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laura liedo

No son monstruos

El foco ·

Auschwitz nos mostró de la forma más cruda y brutal el paroxismo del odio antisemita. Y a pesar de ser conscientes de la dimensión de aquel horror, el antisemitismo, con todos sus tópicos y su incitación a la violencia, sigue vigente

Domingo, 13 de febrero 2022, 02:53

Hace unos días pude disfrutar de un paseo por las calles de Toledo y visitar las sinagogas de Santa María la Blanca y del Tránsito. Siempre que paseo por una judería o visito uno de sus templos sagrados me invade una especie de tristeza, de ... melancolía. En la sinagoga de Santa María la Blanca hay un pequeño museo que narra brevemente la historia de los judíos de Toledo y de la península ibérica y, como no puede ser de otra manera, es la historia de la persecución y la desposesión, del señalamiento y de la acumulación de un odio milenario que se nutre de violencias cotidianas y que estalla en grandes masacres y expulsiones. Visito esos enclaves en los que busco algún rastro de su cultura extraordinaria, de la inteligencia de sus sabios, paseo por las calles que algún día acogieron el bullicio de sus vidas. Me detengo y pienso por qué hablo de ellos como si fueran otros cuando, en realidad, son parte de mi historia, de nuestra historia. Aunque tampoco me extraña: que las sinagogas sigan teniendo una nomenclatura católica es una mínima parte de la herencia de violencia antisemita que hemos normalizado.

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Por desgracia, el antisemitismo no es cosa del pasado y, como bien sabemos, España no tiene la exclusiva del intento de exterminar a los judíos. Auschwitz nos mostró de la forma más cruda y brutal el paroxismo del odio antisemita. Y a pesar de ser conscientes de la dimensión de aquel horror y después de décadas de una inmensa producción historiográfica y cultural que lo muestra, el antisemitismo, con todos sus antiguos tópicos y su incitación a la deshumanización y la violencia, sigue vigente. Así lo demuestra Talia Lavin -joven autora judía estadounidense- en un libro titulado 'La cultura del odio: Un periplo por la 'dark' web de la supremacía blanca', recientemente publicado por Capitán Swing. Lavin centra su investigación en el antisemitismo de los grupos supremacistas en EE UU, pero en este mundo global lo que se mueve en la 'dark' web -es decir, en grupos de internet encriptados, de acceso restringido a sus miembros- no se circunscribe a las fronteras nacionales, sino que viaja fácilmente por el orbe.

El relato de las diferentes formas de odio contra los judíos en la 'dark' web es espeluznante

El relato de las diferentes formas de odio contra los judíos -y otros grupos que para los supremacistas son infrahumanos, como mujeres, personas LGTBIQ+ y/o racializadas- es espeluznante y, me temo, tiene su propia versión española. Acuérdense de esa joven con camisa azul y saludo fascista cuyo discurso antijudío se hizo viral y al que se le dio eco en una entrevista televisiva. Pues ese discurso, basado en los estereotipos y odios más antiguos y aberrantes cuyo origen se encuentra en nuestra propia historia, está a la orden del día en los grupos que ha investigado Talia Lavin.

Para llevar a cabo su investigación Lavin se aprovechó de la misma herramienta que tienen los integrantes de esos colectivos para propagar su odio: el anonimato y la creación de perfiles falsos. Lavin creó decenas de ellos, desde Ashlynn, una joven cazadora rubia en busca de pareja en una web de citas solo para «blancos», a una 'Reina Aria' en una célula de propaganda terrorista neonazi, a un joven 'incel' llamado Tommy O'Hara ('incel', del inglés 'involuntary celibate' o 'célibe involuntario', sinónimo de misógino militante, en su mayoría hombres blancos que muestran una inquietante mezcla de odio racial y misoginia). Durante su investigación de estos grupos y muchos otros -se unió a más de noventa grupos ultraderechistas en el canal de comunicación Telegram- Lavin se enfrentó con un odio profundo y radical que, en ocasiones, iba dirigido directamente contra ella. Así, cuenta la autora que mientras parapetada tras un perfil falso leía los mensajes en un chat, dio con «una discusión donde se debatía si yo era demasiado fea como para que me violaran» y uno de los usuarios respondió «sí, la violaría con mi escopeta de dos cañones». ¿Qué llevaba a esos hombres a una violencia tan brutal? El mundo en el que se sumerge Lavin para encontrar respuesta es realmente aterrador, no solo porque transcribe los discursos y describe las fantasías violentas de miles y miles de usuarios, sino porque en muchas ocasiones esas palabras que flotan en el mundo digital se convierten en violencia física que acaba con la vida de personas.

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«A diario, durante casi un año, me infiltré en chats, en webs, en foros donde se compartían fotos de linchamientos como si fueran divertidos memes. Allí se usaban lemas como 'MATAR JUDÍOS' y los asesinos eran tildados de 'santos'». Esos santos asesinos son para el supremacismo blanco salvadores de una raza que, según sus ideas delirantes, está amenazada por un complot internacional encabezado por los judíos cuyos cómplices son el multiculturalismo, el feminismo y el socialismo: viejas conspiraciones con algunos ingredientes nuevos. Nos podríamos reír de esas teorías conspirativas, como nos reíamos de Donald Trump o de otros líderes circenses de la ultraderecha, si el odio que propagan no estuviera calando tan hondo en algunas comunidades.

Ese odio no se queda en las pantallas. Como señala la autora, la incitación a la violencia es real y su apología del genocidio (pasado y futuro) es clara. Lavin no oculta cómo le afectó esta investigación y la escritura del libro: «Algo se me rompió por dentro». Tal vez porque una de las lecciones que aprendió la autora es que estas personas no son monstruos, sino muy humanos: «El odio que promulgan y la violencia que ansían desatar no son sino la consecuencia de docenas o cientos de pequeñas elecciones humanas». Estas personas se relacionan, tienen trabajos y buenos sueldos, van a la universidad y viajan por el mundo. Lavin transcribe una conversación que tuvo como Ashlynn con un pretendiente en la web de citas para blancos. Como parte del intercambio amoroso, el pretendiente incluye su deseo de acabar con todos los judíos de Europa del Este que sobrevivieron al Holocausto. Declaración romántica y muerte genocida en cuatro renglones. Es imposible pasar por alto su humanidad pero, como señala Lavin, eso no le absuelve, «si acaso, convierte sus decisiones en algo aún más aborrecible».

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Es difícil aborrecer y no odiar. Es difícil no ensuciarse de ira y rencor leyendo este libro. La autora reconoce que ha sentido «una rabia sin fin» durante el proceso de investigación y de escritura, que ha pasado por una depresión profunda como resultado de exponerse a tanta violencia. A pesar de todo, ha conseguido publicar este ensayo sobrecogedor que nos revela un entramado de odio mucho más tangible y cercano de lo que nos gustaría admitir.

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