david guadilla
Viernes, 15 de abril 2022, 00:33
Con un discurso de extrema izquierda que pesca en el descontento social, en los movimientos antivacunas y que sintoniza con las tesis de Vladímir Putin, las juventudes disidentes de la izquierda abertzale han encendido las alarmas en todos los partidos. La propia dirección de Sortu ... analiza con preocupación la capacidad de estos colectivos para penetrar en un tejido social que siempre han mantenido bajo control y poner en aprietos a Ernai, las juventudes 'oficiales'.
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La demostración del creciente protagonismo que están alcanzando estos colectivos se visualizó el pasado sábado en un mitin que realizó Andoni Ortuzar en Azkoitia en el marco del Egi eguna. Rodeado de jóvenes, el presidente del PNV dedicó parte de su intervención a criticar a Isabel Díaz Ayuso, pero el grueso de su mensaje tuvo otro destinatario. Los «revolucionarios de salón», que «se creen la nueva reencarnación del proletariado» y que, según Ortuzar, «tantos dolores de cabeza» están dando a los dirigentes de Bildu.
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Bajo la marca Gazte Koordinadora Sozialista o a través de los denominados Consejos Socialistas, han sido capaces de desplazar a Ernai en algunas localidades y barrios concretos. Aunque fue creada de forma oficial en 2019, GKS se convirtió en el paraguas bajo el que se han movido otros grupos, muchos de ellos nacidos en gaztetxes, o vinculados con el mundo estudiantil y universitario.
De hecho, una de las principales canteras de este movimiento es Ikasle Abertzaleak, una organización que durante décadas ha compartido estrategia y en muchos casos militancia con las juventudes 'oficiales' de la izquierda abertzale, desde los tiempos de Jarrai, pero que nunca han pertenecido a la estructura orgánica. Desde octubre de 2019 las relaciones están rotas. Para intentar recuperar ese espacio, la izquierda abertzale puso en marcha otra marca, Ikama, con un éxito más bien relativo.
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A lo largo de los últimos años los críticos han ido cogiendo diferentes banderas para atraer a simpatizantes. Las primeras estaban vinculadas de forma clara con la tradición histórica de la izquierda abertzale: el propio fin de la violencia, la exigencia de una amnistía generalizada para los presos de ETA -algo descartado desde hace tiempo por Sortu y por el propio EPPK-... Esas reivindicaciones se mantienen, pero la irrupción de la pandemia y la guerra de Ucrania se han convertido en un campo de cultivo perfecto para extender su discurso antisistema.
La extensión del pasaporte covid a finales del año pasado les sirvió para hablar de control social y con la invasión rusa han enfatizado su discurso de extrema izquierda y 'antiOTAN'. En los dos casos, el objetivo es llevar al límite los difíciles equilibrios sobre los que se mueve la izquierda abertzale oficial. Según la retórica de los disidentes, Ucrania sería un estado «nazi» y todo lo que está sucediendo sería por culpa de Estados Unidos. Un mensaje muy similar al que algunos sectores de extrema izquierda mantenían en los noventa en la antigua Yugoslavia apoyando a Slobodan Milosevic. La aparición de pintadas con la letra Z, símbolo de las tropas de Putin, en un albergue de Bilbao que aloja a refugiados ucranianos estaría vinculado a estos grupos. El problema para la línea oficial es que, sin llegar a esos extremos, parte de su militancia comparte estos argumentos.
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Aunque la dirección de Sortu trata de relativizar su importancia y ningunearles, la realidad es que la preocupación existe. El mensaje que se ha trasladado a Ernai, que este fin de semana tiene asambleas, es que ha llegado la hora de poner pie en pared y que GKS no les puede seguir comiendo terreno. En el punto de mira están las fiestas de verano y un elemento clásico: las txosnas. Lo que Sortu ha trasladado a Ernai es que deben evitar al máximo la instalación de barras vinculadas con GKS. Una directriz que puede llevar al máximo la tensión dentro de un movimiento como el juvenil donde las posturas más radicales siempre han tenido más éxito. No es casual que uno de los sitios donde más peso tienen los radicales es en el campus de Vitoria, donde ha habido varios incidentes.
En el entorno de Sortu no ocultan su malestar con un movimiento que, a su juicio, «es ajeno a la tradición histórica de la casa». «Esto no lo hemos oído aquí desde los años sesenta», afirma un veterano dirigente. El principal temor, y no sólo en la formación liderada por Arkaitz Rodríguez, es que el clima de descontento social alimente todavía más a estos colectivos.
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