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EFE
Opinión

Sánchez en Ajuria Enea

Análisis ·

El lehendakari Pradales tiene la encomienda de extraer todo el rendimiento posible del autogobierno realmente existente en Euskadi, sin distraerse con la vindicación de las transferencias pendientes

Sábado, 27 de julio 2024, 00:03

La visita del presidente Pedro Sánchez al lehendakari Imanol Pradales, después de que el miércoles se trasladase a Barcelona para reunirse con Pere Aragonès, denota un repentino interés por estrechar vínculos con dos de sus aliados más relevantes, después de que Junts por una parte ... y EH Bildu por la otra parecieran acaparar su atención, aunque fuese a través de intermediarios. El gesto devuelve el protagonismo a Euskadi y al PNV. Pero solo por unas horas. El beneficiario directo de la investidura no tiene más remedio que dividirse en encuentros, citas, llamadas, mensajes, detalles en el discurso parlamentario y enviados especiales que permitan a todos sus socios sentirse parte. Aunque no sepan exactamente de qué, ni durante cuánto tiempo.

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Sánchez no está como para decir que 'no' a nadie, exceptuando a Vox si acaso. Pero tampoco está como para decir que 'sí' a todos y a todo. No puede prodigarse en el reparto de distinciones de singularidad a partir de criterios etéreos a demanda y, al mismo tiempo, retratarse intentando infructuosamente distribuir menores no acompañados proporcionalmente a la población de las autonomías, a su aportación relativa al PIB español, o al peso del gasto social en cada comunidad.

Ni Euskadi ni Ajuria Enea pasan por alto la crónica de una semana en la que Pedro Sánchez no se ha visto capaz, siquiera, de deslizar promesas en voz propia. Todo cuanto se relata sobre el entendimiento y la gobernabilidad en Cataluña es especulativo. Todo cuanto se refiere a un pronto cumplimiento de las previsiones del Estatuto de Gernika suena reiterativo. Con la notable diferencia de que allí la Generalitat corre el riesgo de seguir empantanada y empantanando al Gobierno central. Aquí dependemos de nosotros mismos, porque resulta más importante el haber del autogobierno realmente existente que el debe de una serie de transferencias pendientes.

«Cordialidad y confianza». «Colaboración y cooperación». Faltaba más que no las hubiera, cuando el PNV continúa siendo uno de los socios más fiables para Madrid, y gobierna las instituciones vascas junto al PSE. La gestación anunciada de una comisión bilateral permanente entre ambas administraciones, de un rango político superior a la jurídicamente ordinaria, suscitará sus pegas por eso del reparto ventajista de las singularidades. Se pretende con ella aproximarse un tanto al nivel, ya internacionalizado, de la escenificación soberanizada de la Cataluña independentista negociando en Ginebra con los enviados de Sánchez. Una cuestión prescindible de dignidad para un autogobierno notablemente superior como el vasco. Sin parangón en los Veintisiete de la Unión Europea y en el resto de las democracias.

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La carrera soberanista tiende a evaluar las atribuciones propias no por lo que valen para la comunidad, sino porque se diferencien al alza de las que poseen o reclamen las demás. Una dinámica que se vuelve aún más absurda cuando recurre a argumentos identitarios. Solo que Euskadi ya está en la cima.

Los vascos tendemos a la autosatisfacción. Hasta esa quinta parte de nosotros que se dice radicalmente disconforme con cómo repartimos lo que tenemos se encuentra, en realidad, bastante por encima de la mitad de la tabla. Las 29 transferencias pendientes son importantes en su respectiva medida. Pero mucho más relevante es que las instituciones vascas extraigan el máximo rendimiento social de las que manejan desde hace décadas. El autogobierno no se basa en el acopio nominal de competencias, sino en la ejecución más certera de las que tiene razones para ostentar.

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