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Enrique Pérez y Emiliano Álvarez, ayer en el campus de la UPV de San Sebastián. íñigo royo

Pederastia en el seno de la Iglesia: «Había abusos sexuales todas las noches»

Emiliano Álvarez y Enrique Pérez son dos víctimas de sacerdotes pederastas. Ayer contaron su experiencia en San Sebastián en una jornada sobre justicia restaurativa

Miguel Ángel Mata

Martes, 29 de junio 2021, 01:26

«Aquello era un nido de pederastas. No eran casos aislados. Había al menos tres curas que abusaban de nosotros. Había abusos todas las noches. Cuando nos metíamos en la cama, se paseaban por los cuartos. Habitaciones enormes, con unos 80 chicos en cada una. ... Algunas noches hacían la ronda y se iban. A otro cuarto. Entonces sabías que podías dormir tranquilo. 'Hoy no me toca a mí', pensabas. También cuando veías que la luz de la linterna se paraba en la cama de otro. Entonces contábamos qué catre era para saber a quién le había tocado esa noche. Todos sabíamos lo que pasaba, pero no hablábamos de ello».

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Emiliano Álvarez, un leonés de 54 años, relató ayer en San Sebastián el horror que vivió entre los 10 y los 12 años en el Seminario Menor San José de La Bañeza (León), donde en los últimos años se han denunciado varios casos de abusos sexuales a menores entre los años 60 y 90. Entre ellos, el suyo. En sus años de esplendor, el centro llegó a contar con más de 600 seminaristas.

«Veías acercarse la luz, hasta que el cura se paraba junto a ti, te bajaba la sábana y los pantalones, y te tocaba. En mi caso incluso me llegaron a hacer felaciones», rememora 45 años después. Corría el curso 1975-76 y Emiliano ingresó en el seminario con 10 años. «Empezaron a abusar de mí a los seis meses de entrar». El martirio duró dos años y medio, hasta que decidió fugarse. Para suicidarse. «No podía más. Estuve horas asomado a un pozo, convencido de tirarme y acabar con todo».

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Este vecino de la comarca de El Bierzo participó ayer en la 'Jornada sobre abusos sexuales de menores en instituciones religiosas: respuestas restaurativas desde la victimología', organizada por los investigadores Josep María Tamarit (Universitat Oberta de Catalunya), Noemí Pereda (Universidad de Barcelona) y Gema Varona (UPV/EHU), que aprovecharon el simposio para presentar las conclusiones de un estudio que han realizado entre 2018 y 2021 sobre esta materia con un centenar de entrevistas a víctimas y clérigos.

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El informe concluye que los abusos que se han producido en España durante décadas en el seno de la Iglesia «eran de carácter grave, con entre un 30% y un 50% de casos con penetración y prolongados en el tiempo». «Nada que ver con la idea que tienen algunos de que en el ámbito eclesiástico los abusos han sido menos graves», sostuvo Pereda.

Práctica «institucionalizada»

Una tesis que corrobora Emiliano. Denuncia que su seminario «era el destino al que derivaban a los clérigos sobre los que llegaban a las autoridades eclesiales denuncias por abusos sexuales». Hace cuatro años, cuando contó su caso tras destaparse otro en el mismo centro, definió el lugar en el que estudió como «un burdel, en el que nosotros éramos los chaperos». Por eso cuando oye que la Iglesia Católica acaba de admitir en abril la existencia de 220 casos de abusos sexuales en España desde 2001, y salvando el desfase de tiempo, se le escapa una mueca de incredulidad. «En mi seminario éramos más de 400, y fuimos muchos, si no todos o casi todos, los que sufrimos los abusos. Era una práctica institucionalizada», recalca.

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Unas experiencias traumáticas que no son inocuas. Emiliano ha vivido una existencia difícil, marcada por las drogas, la delincuencia y «otros cuatro o cinco intentos de suicidio». «Mi vida ha sido un desastre», reconoce. Ahora está «limpio» tras dejar las drogas hace 10 años. Pero su mente no se ha curado. «Aún tomo antidepresivos. Esto no se supera nunca», admite.

No se atrevió a contar a nadie su terrorífico pasado hasta 2017, cuando se animó a denunciar los hechos porque «no podía vivir con esto. Hasta entonces solo lo sabía mi hermano, porque también estudió en ese seminario». Acudió al vicario judicial, a denunciar a sus tres presuntos agresores. Uno de ellos fue apartado dos años después tras una segunda denuncia contra él de otro exseminarista de La Bañeza.

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Emiliano encontró en las autoridades eclesiales lo que otros muchos afectados, el intento de ocultación. «Me hicieron firmar un papel en el que me comprometía a no hacerlo público. Me dio igual. De ahí fui al Diario de León. No se puede confiar en la justicia de la Iglesia».

Un informe concluye que los abusos registrados en España durante décadas «eran de carácter grave y prolongados en el tiempo»

«Nos pilló un seminarista»

Si Emiliano denuncia unos abusos a menores a gran escala, el caso de Enrique Pérez es más íntimo. Nacido en Burgos y ahora residente en Mallorca, sufrió los abusos cuando tenía 12 años y vivía en Zaragoza. «Era un chico con autoestima baja y vi en la religión una salida. Fui a confesarme a un reputado miembro de la Iglesia, conocido por mi familia, y a contarle mi intención de ingresar y ser misionero. Su respuesta fue que no tratáramos ese tema en el confesionario, que fuera por la tarde a su celda. Ese mismo día empezó a toquetearme».

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Enrique ha plasmado su experiencia en el libro 'Las tardes escondidas'. Una obra que nació como una carta dirigida a su hijo en la que se sinceraba y le hacía partícipe de su pasado cuando se aproximaba a la edad en la que él fue víctima del 'padre Javier'.

«Como tantos otros chicos apocados, no estaba acostumbrado a decir 'no', y no supe pararle cuando me abordó ni poner límites más adelante». A diferencia de Emiliano, no puede asegurar si su agresor tenía otras víctimas. «Le pregunté si yo era el único y me dijo que había un monaguillo que había pasado por su celda», tiene como única referencia. Los abusos no duraron mucho. «Un día entró un seminarista y le pilló cuando me tenía desnudo. Al poco tiempo le trasladaron a un convento de monjas en la otra punta de España».

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Rememora aquella época como una etapa marcada por el sentimiento de culpa. «Me veía como un pecador, temía ir al infierno. Pero no te atreves a acudir a otro sacerdote». No se lo contó a sus padres, que apreciaban a su acosador. «Mi padre murió sin saberlo y a mi madre se lo dije cuando ya sufría de demencia». La primera en saberlo fue «con 18 o 19 años una compañera de clase que hoy es mi mujer».

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