Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad», se corea en 'La verbena de la Paloma' desde finales del siglo XIX. Ahora los avances tecnológicos alcanzan una ... velocidad meteórica, como sucede con la inteligencia artificial. En una sociedad tan digitalizada los códigos que sesgan sus algoritmos resultan indescifrables. El analfabetismo digital prolifera entre las generaciones más veteranas y quienes cuentan con menos recursos. Estamos ante una nueva desigualdad, la brecha digital, que se añade a las tradicionales.
El impacto de la inteligencia artificial no puede calibrarse a medio plazo porque su evolución se acelera vertiginosamente. Hasta hace nada no contábamos con ese ChatGPT cuyas prestaciones nos asombran e inquietan al mismo tiempo. No hay que demonizarlo, pero tampoco sería sensato idolatrarlo. Un uso certero puede incentivar nuestra creatividad, pero su abuso podría finiquitar nuestra inventiva.
Recabar sugerencias para escribir un relato, entresacar ideas para componer una partitura o refinar datos para un dictamen médico puede espolear nuestro discernimiento. Pero siempre cabe dejarse tentar por la ley del mínimo esfuerzo y pretender encontrarnos con todo hecho. Eso propiciaría plagios y remedos indiscernibles que darían al traste con los originales. ¿Podrían competir artistas, cineastas o ensayistas con las ingeniosas combinaciones aportadas por ese sofisticado e infatigable cachivache?
Con todo, el problema no es que la inteligencia artificial pueda suplantarnos en unas u otras tareas. La cuestión primordial es a quién se asemejará. ¿Tendrá un aire de familia con ese paradigma neoliberal representado por el 'homo economicus'? ¿O se parecerá más bien a su contrafigura, ese animal simbólico y empático que ha permitido evolucionar a la especie humana? Se diría que uno u otro derrotero dependerá del contexto sociopolítico cuyos datos absorba y procese la inteligencia artificial.
Si la inteligencia artificial alimenta sus algoritmos mediante nuestras navegaciones en internet, percibirá una imagen muy sesgada por el sensacionalismo que vehiculamos en las redes para conseguir mayores audiencias, tal como hacen los medios de comunicación audiovisuales y digitales. Publicamos eslóganes impactantes y relegamos cuanto requiera una mínima reflexión. Delegamos nuestra memoria e imaginación en ciertas aplicaciones y nos dejamos tutelar por quienes las manejan. Resulta cómodo no tener que pensar o decidir por cuenta propia.
Los renglones de la inteligencia artificial quedan pautados en su diseño y su sesgo matricial marcará una u otra hoja de ruta. Corremos el riesgo de que respondan a intereses muy determinados y solo busquen optimizar la productividad o el beneficio a cualquier precio, segregando a la ciudadanía en dos castas bien diferenciadas, la del exitoso ganador y el despreciable perdedor. Así lo balizaría esa eugenesia economicista de un despiadado mercantilismo que beneficia únicamente a unos pocos privilegiados.
Nos gusta creer que con la inteligencia artificial podremos resolver nuestros grandes problemas estructurales como hacer una sociedad más justa, revertir los estragos del cambio climático y alcanzar el sueño del poshumanismo. Entendemos que una máquina dotada con un potencial extraordinario será más objetiva e infalible que nosotros, cuando en realidad lo que nos hace más humanos y agentes ético-políticos es precisamente nuestra fragilidad e imperfección. De ahí se derivan nuestra fecunda interdependencia y la reconfortante solidaridad.
Equivocarnos y aprender de nuestros errores nos permite no suscribir los intolerantes dogmatismos que castigan sin piedad al discrepante. Deberíamos procurar que la inteligencia artificial tuviera esas cualidades tan humanas regladas por una mirada ética y no verla como una nueva deidad que pudiera despreciar a su torpe creador al encontrarlo incompetente. Nuestra convivencia se fundamenta en el criterio contractual de la liberigualdad, puesto que nuestra libertad tiene como límite las libertades ajenas, mal que le pese a esa teoría ultraneoliberal cuya pretensión es ampliar unas libertades individuales en detrimento de otras.
Estamos a tiempo de diseñar una inteligencia artificial que no escriba con inescrutables renglones torcidos y sea un instrumento al servicio del ser humano en lugar de lo contrario. La XXI Semana de Ética y Filosofía Política congregó a expertos europeos e iberoamericanos con el tema 'Ética, democracia e inteligencia artificial'. Sus debates testimoniaron que los filósofos morales tienen mucho que decir sobre los impactos cotidianos de la inteligencia artificial.
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