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Raimundo y su burra Margarita EFE

así protesta un alcalde y una burra para que no se olvide la españa rural

El Piscolabis ·

Una versión soriana de 'Platero y yo' recorre los caminos para evitar el fin de los pueblos

jon uriarte

Sábado, 30 de marzo 2019, 00:43

Margarita es blanca. Y guapa. Con una belleza que trasciende al reino de los burros. Pero no la han elegido para lucir banda de Miss. Lo suyo es otra cosa. Cargar reivindicaciones. Las de las gentes de los pueblos dejados. He dicho bien. Antes de ... estar abandonados, sufren la desidia y el olvido de eso que llaman «la gran capital». También aquí han leído bien. Hasta las capitales de provincia pierden paisanos. Lo de la metrópoli con alma de planeta único no es futuro sino presente. Solo que en lugar de usar burra, se emigra en coche, en tren o en avión. Y llegará un día que el último cerrará la puerta y nos habremos ido todos a la ciudad de ciudades. A una, grande y nunca libre. He ahí la paradoja. Cuanto más apretados y peor respiramos, más nos juntamos. Y mientras tanto, el campo se muere. Por eso pienso en Margarita. Sigue los pasos de Raimundo. Un hombre que hace lo contrario a la canción de Gabinete. Se va de Soria. Volverá, pero antes quiere contar su historia. Y nosotros le vamos a ayudar.

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Raimundo Martínez Vicente es alcalde de Torrubia de Soria. El jueves hablamos con él. Pide a la Administración un autobús que conecte Soria con Calatayud y enlazar allí con el AVE. Este domingo concluirá su viaje-protesta en Madrid, donde participará en la manifestación 'La Revuelta de la España Vaciada'. Su idea era viajar solo. Cree que así evitará sustos en las carreteras.-Cuanto más grande el grupo más posibilidad de que un coche se lleve a alguien por delante-pensó. Pero un amigo le prestó la burra y le dijo-Necesitarás que te ayuden a llevar la comida, el agua y la tienda de campaña-. No cayó en saco roto el consejo. Y Margarita se incorporó a la aventura. Llegados aquí debo confesar algo. Tuve un amigo burro. Se llamaba Periko. Trabajaba como animal de carga en los años rurales de mi familia. No quiero aburrirles. Pero déjenme que les cuente un par de cosas.

Pasados los años, fue vendido a un vecino de malas pulgas y luego a otro de mejor trato. Pero odiaba ser explotado. Así que cada mañana, minutos antes de que el amo despertara, se las ingeniaba para abrir la puerta de la cuadra y escapar antes de que el gallo cantara. Llegó a derribar puertas con un sutil golpe y soltar cuerdas a base de dentelladas. Atado y solo desde entonces, sus días transcurrieron a la intemperie con la única compañía de los niños. Así que lo incluimos en nuestros juegos. Nos encantaba montar sobre él. Jamás nos tiró al suelo ni provocó el mínimo conflicto. Parecía feliz. Pero un maldito día nos dijeron que ya no era útil y que sería sacrificado. Nadie imaginó lo que sucedería a la mañana siguiente. Periko había mordido la cuerda que le tenía preso, coceado la puerta hasta romperla y liberado al resto de los animales. Y tras ello, desapareció para siempre. Quien sabe. Quizá aquél burro gris y flaco viajo de Bizkaia a Soria, se lio con una burrita guapa y blanca. Y, con los años, nació una biznieta suya. No sería de extrañar. Margarita tiene cara de saber mucho. Incluidos secretos de familia. Quizá se los cuente a Raimundo. Tiempo les sobra. Este domingo llegarán a Calatayud para que él suba al AVE que le llevará hasta Madrid y así poder asistir a la manifestación de 'La Revuelta de la España Vaciada', convocada por Soria ¡YA! y Teruel Existe. En realidad representan a todos los pueblos. Y, que nadie lo olvide, a todas las gentes.

Alguien de noble cuna me dijo una vez que todos tenemos huellas de alpargatas en la puerta. Toda persona tiene un pasado aldeano. Y eso vale para todos y para todas. Incluso para quienes lo desprecian o se avergüenzan. Yo no. Me siento orgulloso de mi ayer. De aquellos días en que, subido a una higuera, construía castillos en el aire de la temprana primavera. De las mañanas en que caminaba por mágicos caminos otoñales que aún no lograba apreciar. De las tardes invernales de sábado cargado con la cantina de leche, que me habían dado en el caserío de la única vecina con vacas. De las noches en las que buscaba, linterna en mano, los mejores huevos del gallinero. Y luego, mientras veía el 'Hombre y la tierra', escuchar de fondo el crepitar de la chimenea y aspirar el aroma a pimiento verde que llegaba de la cocina. Ahora me doy cuenta de todo aquello. De lo que tuve y se fue. De los tiempos en que era niño y reinaba en un mundo donde respirar aire puro no era un privilegio sino algo normal. Olvidar a los pueblos es borrar nuestro pasado. Y abandonarlos, un suicidio. Si esto es la globalización, perdón por la palabra, me cago en ella. Al final va a ser verdad que el único burro tonto es el de dos patas.

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