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Thelma y Louise en la COP29

Lo que más emisiones produce en el transporte es la planificación de usos del suelo: dónde situar vivienda, empleo y equipamientos

Iosu Ramírez Freire

Socio director de Leber y consultor de movilidad

Viernes, 22 de noviembre 2024, 00:36

Como en la última escena de la película de Ridley Scott, circulamos en un vehículo a gran velocidad hacia un precipicio. Ellas sabían cómo querían su final; fue su decisión. Asumo que nosotros, como especie, no pretendemos despeñarnos por un barranco que no sabemos bien ... a qué distancia está, pero el hecho es que seguimos pisando el acelerador. En lugar de frenar en seco y detenernos lo más lejos posible del abismo, seguimos acelerando mientras intentamos calcular cuánto hay que levantar el pie del pedal para llegar al límite, justo al borde de una muerte segura. Una locura que no cometeríamos para nuestra vida personal, pero que aceptamos como sociedad.

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La comunidad científica llevaba décadas hablando de ello antes de que en París (2015) se aceptase el objetivo de «mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2ºC y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5ºC». Entonces se estimó que, al ritmo que íbamos, si no poníamos remedio, alcanzaríamos ese grado y medio para el año 2045. Pero, lamentablemente, ya hemos llegado a ese 1,5ºC. Seguimos pisando el acelerador de nuestro 'Thunderbird' descapotable del 66 y nada hace pensar que vayamos a frenar.

Dando un salto a lo local, nos preguntan en ocasiones qué hemos de hacer desde el sector de la movilidad y el transporte para frenar el calentamiento global y si ya lo estamos haciendo. Los lemas básicos de la ecología nos responden: primero, reducir. ¿Hacemos cada vez menos kilómetros en nuestros vehículos de motor? No. Pues es la primera tarea por acometer. Si universalizar mi estilo de vida necesita de dos planetas y medio tendré que reducir mi consumo, tendré que plantearme mi decrecimiento.

En el transporte y la movilidad lo que más emisiones produce es la propia planificación de usos del suelo: las decisiones de dónde colocar vivienda, empleo y equipamientos. ¿Y por qué? Porque no es lo mismo ubicar un hospital en el borde de su área de influencia que en su epicentro junto al metro. No es lo mismo colocar un parque empresarial, mayoritariamente de oficinas, en el extremo de la metrópoli, próximo a un enlace de autopista y sin transporte público que ubicarlo en zonas internas de la metrópoli densa al lado de estaciones de ferrocarril, reutilizando viejos suelos industriales. No es lo mismo permitir urbanizaciones de vivienda de baja densidad en las afueras del cinturón metropolitano que redensificar el corazón mejor comunicado con transporte público y con equipamientos y servicios de todo tipo a tiro de zapato o pedal.

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En los primeros casos se generan viajes más largos, con menos conexión al transporte público, con mucha más probabilidad de generar viajes en vehículo privado y por ende mayores consumos de energía y emisiones. Con posterioridad se culpabiliza a las personas que usan su vehículo privado, pero solo responden a la propuesta de vida realizada desde la Administración pública. Como propuesta, quizá necesitaríamos una mayor coordinación en la planificación de los municipios que conforman nuestras metrópolis. Las conurbaciones existen como realidades vivas pero no como entidades administrativas. También se podría gravar más o menos a las empresas en función de que se ubiquen más lejos o más cerca del transporte público.

Tampoco hay que perder de vista algo que sabemos hace decenios y a lo que seguimos cerrando los ojos. Lo que permite extender las áreas metropolitanas son las infraestructuras de carreteras. Permiten llegar más lejos en el mismo tiempo. Ponen en valor suelos que antes no lo tenían. Favorecen los desarrollos dispersos. Es decir, siempre inducen nuevos y más largos tráficos que no existían.

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Es cierto que tenemos un sistema de transporte público de alta calidad y que invertimos mucho y bien en ello. Pero no está siendo suficiente. El vehículo privado sigue comiéndose más parte de la tarta de movilidad, sigue creciendo más en kilómetros-persona recorridos que el transporte público. No va a quedar otra que cambiar de estrategia y pasar a que se internalicen los costes externos. Parte por ubicación de usos del suelo y parte por uso de las carreteras.

Con esto, no sería más barato fabricar en el otro lado del planeta y trasportarlo hasta aquí. Y puestos a transportar, rentaría más hacerlo en ferrocarril que por carretera, avión o barco. Sin las debidas restricciones al vehículo privado no va a cambiar nuestra manera de movernos. Seguiremos aumentando nuestros consumos de energía y nuestras emisiones de gases de efecto invernadero. Seguiremos nuestra carrera desbocada hacia el precipicio. Ojalá, al menos, igual que Thelma y Louise, nos demos un último beso antes de pisar definitivamente el acelerador.

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