«Ojo por ojo y el mundo se quedará ciego. Nadie puede hacer el bien en un espacio de su vida mientras hace daño en otro» (Gandhi)
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El mundo no sabía qué hacer con quienes lograron sobrevivir a los horrores del Holocausto y de la ... Segunda Guerra Mundial. Se rindieron grandes homenajes a las víctimas ausentes y los memoriales no han dejado de proliferar. Sin embargo, era muy complejo retrotraer los derechos de propiedad, como demostró en un territorio mucho más acotado la reunificación de Alemania y la devolución a los alemanes occidentales de algunas propiedades del Este. Había millones de personas desplazadas vagando por Europa y no se sabía bien qué solución dar a ese pueblo judío convertido por el nazismo en chivo expiatorio de todos los males.
Recurriendo a la historia se dividió Palestina en dos territorios, uno árabe y otro judío. Israel comienza su andadura como Estado con una guerra que gana contra todo pronóstico y luego amplía su territorio ganando militarmente nuevos conflictos bélicos. Así se conquista la tierra prometida, expandiéndose mediante una progresiva colonización que desplaza sin miramientos a quien no sea de la misma tribu. De aquellos polvos iniciales provienen los ahora muy sangrientos lodazales.
Una organización terrorista comete un acto de barbarie absolutamente condenable que la comunidad internacional no puede tolerar. Pero al menos desde Beccaria sabemos que la Justicia penal no equivale a venganza, como sin embargo sí respalda cierto pasaje bíblico. Afortunadamente las democracias deliberativas al uso no se rigen por códigos religiosos, como las teocracias totalitaristas que discriminan entre los creyentes y el infiel. Por eso resulta inapropiado que un jefe de Gobierno clame venganza como si fuera su misión invocar semejante semilla del odio.
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Arrasar Gaza y arrinconar aún más a la población allí hacinada solo conseguirá sembrar cizaña donde no escasea. Los críos que han visto morir a sus familias en medio de un bombardeo necesitan tener expectativas vitales razonables porque, de lo contrario, el único sentido que darán a su vida será vengarse del agresor, iniciando un círculo muy vicioso que cercena el futuro de todas las partes implicadas. Hay que perseguir a los terroristas, pero quienes custodian el weberiano monopolio de la violencia como representantes del Estado israelí deben respetar unas reglas o arriesgarse a ser expulsados del concierto de las naciones. Está prendiéndose una mecha en un polvorín muy peligroso y todo puede saltar por los aires en los frágiles equilibrios de una geopolítica mundial que cada vez cuenta con menos asideros incuestionables.
La ley del más fuerte no es lo que sustenta una sociedad con aspiraciones democráticas. Invocarla supone retornar a un estado de naturaleza donde cada cual debe ingeniárselas para sobrevivir sin reparar en mientes. Digamos que ahora Israel se asemeja más bien a un arrogante Goliat bien pertrechado, capaz de menospreciar al David que supo manejar su honda. Podría perder cuando menos la batalla del relato, aun cuando este quede apadrinado por los grandes grupos de presión económica y política dispersados por doquier. Las barbaridades cometidas contra los judíos no secuestrados dan escalofríos, pero también lo hace una respuesta desproporcionada y cruel que menosprecia los efectos colaterales entre la población civil palestina hacinada en Gaza. Episodios como el del hospital cristiano donde murieron centenares de refugiados y enfermos no deberían repetirse, al margen de cuál haya podido ser su autoría más inmediata.
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Es como si asistiéramos a la detonación de una bomba retardada del Holocausto nazi y que podría estar minando el terreno del porvenir con el odio de una venganza intergeneracional. Igual que no se heredan las responsabilidades, tampoco debería transferirse a la posteridad una bochornosa herencia de rencor y malquerencia. Lo único valido para las partes directamente implicadas y el resto del mundo es templar los ánimos, para poder llegar a convivir en paz. Eso requiere desde luego cierta simetría y mirar más hacia el futuro, antes que recordar los agravios históricos del pasado. El célebre pasaje del Éxodo que se inspira en el Código de Hammurabi, la ley del talión, se ve revocado en el Evangelio de Mateo. Tampoco hace falta poner la otra mejilla. Basta darse cuenta, como señala Gandhi, que con lo del ojo por ojo el mundo entero quedaría ciego.
No hay que dejarse cegar por el odio ni albergar deseos de venganza, porque semejante actitud solo nos conduce al abismo y el apocalipsis. Respetar los derechos ajenos es el mejor modo de reclamar un respeto hacia nuestros intereses. Intentar imponerse por la fuerza es arriesgarse a verse avasallado por quien haga valer ese mismo principio en un momento dado. Daniel Beremboim lo ha explicado con suma claridad. Negar la humanidad al otro es nuestra perdición y nos deshumaniza. Cancela el futuro.
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