Dolor
Algunos terroristas han pagado penas de cárcel, pero ha faltado la infinita repulsa de la sociedad vasca hacia ellos
Rafael Carriegas
Jueves, 17 de octubre 2024, 00:01
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Rafael Carriegas
Jueves, 17 de octubre 2024, 00:01
Cuando la banda criminal y terrorista ETA asesinó a mi padre, Modesto Carriegas Pérez, el 13 de septiembre del año 1979, mi madre, mis hermanos y toda mi familia sufrimos de manera desgarradora la inmensa crueldad de la sociedad vasca. Un grupo de miserables, de ... entre un amplio grupo de personas buenas, eligieron en ese momento a mi padre para quitarle la vida. Así, sin más. Cinco tiros y a por el siguiente.
Lo adornaron días después con tan ridículas como ofensivas y dolorosas justificaciones. No contentos con asesinar dos veces a una persona, se ensañaron al poco con mi madre. Anteriormente habían señalado y ejecutado a otros y después, cómo no, continuaron con su sanguinario juego macabro ante el aplauso de unos, la ignominia de otros y la indolencia de la inmensa mayoría de los vascos.
No ha habido límite al mal en el País Vasco. Esta es la fotografía veraz de lo ocurrido. Así fue. Esa es la verdad. Ese es el único relato. El comportamiento de la sociedad vasca en su conjunto ha resultado, resulta y parece que resultará en el futuro de todo punto despreciable y absolutamente imperdonable. De esta definición no se libra ni el tato. La Iglesia tampoco. No existe una sola justificación ética o moral que la exonere de tan indigno comportamiento.
Y, ha de quedar claro, ni los terroristas han pagado por lo que han hecho ni la sociedad vasca se ha redimido. Algunos criminales, es cierto, han pagado penas de cárcel, pero ha faltado la continua, granítica e infinita repulsa de la sociedad hacia ellos. Deben sentirse repudiados. Y hacerlo de manera incansable. Así lo haría una sociedad sana.
Alguien dirá que el miedo anidó en la sociedad, pero lo cierto es que la propia dirección política de la sociedad vasca, es decir, las instituciones públicas y los partidos políticos que las lideraron y lideran, han hecho todo lo posible para que los vascos estén perfectamente identificados como una sociedad cobarde, pusilánime, ciega y cruel, pero al mismo tiempo pagada de sí misma. Han construido un escombro de sociedad.
No ha habido un solo día en el que no se diera encaje, altavoz y paños calientes a los que vilmente causaron horror en la sociedad, mientras que las víctimas resultaban arrumbadas al aterido espacio del desdén, la humillación y el olvido. Hablo de las víctimas y hablo de los asesinados, de los heridos, de los secuestrados, de los amenazados, de aquellos que sufrieron persecución y odio, de los que tuvieron que irse, de los que tuvieron que quedarse y de la propia sociedad saqueada en sus principios morales.
Y algunos, los mismos que han llevado a la sociedad al estercolero ético, nos hablan ahora de la fidelidad del relato. Del puñetero relato. Es decir, de clavar en nuestras conciencias a golpe de martillo pilón unas infames mentiras mientras entierran en tumbas de cemento la simple verdad. No tienen límites en su esquizofrenia. Los asesinos salen de las cárceles y en vez de señalarles como directos representantes de lo peor del ser humano y pagarles con el mayor de los desprecios, se hace chanza, homenaje y justificación ante el silencio cómplice y el apoyo encubierto de las administraciones y de la sociedad, que una vez más se encoge en silencio, mirándose a sí misma abrumada por el descomunal peso de la desvergüenza que la corroe.
Estos días las portadas de los periódicos recogen la podredumbre moral de quien propone que los asesinos salgan antes de tiempo y se hace polémica sobre quien propone tamaño desquicie, quien lo enmienda para dar una vuelta de tuerca más al dolor y quien, sorprendentemente, no lo vio venir. Pero lo terrible es que la sociedad no se revuelve ante esta nueva dentellada a su dignidad.
Las personas decentes sentimos dolor. La sociedad vasca debería sentir dolor. Las víctimas desde luego sentimos dolor e indignación. Y frío. Se nos hiela la sangre. Nos quedamos sin aire para respirar. Y mañana, parece que lloverá.
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