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Tengo algún conocido entre los llamados 'creadores de opinión' que en estos días ha anunciado a bombo y platillo que dejaba para siempre X, siguiendo la estela de algunos reputados medios de comunicación que empiezan a desmarcarse de la vorágine «desinformativa» y «tóxica» que domina ... la red social nacida como Twitter y rebautizada a partir de su adquisición por el magnate y próximo ministro para la «eficiencia» en Estados Unidos, Elon Musk.

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Su razón para irse, publicada en la misma plataforma digital a modo de despedida solemne, es que esta se ha convertido, a manos de su nuevo propietario, en una réplica del infierno del Dante, una fosa séptica plagada de bulos, calumnias, insultos y palabras malsonantes, donde el algoritmo manipulador de conciencias hace de las suyas y campan a sus anchas los bots de ultraderecha, como antes lo hicieran los de ultraizquierda.

Ya no recordamos si alguna vez la vida en Twitter discurrió tranquila, pero sí que desde que se convirtió en X nunca más hubo paz. Y, sin embargo, no deja de ser curioso que ninguno de los que ahora aborrecen el fango y abrazan la pulcritud reconozca hasta qué punto él mismo ha contribuido, durante el tiempo en el que ha permanecido activo en esta red social, al desarrollo de tan insalubre y degenerado ecosistema digital, propiciando y protagonizando intensos debates, innecesariamente acalorados, de alto voltaje ideológico que se enmarcan dentro de eso que se ha dado en llamar «la batalla cultural», orientada a crear estados de opinión favorables al bando ideológico en el que se milita, dentro de un mundo de odiadores, cada vez más polarizado y hostil.

Quienes se van de X suelen aterrizar en otras plataformas, esperando encontrar un paraíso de espíritus afines, hasta que se percatan de que no les es rentable porque, seamos sinceros, ¿qué sería de muchos de estos desertores digitales sin los 'trending topics', las guerras de 'fandoms' y las publicaciones pasivo-agresivas en las que se enfangan con sus tuits?

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Ahora dicen que se marchan porque no soportan el clima de agresividad que se respira y porque el algoritmo no les es favorable. Aunque también los hay que deciden quedarse en plan resistente, como Pablo Iglesias o el ministro Óscar Puente, esgrimiendo el argumento de que «si tú te vas, el espacio lo ocupan otros».

Pero lo más fascinante de estos anuncios no es la muy respetable decisión de irse o de quedarse, sino que lo que debiera de ser un acto privado, como el de abrirse una cuenta, se convierta en una 'performance' de trascendencia pública e intención moralizante. «Gracias a todos por estos años, pero ya no le encuentro sentido a seguir aquí», declaran con cierta superioridad intelectual, enfermos de importancia, quienes se van de X, como quien abandona un barco que se ha ido a pique. Aunque no cierren su cuenta para no perderse de nada y por si toca volver, dejando un rastro de migas de pan hasta sus otras redes sociales, porque un 'influencer' jamás muere, solo migra, y conviene que los 300 millones que se quedan sepan bien dónde encontrarle.

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