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Cualquiera que salga de casa en Euskadi en estas jornadas bulliciosas previas a la Navidad, puede encontrarse dos realidades aparentemente contrapuestas. Es fácil toparse con las bocinas, megáfonos y pancartas de alguna de las numerosas protestas laborales que claman por la adecuación de los salarios ... al galopante incremento del coste de la vida. Pero, a la vez, los bares y restaurantes desbordan de gente, es difícil reservar mesa de aquí a Nochebuena y el ocio ha vuelto a lo grande a niveles prepandémicos. «Hay razones objetivas para protestar, sobre todo la elevada inflación y la pérdida de poder adquisitivo de los salarios, pero también subjetivas. Al mismo tiempo, queda claro que éste no es un país en bancarrota, aunque el pacto social dé muestras de debilitamiento», analiza el catedrático de Sociología de la UPV, Ander Gurrutxaga.
Esa doble realidad proyecta sobre Euskadi un fenómeno curioso. La acumulación de conflictos sociales y laborales hace augurar un fin de año caliente en una sociedad vasca que, al mismo tiempo, según el último Sociómetro, no se muestra especialmente pesimista sobre los nubarrones provocados por la guerra de Ucrania. Un 68% de los encuestados calificaba hace apenas dos meses la situación económica en Euskadi de «buena» o «muy buena», un porcentaje que descendía al 24% si se preguntaba por lo mismo pero en España. Una porción idéntica de vascos, casi siete de cada diez, decían ser entre «bastante» o «muy optimistas» sobre el futuro. En el conjunto de España, el CIS ha arrojado recientemente otro dato para la reflexión: solo un 16,7% de los españoles cree que la situación económica del país es buena, pero si se pregunta por las perspectivas a nivel individual, la cosa mejora: el porcentaje de quienes ven «bueno» el estado de sus finanzas personales asciende al 59,9%.
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Esta disociación entre lo colectivo y lo individual lleva a preguntarse por las razones «subjetivas» que han convertido la calle en un hervidero, además de una incontestable realidad: la pérdida de peso evidente de los convenios y las «tensiones» entre una patronal que aboga por la contención salarial mientras se publican los beneficios de las empresas energéticas o la banca. De hecho, el principal quebradero de cabeza de los vascos son los «problemas ligados al mercado de trabajo»: un 52% los cita, aunque en 2015 se batió el récord: 84 de cada cien los nombraban.
«Los sindicatos están organizados, tienen una larga tradición de cómo plantear conflictos y saben que obtienen con ello resultados razonables», analiza Gurrutxaga. Mucho más claro era un consejero del Gobierno vasco, en privado, esta misma semana: «ELA ha hecho de la huelga su instrumento principal de negociación. Ahí pesan los intereses corporativos y los intentos de remover». Y, efectivamente, en pleno período concentrado de elecciones sindicales, si la central mayoritaria (que las acaba de ganar en la planta de Mercedes en Vitoria) acciona la palanca el resto de agentes sociales tienden a seguirle.
Es lo que ha sucedido, por ejemplo, en el Metal, donde CC OO, UGT y LAB, por un lado, y ELA, por otro, han cerrado esta semana cinco jornadas de huelgas. Un «éxito», en su opinión, que obliga a negociar a la patronal, con un seguimiento del 85% y paradas en empresas como Gestamp -con convenio propio en el que se vinculan los salarios a la inflación- que han forzado a Mercedes a paralizar su producción. A esa movilización se suman las tres jornadas de paro anunciadas por el sector de ayuda a domicilio en Bizkaia, las protestas y paros en el comercio... Nada nuevo en una Euskadi con larga tradición de conflictividad laboral: no en vano, concentra el 30% de todas las huelgas de España en los últimos quince años, un porcentaje que se disparó al 41% en el arranque de este 2022 por el bloqueo de la negociación colectiva ante el alza del IPC.
La patronal guarda silencio para no perjudicar las mesas abiertas pero fuentes empresariales coinciden en señalar los acuerdos que sí se han podido alcanzar este año -cerca de una quincena- y el mantenimiento de la inversión y el empleo pese a la tormenta. Las medidas de protección social se han visto reforzadas con un acuerdo amplio sobre la RGI. Esta misma semana, además, ha sido prolija en datos esperanzadores: el paro en Euskadi se ha situado en la cifra más baja desde enero de 2009. A ese récord de cotizantes se suma el aumento de la contratación indefinida, que han representado este último mes en el 25,3% del total. Los propios sindicatos, o algunos, admiten brotes verdes. El secretario general de UGT, Raúl Arza, califica de «grave» el conflicto del Metal, pero pone en valor datos como el de los contratos indefinidos, «que significan que la gente pueda tener un proyecto de vida o firmar una hipoteca». Las subidas a funcionarios y pensionistas tampoco le pasan desapercibidas. «Hay gente que no sufre la crisis, es cierto, pero la decisión del BCE de elevar los tipos ha venido a perjudicar a los más débiles», lamenta.
Además, el sector público está revuelto, a lo que contribuye otro elemento más de la tormenta perfecta, la cercanía de las elecciones de mayo. De ello dan fe las movilizaciones alentadas esta semana por ELA, LAB y Steilas -se repetirán el próximo 14 de diciembre- contra una ley, la que derivará del pacto educativo en el que confluyó el 90% del Parlamento, que ni siquiera ha iniciado su tramitación. En Osakidetza, tras los conflictos por la fusión de la cirugía cardiaca de Basurto y Cruces o del centro de transfusiones de Galdakao, se anuncian nuevas curvas tras la destitución de la cúpula del hospital Donostia. «La protesta organizada es una cuestión característica de Euskadi, con unos sindicatos que ocupan un rol de presión muy fuerte. Aunque la inflación baje, la cesta de la compra sigue carísima, lo que genera un malestar y una incertidumbre que la tensión política contribuye a caldear. Y los sindicatos juegan esa baza», analiza la politóloga Eva Silván. Además, la revisión de los marcos legales, como sucede en Educación, contribuye a crear una dinámica de «ganadores y perdedores». Hasta las elecciones, la tensión está servida.
«El pacto social se está debilitando pero no somos un país en bancarrota», dice el sociólogo Ander Gurrutxaga
Los empresarios inciden en el mantenimiento del empleo y la inversión y en la quincena de acuerdos cerrados este año
Hay récord de cotizantes y las propias centrales admiten brotes verdes, por ejemplo, en el aumento de la contración indefinida
«Los sindicatos, con un rol de presión muy fuerte en Euskadi, juegan la baza del malestar», apunta la politóloga Eva Silván
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