Tras la experimental 'Lux Æterna' y la aclamada 'Clímax', Gaspar Noé estrena su última apuesta en algunas salas selectas, días antes de lucir directamente como lanzamiento indispensable en el menú de Filmin. Es más accesible que sus anteriores obras, menos transgresora
Quizás no sea le mejor película para un verano caluroso, por lo emotiva, y a ratos áspera en su exposición, pero 'Vortex' empieza precisamente con un canto a la vida, con los protagonistas brindando en la terraza, en un ático, emanando una luz que contagia, ... entre los tejados de la ciudad. Una secuencia llena de luminosidad, en contraposición a lo que vendrá a continuación, como reflejan otras películas de su máximo responsable, duras para la retina. Las escenas se suceden cambiando de plano por corte yendo a negro, como si fuesen instantáneas fotográficas, todo un tratado de principios. Cuando empieza el relato, una vez presentados los personajes, la pantalla se divide en dos. Gaspar Noé no deja jamás indiferente. Su cine despierta filias y fobias y su última propuesta no iba a ser menos. Tras la más experimental 'Lux Æterna', ha decidido escarbar en nuestras conciencias, o más bien en nuestra existencia, para describir escrupulosamente los últimos días de una pareja de ancianos que se profesan amor eterno, algo que gusta mucho al director de la excelente 'Enter the Void'. Le da la mano a 'Amor', de Haneke, con dos rostros excepcionales frente a la cámara, el excelso Darío Argento y Françoise Lebrun. Un dueto impensable, unir a la conocida actriz francesa, que deslumbró en su día con su aplaudido trabajo en 'La mamá y la puta', y el creador de culto de piezas maestras del giallo italiano como 'Suspiria' o 'Phenomena'. Los fans de este último pueden verlo en una faceta inimaginable.
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El séptimo largometraje del francoargentino transita de nuevo por derroteros estéticos inesperados, aprovechando esa pantalla partida en dos que fugazmante se apaga del todo. No estamos ante un realizador acomodado. Una misma escena es dividida con una barra negra, justo en medio, subrayando el distanciamiento o la incomunicacion. Siembra la incertidumbre, mientras la mayor parte del metraje ofrece dos acciones diferentes, interconectadas, con la fragmentación de encuadres. Los ancianos protagonistas viven sumidos en un ocaso existencial que se extiende a su alrededor, afectando a su vivienda y al resto de la familia. Ella tiene problemas de alzhéimer, él sobrevive con las arterias a la puertas del colapso. La decadencia es el tema que atraviesa el filme, un trabajo audaz, reflexivo e incómodo. Aparentemente, 'Vortex', presentada en Cannes, ganadora del premio a la mejor película de la sección Zabaltegi-Tabakalera del Festival de San Sebastián, se antoja más contenida que los anteriores proyectos del artífice de la desconcertante y violenta 'Irreversible', pero no por ello deja de agitar conciencias, con un mensaje agrio tras una travesía dolorosa. Noé se muestra tan humano como siempre, a su manera, pero más accesible y realista. Medita sobre la vejez y la soledad, como mejor lo sabe hacer, con imágenes contundentes, respondiendo a una cuestión personal: el impacto de la muerte de su propia madre. «Ya he hecho films con los que los espectadores han pasado miedo, se han puesto cachondos o se han reído», señala el director en una entrevista. «Esta vez quería hacerles llorar tan fuerte como yo lo he hecho, tanto en la vida como en el cine».
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