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Ajusta el objetivo. Céntrate solo en la imagen, en el instante que deseas captar. Olvida el resto: ruidos, personas... Estáis solos tú y ella, el fotógrafo frente a la instantánea perfecta. Esa que publicaría una revista. La de lugar destacado en tu álbum y ... tu memoria. Tú eres el cazador paciente, obstinado. Ella la presa hermosa, impecable. Espera a la luz perfecta. Has viajado hasta tu destino solo por eso aunque, ya que estás allí, sería tonto no aprovechar la ocasión para visitar el entorno. ¡Concéntrate! Queda pulsar el botón, escuchar el sonido que pone final a la espera. ¡Clic!
Imposible no pasmarse ante esta maravilla de las Merindades, su puente natural de roca dejaría atónito al mejor arquitecto. Por debajo discurre el río Nela. Callado, susurrante si acaso. Fray Valentín de la Cruz, cronista oficial de la provincia, se refirió a él como hecho por el dedo de Dios. La aldea alberga también el Palacio de los Brizuela (XV-XVI), emplazado sobre un otero y flanqueado por dos torres rectangulares en los extremos. La iglesia de San Pelayo, de origen románico, con curioso tímpano decorado en el que aparece un caballero luchando contra una serpiente. Si te gusta el senderismo, el pueblo está rodeado de naturaleza por la que andar tras haber firmado la fotografía. Coinciden allí parte de la cordillera Cantábrica, el valle del Ebro y la meseta castellana. Una de las sendas más populares lleva a la Cascada de la Mea, a solo media hora.
Buitres leonados sobrevuelan las rocas talladas por el río Irati. Dicen que el diablo construyó en el paraje un puente cuyos restos contemplas todavía. Que los franceses lo derribaron en 1812, durante la Guerra de la Independencia. Cierto o no, hasta el mismísimo Satanás caería rendido ante esta estrecha garganta. Reserva natural, de sus paredes de piedra, ajadas por grietas como arrugas en un rostro, surgen árboles y arbustos. Se negaron a abandonar el lugar, de hecho, lo abrigan. Una vía verde recorre sus 1.300 metros, anticipio del Pirineo oriental navarro. Marcan el largo de una formación que eleva su altura hasta los 150 metros, coronados también por quebrantahuesos. Transcurrir de siglos forjó el paisaje, millones de años de paciente erosión. El agua fluye constante. Hace su trabajo sin prisa. En ella beben zorros, jabalíes, tejones y alimoches vigilados de cerca por tomillo, espliego y ollaga que buscan cobijo entre la caliza. Caminado en busca de la mejor foto atravesarás dos túneles, de 167 y 206 metros.
El lugar sobrecoge, embriagado por el entorno natural y el trío de signos cristianos que rompen la línea del horizonte. Para asomarte a esta preciosa balconada y completar tu misión fotográfica has de tomar el camino que nace en Santuario de Urkiola y se extiende hasta el Vía Crucis. Atravesarás un bonito hayedo y podrás contemplar en la ruta la ermita de Santo Cristo. El desfiladero de Atxarte y panorámica sobre Durangaldea aguardan al fondo. Toma aire, por suerte es puro. Llena los pulmones mientras las vistas consiguen el mismo efecto con el alma. Ayúdate del panel de interpretación para descubrir qué montes te rodean. Después, si te apetece andar, ya sabes… tipi tapa, tipi tapa por cualquiera de las rutas del parque natural.
La perspectiva buena para la imagen se toma desde abajo de la calle del Camino Real. Parece de postal. Los balcones de madera lucen excelsos, embellecidos por flores y plantas. Adornan con su color las típicas casas montañesas de piedra. El pueblo cuenta además con torreones góticos atravesados por dos arcos ojivales. Nació en el camino tradicional del Besaya desde Castilla. Escudos y capillas adornan las fachadas de los siglos XVII y XVIII. Pertenecían a familias como los Terán, Bustamante, Obregón, Ceballos... aunque quienes dominaron la zona fueron los Manrique, condes de Castañeda, a quienes los Reyes Católicos concedieron centralizar la administración de justicia para el valle de Toranzo y lugares próximos. En un blasón puede leerse la leyenda: «Antes que Dios fuera Dios y los peñascos peñascos, los Quirós eran Quirós y los Velasco Velasco y la de estas armas de Obregón tan bellamente adornadas hijas lexitimas son de las batallas ganadas al rey moro de León». Dato curioso: Benito Pérez Galdós elegiría el pueblo como escenario de «Marianela».
Las marionetas son ideales, nos retrotraen a la infancia, a una época feliz en la que soñar resultaba sencillo y creer disparatadas historias pura realidad. Este museo de Tolosa cuenta con distinguida colección. Reúne personajes traídos desde diversos países, confeccionados gracias a técnicas de manipulación de títeres. Niños y adultos abren mucho los ojos al verlos. Adoran los de países asiáticos. También las marionetas americanas, africanas y europeas. En total suman 1.850 muñecos. La mayoría nacieron en la segunda mitad del siglo XX, pero existen exquisiteces heredadas de las sombras chinas que se remontan a los siglos XVIII y XIX, más otras de hilo del mismo país, creadas en el XIX.
La Sierra Salvada regala rincones como este. Allí las cimas de Tologorri, Ungino y Eskutxi se reflejan en el espejo del agua que acumula el embalse de Maroño. Prepárate para una jornada natural. Disfruta de los caminos. Puedes llevar la comida, bocata o tupperware y aprovechar las mesas del merendero. No especialmente frecuentado, el lugar pertenece al municipio de Ayala, que vive protegido por Gorobel, la cordillera escarpada de roquedos verticales. El reverdecer de praderas se acumula junto al embalse mientras los lucios nadan a sus anchas. Observan desde debajo del agua a las aves migratorias que vuelan sobre pinos y robles. Son varios los aficionados que se acercan hasta allí para pescar. Tú solo tendrás que busca el mejor punto donde materializar la foto.
Esta vez no buscamos la foto del antiguo islote sino la de las tremendas escaleras. Un total de 241 peldaños que deben salvar los visitantes de San Juan de Gaztelugatxe para subir hasta la ermita y sentirse Daenerys en Rocadragón. Capta el detalle de las piedras, la larguísima perspectiva de esta escalinata que zigzaguea como una culebra. Después, puedes disfrutar del rincón vizcaíno catalogado Biotopo Protegido. Escenario de historias sobre piratas, un bravo Cantábrico la envuelve. Entre Bakio y Bermeo. Recuerda, en esta ocasión priorizamos el puente que une la costa con este pedazo de tierra desprendida hacia el mar. Revisa al final de los escalones la huella que, aseguran, dejó allí San Juan Bautista. Forma parte de estos interminables peldaños que has venido a congelar gracias a tu cámara.
Su intenso colorido llama la atención. Las casas de Pasajes de San Pedro parecen salidas de un cuento, habitadas por princesas, elfos y nomos, aunque en realidad sus antiguos moradores vivieran principalmente del mar. La instantánea que conforman llamaría la atención en cualquier guía turística, por algo el pueblo es uno de los más visitados en tierras vascas. Todos queremos pasear frente a su estrechura, imaginando la existencia de aquellos hombres y mujeres de mar, gentes del Cantábrico que salían a la carrera para hacerse con ballenas o con los clientes en el agua. Para cazar al enorme mamífero y a los capitanes de barcos nada acostumbrados a navegar a través del complicado puerto de Pasajes. Es un lujo pasar delante de las fachadas abiertas a la ría, alegres a pesar de la vida dura. Repletas de balcones. Hogares aún en pie que cuentan viejas historias. Imperdonable no aprovechar la visita para reservar mesa en uno de los restaurantes, donde pedir pescado.
La imagen es curiosa. Burros, gentes, un caballo y un perro dibujan siluetas con el paisaje al fondo. Al norte, Pamplona y montañas pirenaicas. Al sur, tierras de cereal y pueblos medievales cargados de historia. Sus cuerpos de chapa transitan en procesión, sobre una altura de 770 metros. Tal vez cansados, siempre hacia adelante. Para cumplir una promesa o dar las gracias por un favor. Recuerdan el paso de peregrinos hacia Santiago. Recién dejada atrás la capital navarra, dirección a Puente la Reina. Comitiva de fieles de distintas épocas, deambula junto a molinos de viento. El nombre del conjunto escultórico deja claro a quién homenajea: 'Monumento al Camino'. Lo firma Vicente Galbete quien, tal vez, nunca sospechó la cantidad de fotos que se harían de su obra. Un texto inscrito añade: «Donde se cruza el camino del viento con el de las estrellas».
Blanco de sal, no de nieve, aparecerá en la imagen que encuadras. Terrazas níveas que dibujan un paraje curioso. El Valle Salado de Añana concentra cultura y paisaje. Recuerda al turista que antiguamente la riqueza se medía en este elemento pues resultaba indispensable para conservar la comida y en muchos procesos industriales. Por eso su posesión inició guerras y obligó a firmar la paz. Sirvió como excusa para matar, destruir pueblos y también crearlos. El oro blanco surgía de manantiales de salmuera modificando con este brote el entorno. Creó en Añana una arquitectura peculiar que ciega los ojos, más de siete milenios de historia en los que convivieron innovaciones tecnológicas con la tradición de los salineros. Una visita guiada lo explica todo.
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