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En el último año las palabras confinamiento, aislamiento y hasta eremita se han vuelto de uso común, tal vez como nunca antes en su historia; al menos porque ahora han sido muchos millones de habitantes del planeta las que las han pronunciado. Pero hubo un ... tiempo en que ciertas personas buscaban confinarse, aislarse, volverse ermitaños –casi siempre se esgrimían razones religiosas, pero no hay que descartar otras, como la necesidad de dejar de verle el jerolo al vecino y andar un poco por libre–, y sus huellas son visibles hoy en muchos rincones muy cercanos.
En Valdegovía, en Álava, hay unos cuantos puntos indispensables para entender aquella forma de vida. Cuevas excavadas en la roca, en montes y desfiladeros, disimuladas a ojos inexpertos entre las copas de los árboles, recuerdan esas vidas difíciles y apartadas de todo lo que no fueran Dios y naturaleza.
Hay que apuntar estos nombres: Tobillas, Corro y Pinedo. A San Martín de Valparaíso, en un barranco alejado de la carretera principal que une las otras tres localidades, lo dejamos para otro día. Precioso, lo es, pero quedarse con tres de las paradas de esta ruta por los eremitorios ya es bastante. La visita empieza por Tobillas, que, yendo por la A-2622 desde Villanueva de Valdegovía –donde está la oficina de turismo–, sería el último de los pueblos. Aquí hay una iglesia que presume de ser la primera erigida por los cristianos en todo el País Vasco. Darle un rodeo es ver, o intuir, las distintas etapas constructivas desde la mitad del siglo IX y pasando por el románico hasta las sucesivas reformas realizadas a lo largo de los siglos para adaptarla a los nuevos tiempos y para que pueda mantenerse en pie. A algunas de las cabecitas de animales talladas en piedra bajo el tejado se les ven hasta los dientes.
Un caminito va desde el centro del pueblo hasta las cuevas excavadas en una elevación entre los árboles, fuera del núcleo. Hay que saltar al campo, subir un poquito por el bosquecillo, seguir un sendero que va pegado a las entradas de las cuevas. Que sus habitantes allá por los siglos VI y VII tenían que pasar frío, eso seguro, pero que encontraron paz, también.
Las de Tobillas son cuevas pequeñas si se comparan con las siguientes en el camino, las de Corro. Están también alejadas del pueblo –merece subir y bajar las cuestas, ver los restos del molino de agua– pero en realidad justo al lado de la carretera, casi junto a un merendero. Solo hay que andar unos minutos hacia el interior, donde ya se empinan las laderas y empieza el bosque.
Esto ya tiene pinta de casa, o de iglesia, y de cementerio. Se ven aberturas como puertas y ventanas, dentro hay una buena altura en una de las cuevas y se aprecian excavados en la roca lo que fueron nichos, armaritos y apoyos de vigas seguramente. En la necrópolis, las siluetas de varios cuerpos. Fuera, la brisa agita las copas de los árboles y los pajaritos ponen la banda sonora a estas cuevas de los Moros hoy como hace cientos de años.
En Pinedo, pueblito al que se llega desviándose de la carretera principal –en territorio burgalés por un rato– por la A-4334 y después por la A-4335, el alojamiento se talló en la Peña de Santiago, a un cuarto de hora a pie del centro, y allí sigue. Hay más estancias, en dos alturas. Es como un túnel del tiempo que alguien ha interpretado ya. Dicen que abajo se vivía y arriba se rezaba. También que fueron habitadas hasta muchos años después de su construcción, hasta el siglo XVIII. De nuevo la naturaleza es tan importante como la huella del trabajo humano.
En el Batzoki de Villanueva de Valdegovía (La Iglesia, 1. 945353650), ponen de todo y tienen buena terraza con vistas de un entorno que atrae a cientos de caravanistas porque por los alrededores se puede pasear, escalar y descansar bien. En Bóveda, más allá de Tobillas, está la casa rural Neithea (Camino Campo, 13. 945356011), que tiene restaurante. Y en Lalastra, en el Parque Natural de Valderejo, Valderejo Etxea (Calle Real, 2. 945353085) es un seguro de buena comida.
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