Lo había anunciado su entorno más cercano. En plena explosión de contagios sin precedentes por covid, con la Atención Primaria desbordada y forzada a cambiar los protocolos de seguimiento, decenas de miles de vascos confinados, los hosteleros en pie de guerra y las Navidades arruinadas, ... el tradicional mensaje de Nochevieja del lehendakari tenía vocación de ser más personal que institucional y, sobre todo, pretendía huir de la «autocomplacencia».
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Y, efectivamente, la alocución de Iñigo Urkullu de este mediodía ha evitado recrearse en triunfalismos. Más bien al contrario, el lehendakari, con mascarilla en los jardines de Ajuria Enea y una puesta en escena sobria y sin adornos, ha incidido en una visión autocrítica de la gestión que el Gobierno vasco está haciendo de la pandemia, que va ya por su sexta ola sin indicios sólidos sobre cuando podrá darse por superada. Urkullu ha reconocido que no está siendo «fácil» mantener el «equilibrio» entre la salud pública, la salud emocional, la económica y la social y ha entonado el 'mea culpa': «Asumo las críticas recibidas, comprendo y comparto la desazón por no poder ofrecer soluciones y certezas ante esta pandemia que es una prueba de esfuerzo permanente».
En esa línea, y con los sectores más castigados por las últimas restricciones adoptadas en mente, el lehendakari dice ser «consciente» de las «consecuencias» de las medidas que limitan aforos y horarios en la actividad no esencial y ha prometido «atender» las demandas de comerciantes, hosteleros y del sector del ocio que exigen como mínimo compensaciones por las millonarias pérdidas.
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«Humildad» es la palabra más repetida del discurso de fin de año, un perfil buscado deliberadamente por un Urkullu muy consciente de que en estos momentos es el blanco de las iras y frustraciones de buena parte de la ciudadanía y de que, al haber asumido la toma de decisiones pese a resistirse a ello durante semanas y a sus constantes e infructuosas peticiones a Moncloa para que dotase a las autonomías de un paraguas jurídico común, está expuesto al desgaste que hasta ahora ha logrado conjurar en las encuestas. Para no echar más leña al fuego, el lehendakari ha evitado sacar pecho como hizo Pedro Sánchez esta semana en su balance navideño y ni siquiera ha entonado las habituales loas a la excelencia de Osakidetza.
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Mucho menos aún se ha metido en jardines políticos y no ha hecho una sola mención a nada que no fuera la pandemia, el espíritu solidario y emprendendor del «pueblo vasco» para hacerle frente y el «compromiso» de las instituciones para permanecer ancladas en «la moderación, la estabilidad, la transparencia y el rigor» en estos tiempos de «incertidumbre y desconocimiento» sobre la evolución del virus.
Dificultades Asume que no es «fácil» mantener el equilibrio entre salud pública, emocional y económica
Citas al lehendakari aguirre Evita mencionar nada que no sea la pandemia y apela a la «corresponsabilidad» para superarla
Pérdidas millonarias Dice ser consciente de las «consecuencias» de las restricciones y promete «atender» a los afectados
Prioridades «Humildad» fue la palabra más repetida del discurso, que se centro en el «bienestar general»
Sin luz al final del túnel «Todavía sabemos poco de la pandemia y seguiremos afectados por diferentes variantes»
Velada crítica «No existe vacuna para el populismo y la demagogia», lamenta
No ha hablado Urkullu de nuevo estatus ni de autogobierno, tampoco de perspectivas de crecimiento económico o de logros o retos de su Ejecutivo más allá de la emergencia sanitaria. No ha habido referencias a la oposición ni a los partidos del Gobierno y sí al lehendakari Aguirre como referente y guía en tiempos convulsos. Suyas fueron todas las citas que empleado Urkullu en su mensaje, que le han servido para incidir en la importancia de la «corresponsabilidad individual y colectiva» para apuntalar el «bienestar general» y el «bien común» –auzolana, el santo y seña de su Gobierno– como únicas prioridades, junto a la salud pública, de la Euskadi de 2022.
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Además de la imposibilidad de ofrecer soluciones tras casi dos años de pandemia, Urkullu también ha asumido haber fallado a la hora de hacer pedagogía social sobre las exigencias a las que obliga el covid y ha reconocido, en primera persona, que «no he sabido explicar» a la sociedad «que debemos aprender a vivir con el virus presente durante un largo tiempo y que debemos aprender a vivir de otra manera». Es decir, ha venido a admitir que se han alentado las expectativas de la población sobre el final de una pesadilla que, en realidad, ni ha acabado ni se sabe cuándo lo hará. «Todavía sabemos poco de esta pandemia, debemos seguir concentrados en el día a día, analizando la situación y la evolución del entorno», ha constatado, convencido de que hasta que no se vacune al conjunto de la población mundial «seguiremos afectados por diferentes variantes».
Con todo, el lehendakari ha considerado que su Gobierno ha mantenido el compromiso «con la salud y la vida de cada persona» y ha alertado contra un mal de nuestros días, para el que, dice, «no existe vacuna», el «populismo» y la «demagogia» ante «una realidad que nos afecta a todos por igual», una queja velada ante los reproches de sus rivales políticos.
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Pese a todo, Urkullu ha querido transmitir un mensaje de «esperanza» y confianza en que Euskadi superará la sexta ola y sus consecuencias con el 'colchón' que da tener ya un Presupuesto aprobado para 2022. Según su visión, el «humanismo positivo», el sentimiento de «comunidad» y la «cohesión social» saldrán «reforzados» del embate.
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