Tal día como hoy, el 13 de junio de 1854, hace 170 años, José María Iparragirre cantó en Urkiola por primera vez en un acto multitudinario el himno sentimental de los vascos: 'Gernikako Arbola'. Iparragirre, su vida y sus cantos ilustran una parte de nuestra ... historia. Una biografía que es itinerario desde la ilusión a la desesperanza inscrita en el convulso siglo XIX, con sus avatares, guerras, grandes emigraciones, pérdida de los Fueros…
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Fue viajero romántico que recorrió Europa con su morral y su guitarra a la espalda. Cantó en las barricadas de la Revolución europea de 1848, la romántica y utópica 'Primavera de los pueblos', vio alzarse árboles de libertad y por primera vez oyó hablar del roble de Gernika, adorado por los revolucionarios franceses como «Padre de los árboles de libertad». Aquella revolución de hombres barbudos, de árboles sagrados y de cánticos, aquella fiesta de la fraternidad universal por encima de las diferencias de nación y lengua, inspiraró a Iparragirre los bertsos humanistas y cosmopolitas de su emotivo canto: «Eman da zabal zazu munduan frutua». Esparce tus frutos por el mundo.
De vuelta a casa, compone su zortziko y, de pronto, se convierte en la personalidad del momento. Como hombre a la moda, se pasea con los más distinguidos miembros de la 'beautiful people', llamando la atención con su sombrero calabrés, hablando en francés o en italiano, igual que se pierde en las tabernas populares para disfrutar de unos vasos de sidra con los baserritarras. Apasionado, subversivo y contradictorio, al que el profesor W. Douglass calificó de «vasco antitético» y que llegaría a ser un personaje legendario.
Dado por naturaleza a la sátira y al verdadero humor que rima con amor, vibra y canta en euskera, recita en francés y en andaluz agradables composiciones con su inconfundible estilo hecho a sí mismo. «Algunos extrañarán que sea usted tan jovial», le dijo el fuerista vitoriano Becerro de Bengoa. «¡Pche! ¿Qué quiere usted? De joven leí a un filósofo que decía: 'La alegría engendra bondad; solo los tiranos son graves y formales'», contestó Iparragirre.
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Sus ojos no ocultan doblez, son propios del cantor vasco que se encienden cuando canta. Iparragirre, nuestro bardo intemporal, arquetipo del romanticismo, fue viajero y forastero en todas partes, sintió en carne propia las contiendas político-militares y la incertidumbre de su tiempo. «Hago votos para que las disensiones desaparezcan», afirmaba.
Autor de canciones con las que supo plasmar el amor del pueblo vasco a sus tradiciones y libertades, y con las que proyectó el simbolismo del Árbol de la Libertad. En el esplendor de su juventud, con 33 años, después de su largo periplo por Europa, canta en Urkiola ante miles de personas y sus canciones exaltan los ánimos, su magnetismo alienta a las masas. Iparragirre, trovador andarín que aprovechaba los veranos para cantar, beber, divertirse y reunir algún dinero en fiestas, romerías y ferias. Aun sin quererlo, su éxito tuvo importante repercusión política en su tiempo. Una historia que trasciende a generaciones posteriores.
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Fue intérprete del espíritu libre pero integrador que profesó lealtad a su pueblo y que lo acuñó en sus canciones, que han tenido gran influencia en la cultura vasca. Nunca creyó en la aclamación y el halago del poder, tanto es así que su mensaje se consideraba peligroso y es condenado al destierro por agitador. Más tarde, junto a su inseparable Ángela, marcha a América con la idea fija de triunfar en los teatros. Le advertían de que su voz no estaba preparada para los grandes espacios, sino para los salones y los cafés. El purgatorio de su error fueron 18 años malbaratados cuidando ganado en una llanura de Uruguay.
Su biografía, vinculada a los conflictos que ha padecido la sociedad vasca desde el siglo XIX, es un ejemplo de nuestras contradicciones, a la vez que síntesis superadora. Ello le habilitó para concitar aún hoy el interés y el respeto de prácticamente todos los que se reconocen en la cultura vasca, por encima de ideologías y sensibilidades políticas.
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Y después de la insatisfación durante la larga estancia uruguaya, llega a su tierra, como el regreso del peregrino, anteponiendo el país a su familia, huérfano de recursos y en busca de estima, sosiego y reconocimiento deseado. Pero pocos fueron los que le agasajaron, y la voluntad de repatriar a su familia se truncó. «Soy una parte de mi patria», diría él, pero no encontró amparo y el destino le dispuso de unas míseras ayudas y una sensación de abandono y afrenta por las instituciones de aquel tiempo. Su obra musical es una sinopsis de su propia vida. Y entre las esperanzas incumplidas, entre mitificación y mixtificación, que el presente no devore su memoria.
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