Urgente Parte de la cúpula fiscal pide la dimisión de García Ortiz por negarse a responder al juez

El mundo que nos rodea es complejo y nos interpela de forma constante, como vemos todos los días. Ante esto, podemos ser proactivos o resignarnos a resistir y reaccionar, en el mejor de los casos, en un exagerado homenaje a la resiliencia; algo que no ... nos permitirá ser los auténticos protagonistas de nuestro futuro. Tenemos un verdadero desafío: imaginar el futuro que deseamos y construir un relato esperanzador que nos haga progresar. Esto exige un posicionamiento estratégico a las personas y a las organizaciones. La toma de conciencia de esta exigencia es clave porque si tú o tu organización no se define a través de su posicionamiento estratégico serán otros los que te definan. Si no te posicionas, te posicionan.

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El posicionamiento es la acción y el efecto de posicionarse, de tomar posición. Una posición que reflejará la actitud que asumimos como personas u organizaciones en relación con un contexto económico y social, que estará situado en el espacio y en el tiempo, pues cada momento y cada lugar tienen sus propias características. Además, si buscamos que el posicionamiento sea «estratégico» es fundamental articular un proceso que oriente nuestras decisiones para alcanzar nuestro propósito. De ahí que podemos entender el posicionamiento estratégico como «el resultado de un proceso constante y consciente de discernimiento de los elementos de nuestra posición estratégica en el espacio y en el tiempo, así como de la proyección de nuestra actividad al servicio de un propósito determinado, construyendo un relato que sirva para activar la cooperación al servicio de ese propósito». Merece la pena que nos detengamos en los componentes de esta definición.

Se trata del «resultado» de un proceso. Un proceso que debe ser «consciente y constante». Es decir, buscado y asumido con toda la intención; no es fruto de fuerzas externas, sino que está interiorizado por sus protagonistas. No se hace una vez y para siempre; es un proceso continuo que se mantiene vivo a lo largo del tiempo, a medida que evoluciona y aprende de sí mismo. En este sentido, es un proceso de aprendizaje transformador.

Que sea un proceso de «discernimiento» supone distinguir las partes del todo, señalando las diferencias que hay entre ellas. O sea, se trata de identificar en cualquier fenómeno complejo las partes que lo conforman separándolas y diferenciándolas, al mismo tiempo que se secuencian en el tiempo. Emulando a Jorge Wagensberg, para quien «el tiempo es un invento de la naturaleza para que no pase todo a la vez», el discernimiento es un invento para identificar las partes del todo, secuenciarlas y relacionarlas en el tiempo. Siempre se corre el riesgo de que las partes se observen exclusivamente como si fuesen compartimentos aislados -silos- y secuenciados. Por eso es necesario comprender que las partes del todo están relacionadas y la secuencia de acontecimientos, aunque tenga una apariencia lineal, se produce en un juego de vaivén en el que se retroalimentan e influyen constantemente. De ahí que sea clave considerar las relaciones entre las partes.

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Este proceso de discernimiento identificará los elementos que constituyen nuestra posición estratégica en el espacio y en el tiempo, en un entorno y contexto determinados. Porque no es lo mismo un contexto espacial y temporal que otro. Además, necesitaremos proyectar nuestra actividad, también en el espacio y en el tiempo, al servicio del propósito -es decir, la misión-, que expresa nuestras aspiraciones, lo que nos mueve a construir el futuro que deseamos. El resultado de todo este proceso se manifiesta a través de la construcción de un «relato» capaz de activar la cooperación al servicio de ese propósito. Sin relato inspirador y compartido no hay cooperación posible. Por eso es fundamental acertar con el relato.

Y necesitamos darle la importancia que tiene a la construcción del relato. Porque no es algo obvio, necesita su tiempo. Por eso, para construir un relato convincente, creíble, inspirador y motivador se debe tener en cuenta el contexto, la misión, los principios y los valores, la visión, los objetivos estratégicos y el plan estratégico. El contexto es clave, pues es el que demanda el posicionamiento. La misión es el propósito, la razón de ser última de nuestra actividad. A partir de la misión, teniendo en cuenta los principios y los valores, se formula la visión, situada en un ámbito temporal y fruto del ajuste de las aspiraciones y las posibilidades de desarrollo contextualizadas en el tiempo y en el espacio. Fijada la visión, se plantean los objetivos a alcanzar en un tiempo determinado, de manera que en función de los mismos se defina el abanico de actividades que conformarán el plan estratégico.

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Todo esto puede resultarnos algo lejano, pero es un desafío ineludible para las organizaciones y, también, para cada uno de nosotros.

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