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Opinión

Hijes de un dios menor

Nuestra sociedad apuesta por el respeto de todos los derechos y libertades. Y si no, está la ley para defenderlos

Txema Oleaga Zalvidea

Senador del PSE-EE por Bizkaia y portavoz en la Comisión de Justicia del Senado

Viernes, 23 de agosto 2024, 00:03

Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y, de paso, también a sus mujeres. Esto está totalmente justificado porque estas, comunistas y anarquistas, predican el amor libre. Ahora, por lo menos, sabrán lo que ... son hombres y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen».

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Estas deleznables palabras fueron pronunciadas por Queipo de Llano, general golpista franquista, enterrado con todos los honores en la basílica de la Macarena en Sevilla, el 10 de marzo de 1951, hasta su salida en noviembre de 2022, permaneciendo todo este tiempo en un lugar destacado del templo.

Me vino esta imagen a la mente (y al corazón) cuando leí unas palabras del obispo de Bilbao, Joseba Segura, el pasado día 15 durante su homilía ante el alcalde y una representación de la Corporación municipal y otras muchísimas personas en la basílica de Begoña, en relación con las personas trans.

Según recogen los medios de comunicación, afirmó en su discurso que no se puede construir una identidad fuera del cuerpo en el que se nace (EL CORREO). Y añadió, según este mismo diario, que los cambios de género amenazan la dignidad recibida por Dios en el momento de la concepción.

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Afortunadamente, este tipo de discursos casi no tienen repercusión en nuestra sociedad, cada vez más alejada de estas manifestaciones y que apuesta por un mundo más inclusivo y donde se respeten todos los derechos y libertades fundamentales. Ya hemos mantenido fuertes debates en el pasado sobre los asuntos más variopintos. Y si hacemos un ejercicio de memoria, algunas de esas polémicas pretéritas nos pueden parecer inconcebibles hoy. Pero lo cierto es que se dieron y generaron en su día divisiones y desencuentros.

Invariablemente, la soberanía del pueblo no se ha arredrado ante las admoniciones de los púlpitos

Por citar algunas, recuerdo la ley llamada del divorcio, aprobada el 7 de julio de 1981; la despenalización del delito de interrupción voluntaria del embarazo, de 5 de julio de 1985, o el matrimonio igualitario, de 3 de julio de 2005. Y en la pasada legislatura, la ley de eutanasia, en la que tuve el inmenso honor de participar durante su tramitación en el Senado por encomienda de mi grupo parlamentario.

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En todas y cada una de esas ocasiones, la voluntad divina parecía diferir de la voluntad popular y en algún caso se llegó a poner sobre la mesa la posible excomunión de quienes votasen a favor de aquellas normas y su consecuente expulsión de la comunión de los fieles. He llegado a leer que algún prelado comparase la interrupción voluntaria del embarazo con el terrorismo.

Invariablemente, la soberanía del pueblo no se ha arredrado ante las admoniciones de los púlpitos. Desde que en el Renacimiento se llegó a la conclusión de que el poder no emanaba de los cielos, sino que reside en el pueblo, la cosa parecía clara. Sin embargo, la obtención de derechos y libertades no ha sido fácil y los retrocesos basados en prejuicios y doctrinas ultraconservadoras, una constante en nuestro país. Las personas trans son ahora el objeto de deseo de quienes no quieren reconocer estos nuevos derechos, pese a la expresión clara de la representación popular.

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Y para muestra, un botón. La presente ley trans aprobada por las Cortes Generales la pasada legislatura fue votada por partidos que cuentan con 25 de los 29 ediles del Ayuntamiento de Bilbao. Solo el PP se opuso.

Lo que pretende esa ley, y otras muchas semejantes en varios niveles legislativos, es abordar una problemática seria y dar una respuesta a un sufrimiento humano real y tangible. Aquí no hablamos de frivolidades como el culto a un cuerpo bello o la aspiración de jugar en nuestro Athletic, sino de emocionarnos ante el dolor inmenso de seres humanos que, en muchas ocasiones, acaba en el suicidio, y de arropar a esas familias que viven la angustia inmensa de no saber cómo ayudar a un ser querido.

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En fin, no puedo saber los designios del Cielo, pero apostaría a que prefiere a estas criaturas que sufren para dignificar sus templos que a crueles y salvajes expresiones del mal. Y si no es así, en todo caso, está la ley para defender sus derechos. Una ley que es su dios menor.

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