¿El retorno de la normalidad?
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El foco ·
No hemos aprendido mucho de una crisis tan excepcional que ha traído cambios no siempre beneficiosos y mantenido problemas que requieren una urgente soluciónParecía mentira, pero hemos vuelto a hacer muchas de las cosas que hacíamos antes del confinamiento y las restricciones de movilidad. Una vacunación masiva lo ha permitido en algunos lugares privilegiados. Ha bajado la tasa de contagios, los ingresos hospitalarios y las muertes debidas directamente ... a la pandemia. Pero sus múltiples corolarios van a seguir entre nosotros largo tiempo. Se han dado cambios y no siempre son tan positivos como hubiera sido deseable.
Hay pequeños comercios que han cerrado para siempre al ser incapaces de sobrevivir a esta travesía del desierto. Algunos llevaban ahí mucho tiempo y formaban parte del paisaje urbano. También se han volatilizado muchos empleos a pesar de las medidas que intentaron evitarlo. Las grandes fusiones bancarias verbigracia han provocado reestructuraciones en sus plantillas y los clientes ven mermar sus prestaciones por falta de personal.
Lejos de abaratarse, los pasajes aéreos han subido su precio al haber menos rutas ante una creciente demanda. También ha repuntado el precio de la vivienda, sobre todo si tiene una terraza o cuenta con un pequeño jardín. Al quedar confinados en nuestros domicilios, cupo comprobar las carencias de unos caros habitáculos. Pese a tener una gruesa hipoteca o pagar un oneroso alquiler, los pisos no resultaban tan confortables frecuentados a tiempo completo.
En algunas ciudades como Berlín los ya existentes carriles de bici quedaron ensanchados. En todas partes la gente se puso a pasear sistemáticamente por los alrededores de su residencia. Se descubrían lugares tan gratos como cercanos que habían pasado inadvertidos. La relación con el vecindario se intensificó al pasar todos mucho más tiempo en casa. Entre tantas consecuencias negativas, hubo igualmente muchas positivas.
Falta saber si esas nuevas inercias beneficiosas lograrán mantenerse o serán devoradas por otras que no eran tan recomendables. ¿Vuelven a imperar los hábitos del consumo desmedido y el antiguo sedentarismo generalizado? ¿Hemos tomado nota de que más vale dedicar nuestro tiempo a cuanto realmente nos importa?
Con los aviones en tierra, el tráfico paralizado y las fábricas cerradas, tuvimos ocasión de hacer un experimento inesperado. Fue posible calibrar el impacto de diferentes contaminaciones. Pero el aire de las grandes ciudades vuelve a ser irrespirable y dañino para quienes ya tienen ciertos problemas de salud. Se diría que no hemos tomado nota.
Resulta instructivo ver el documental 'Bigger than us' y el film 'La croisade' que se han estrenado en el reciente festival cinematográfico de San Sebastián. El compromiso de las nuevas generaciones para con el cambio climático debería darnos que pensar a quienes tenemos más años y no imaginamos tener que convivir con los estragos infligidos a la naturaleza. Este problema no pertenece al futuro; es cosa del presente.
Tampoco se han hecho las reformas laborales para paliar la precariedad. El paro sigue siendo un problema, pero no lo es menos una precariedad laboral que socava los planes vitales de quienes no pueden plantearse tener descendencia o emanciparse. Una humilde subida del salario mínimo provoca un gran revuelo, mientras que nadie se plantea firmar un tope máximo para los patrimonios desorbitados. Todo sería diferente si cada cual contribuyese al erario público según sus ingresos y haberes, pero ahora mismo únicamente se fiscalizan las nóminas y no el enriquecimiento desorbitado.
Se dibuja en el horizonte cercano una suerte de nueva Guerra Fría determinada por los cambios geopolíticos. Norteamérica estrecha sus lazos con británicos y australianos en lo tocante a unas alianzas militares atentas al creciente poderío chino, mientras Rusia afianza su propia influencia. En ese contexto Europa se plantea incrementar sus ya onerosos gastos defensivos en lugar de priorizar las inversiones y ayudas que todavía requiere la pandemia.
Se diría que no hemos aprendido mucho de una crisis tan excepcional. Todavía estamos a tiempo de primar la solidaridad y remodelar esa egotista mentalidad ultra-neoliberal que solo atiende al beneficio cortoplacista reservado a unos pocos. Nos deberían preocupar sobremanera los umbrales de pobreza que propicia una excesiva desigualdad social. Urge tomar decisiones que palien el cambio climático y la miseria que conllevan los movimientos migratorios. Hay que labrar un porvenir para la juventud sin dejar de asegurar una vejez sin sobresaltos. La jubilación es un derecho adquirido y no una cuestión de beneficencia.
En lugar de hacer frente a estos desafíos inaplazables, los políticos de primera fila generan pseudoproblemas y protagonizan los debates políticos, cuando su labor debería ser discreta. En vez de rendir cuentas a quienes les eligen para gestionar lo público, acaban oficiando como tutores paternalistas de sus mandatarios. La libertad no se cifra en acudir a macrofiestas cuando aún conviene observar ciertas medidas. Lo que podemos hacer cada cual tiene como límite no dañar al otro.
En lugar del tan actual «calumnia que algo queda», convendría poner de moda el «cavila que algo queda». Promover la divisa kantiana del pensar por cuenta propia y analizar críticamente los aluviones de información que nos inundan. Jamás hemos tenido tan fácil acceso a los datos y nunca nos ha dado tanta pereza cribarlos para decantar lo intencionadamente falso, los bulos y las patrañas que tan fácilmente circulan hasta nuestros dispositivos personales.
Hay que revalorizar la duda contra las certezas erróneas e inamovibles y promover un escepticismo metodológico que haga frente a los nuevos dogmatismos negacionistas. Tenemos que confiar en la ciencia y los dictámenes acreditados, rehuyendo las fórmulas mágicas de los taumaturgos. Los avances tecnológicos tienen que acompasarse a nuestro progreso moral y no arruinarlo. Una cosa son los medios instrumentales y otra los fines o metas perseguidos.
Hasta que no se logre vacunar a toda la población mundial, tendremos que seguir utilizando las mascarillas, extremando las medidas de higiene y eludiendo las aglomeraciones. Lo contrario retrasará que todos podamos relajarnos, aunque lo hagan quienes reivindican un falso concepto de libertad.
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