han roto. He tenido que cambiar el billete de 50 de los imprevistos». «Si voy al súper, compro lo que ellos necesitan y lo que sobra para mí».
La vida de Elixabete no fue siempre así. Sonríe cuando se recuerda trabajando de camarera en Alicante, ganando un buen sueldo y enamorada todavía del padre de su hijo. Aquellos seis años de vacas gordas que vivió en el sur parecen un sueño. Elixabete nació en el mismo barrio donde nos recibe, entre Cortes y San Francisco, en el gran arcoíris de razas de Bilbao. «En mi familia no faltó de nada hasta que un día mi padre, que era muy currante y pintaba torres de alta tensión, tuvo que dejar de trabajar por un problema en la piel. Yo tenía nueve años. Ahí empecé a notar la falta de algunas cosas. Y mi madre empezó a ir a la iglesia de 'Sanfran' y a Cáritas a pedir ayuda».
La misma puerta a la que llamaría ella muchos años después. Había sido cocinera, limpiadora, camarera y cuidadora de mayores pero, embarazada del segundo, se vio sin ingresos. Pidió la RGI, pero debía esperar a cumplir tres años de padrón por haber pasado un tiempo fuera. «Vivía en Barakaldo y llegó un momento en que no podía pagar el alquiler. Podría haberme quedado en aquella casa a la brava, pero no quería hacerles eso a los propietarios, que eran muy buena gente y me habían rebajado 50 euros para ayudarme». Entonces Cáritas le tendió la mano, le ayudó con los trámites de las ayudas y le brindó un piso de acogida donde pasó dos años. «Estoy muy agradecida. Sola te da igual comer un trozo de pan. Pero cuando tienes hijos todo se ve diferente».
Elixabete García es el vivo retrato de quienes peor lo están pasando. Mujeres solas, con hijos, con las que las ayudas sociales resultan insuficientes. Lo dice Cáritas y Save The Children, entre otros. La encuesta de pobreza que confeccionó el Gobierno vasco en 2016 calculó que más de 189.000 vascos, un 8,6% de la población, no puede mantener su domicilio a la temperatura adecuada en los meses de invierno. «Si no existiera Hargindegi (el centro de Cáritas en la plaza de Cantera), no sé qué habría sido de mí. Aquí me han apoyado, también en lo psicológico, porque una situación de estas te pasa factura. Te acabas viendo muy mal. Aquí me han recordado lo que valgo, que esto le puede pasar a cualquiera».
Sus dos hijos «no se dan cuenta» de las dificultades económicas. Ella les hace conscientes de «que no se puede derrochar agua porque hay gente que no tiene» y que «no hace falta una Play». Pasan mucho tiempo jugando en la calle y retrasan la hora de volver a casa. Hay una bici apoyada en la entrada. «Se les ha quedado pequeña y se la vamos a dar a alguien que la necesite», cuenta Elixabete. La rueda de la solidaridad, la misma que hace que la ropa se reutilice, sigue su curso. Pequeños gestos que hacen girar el mundo.
Hay cosas a las que prefiere no dar muchas vueltas. «A veces me pregunto sipodrán ir a la universidad. No lo sé. Ahora estamos en... sobrevivir». Avanzar contra viento y marea. Abrirse camino contra pronóstico. Continuar, esa tarea de héroes.
«Se habla de pobreza energética y es una forma de contarlo, pero la pobreza no tiene apellidos. Quien no puede pagar el gas y la luz, también pasa problemas con el alquiler, recorta en comida y renuncia al ocio». Para Carmelo Corada, portavoz de Cáritas, «influye que el precio de la energía se ha disparado en los últimos diez años pero creemos que la pobreza es algo poliédrico. Las familias sufren carencias en muchos ámbitos». «Sucede lo mismo con la pobreza infantil. Hay pobreza familiar y el niño la padece.De hecho, los padres renuncian normalmente a lo que haga falta para que el niño pueda tener un desarrollo normal», añade. A su juicio «se está asentando la pobreza estructural. Tenemos niveles peores que antes de la crisis y nada apunta a que eso vaya a cambiar».
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