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gAIZKA OLEA
Jueves, 21 de noviembre 2019, 00:02
Un sentimiento ambivalente invade al visitante cuando se asoma a las calas situadas en el oriente de Mallorca. Uno mira las ensenadas Ferrera, Esmeralda, Mitjana o Figuera y piensa que el paraíso tendría que ser así, lugares apacibles, frescos, de aguas insultantemente limpias y ... transparentes, y no como son ahora, repletas de construcciones. De acuerdo, los edificios que las rodean son más bajos, de diseños mediterráneos y fachadas blancas. No hay chiringuitos cutres, ni música estridente. Pero... pero al visitante se le ocurre que aquellos eran lugares duros, de campesinos pobres sometidos a señores feudales que extraían lo posible de una tierra áspera. Y que en tiempos no tan remotos los piratas de una u otra bandera atracaban allí antes de emprender sus fechorías.
Cómo llegar Cala d'Or, punto de partida de esta excursión, se encuentra a unos 70 kilómetros de Palma de Mallorca.
El litoral este de la más grande de las Baleares es fascinante pese a todo y durante los meses en los que el calor ya no castiga ni a los locales (que admiten que es insoportable) son una buena ocasión para recorrerlas una a una, admirar el perfil de los roquedos que enmarcan las calas y darse un bañito más o menos en solitario. Parece una buena opción para conocer un sector de Mallorca menos castigado por el turismo masificado y las construcciones.
Empecemos por dos calas vírgenes (las hay, aún existen los milagros), las que forman el parque natural de Mondragó. Hay algún chiringuito, pero todo se perdona cuando se alcanza a pie sus arenales bien protegidos tras dejar el coche unos 500 metros tierra adentro. Mondragó y S'Amarador permiten entender, quizá con pena, cómo era esta deslumbrante isla antes del boom.
Cala Figuera, un poco más al sur, es otra cosa, pero allí la mano del hombre no ofende. En el pasado, los pescadores aprovecharon su perfil y sus aguas calmas para instalar allí las casetas de sus barcas de pesca. Hoy se puede caminar por la orilla, aunque algunas de las rampas por las que las barcas entran o salen de sus 'garajes' están tan cerca del mar que hay que pasar frente a ellos chapoteando. La ensenada, de unos 250 metros de profundidad, es de una belleza irreal y perfecta para la fotografía o la contemplación.
Dos calas vecinas más al norte dan el ejemplo perfecto de lo que es esta comarca. Esmeralda y Ferrera se encuentran cerca de Porto Petro, con su espectacular rada, enorme para lo que hay en la zona, con su puerto, y de Cala D'Or, con su muestrario de yates de lujo. Se pueden ver de cerca por el paseo que rodea las embarcaciones. La envidia hacia los que más tienen es algo humano, demasiado humano. Salvo que seas propenso al mareo.
Decíamos que las calas Esmeralda y Ferrera representan bien lo que es el litoral oriental, una imagen de postal desde todos los ángulos. Pero, volvemos a los peros, los chalets han invadido el terreno hasta el mismo acantilado. Si el visitante busca un paseo marítimo que se olvide; no lo hay, y asomarse a las calles que enfilan al mar no hace más que incrementar el disgusto (o el cabreo) por los desmanes urbanísticos pasados, presentes y futuros. Otras dos grandes ensenadas (Porto Cristo y Porto Colom) merecen la pena una visita sin prisas por el placer de un paseo relajado y una cerveza en la terraza más adecuada, pero es aconsejable entrar en cada desvío que señale una cala porque las que aparecen en el camino hacia el norte son también espectaculares.
Y así hasta llegar a Capdevera, con el faro al que cantaba Serrat, su animado paseo marítimo (aquí si lo hay y está lleno de restaurantes y bares) y su vida de pueblo, algo que sigue siendo posible incluso en Mallorca. La ascensión al faro es obligatoria tras un corto desplazamiento en coche por una carretera estrecha, pues abre las vistas al litoral norte, menos poblado, y a Menorca. De regreso, nos detendremos en el pueblo de Capdevera, a unos cinco kilómetros tierra adentro, para visitar su castillo y las murallas, que alberga un encantador museo sobre la cestería, oficio al que se dedicaban buena parte de los vecinos.
Inturotel Cala Esmeralda
Hotel 'only adults' recién reformado y situado en un paraje espectacular, junto a la cala del mismo nombre. Habitaciones espaciosas (aunque uno se pregunta por qué alguien prefiere que los armarios se cierren con cortinas en vez de con puertas), buenos balcones, tranquilidad, un buffet decente, dos piscinas y una terraza situada sobre la misma playa. A unos diez minutos a pie de la animada Cala d'Or, con su puerto, sus restaurantes y sus bares. (Carrer de Cala Esmeralda, s/n. 971657111. www.inturotel.com ).
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