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Año tras año observamos como el número de personas que visitan Bilbao aumenta. Recibimos un número creciente de delegaciones de ciudades del mundo que quieren conocer de primera mano su transformación. En ambos casos, el Guggenheim funciona como un imán que atrae tanto a ciudadanos ... como a líderes políticos, empresariales y sociales de otras urbes del planeta. A lo largo de décadas de interacción con muchas de esas personas y delegaciones, me han preguntado por los factores clave que explican la transformación de nuestra villa. En esta búsqueda de los factores clave, reconozco que el Guggenheim ha tenido y tiene, además de su valor cultural intrínseco, un papel muy relevante en el relato de la transformación. Pero, contraviniendo opiniones más cualificadas que la mía, no considero que sea el factor clave. Más bien lo entiendo como la guinda del pastel, el elemento que da presencia y visibilidad a las cremas y hojaldres que han dado cuerpo a ese milhojas que es Bilbao.
Desde mi humilde punto de vista, la clave de la transformación ha estado en el autogobierno y en la gobernanza democrática que se ha hecho del mismo. Tras el final de la dictadura, las primeras elecciones municipales y forales democráticas de 1979, completadas con las autonómicas de 1980 y la aprobación de la Ley 12/1981 del Concierto Económico con la Comunidad Autónoma del País Vasco asientan las bases del autogobierno. La recuperación de las instituciones democráticas con su capacidad de autogobierno político y económico permite hacer frente a los retos pendientes causados por la crisis de los años 70. La honesta implicación de las personas al frente de esas instituciones y el control social ejercido por la proximidad de sus conciudadanos completan el factor. Ha resultado ser una prolongada pendiente de aprendizaje en la que políticos, empresarios, asociaciones y ciudadanía han ido dando respuesta a los retos planteados.
A lo largo de estas cuatro décadas, los partidos han tenido que llegar a acuerdos para dar salida institucional a los gobiernos en minoría, a pesar del deshumanizador contexto de violencia vivido hasta fechas bien recientes. Los empresarios y trabajadores -desde algunas empresas tractoras y las más numerosas pequeñas y medianas- han generado riqueza y empleo en tiempos de profundos cambios mundiales. Las asociaciones de naturaleza bien diversa han contribuido a través de sus desacuerdos con instituciones y empresas pero, sobre todo, a través de centenares de iniciativas sociales, culturales, económicas y ecológicas complementarias y alternativas. La ciudadanía ha hecho propios valores muy importantes para la transformación de la ciudad, como el sentido de pertenencia, el compromiso, el trabajo, la solidaridad, la apertura al cambio,... En cuarenta años, las entidades y personas que conforman Bilbao han aprendido a compartir, cocrear y emprender iniciativas innovadoras de distinto perfil. La puesta en marcha de Bilbao Metrópoli 30, Aste Nagusia, Bilbao Ría 2000 o Bilbao Dendak... habla bien de nuestra capacidad de crear colaborativamente, no sin disensos y obstáculos.
Una mirada fugaz por los logros alcanzados en cada uno de los ámbitos del desarrollo urbano sostenible nos ilustra la fuerza del autogobierno y de la gobernanza democrática implementada. En el ámbito de la transformación territorial, medioambiental y ecológica: la consolidación de un sistema de suministro de agua universal y de calidad; la recuperación de la ría; el traslado progresivo del puerto y la reutilización de los antiguos diques; la mejora de la red de transporte público y la movilidad, con el destacado papel del metro; o el cuidado del espacio público y las zonas verdes.
En el ámbito de la transformación económica: la configuración de una única organización empresarial democrática, junto a un potente tejido de sindicatos, históricos y nuevos; la articulación de un tejido asociativo del comercio urbano para el conjunto de la ciudad; la temprana apuesta por la tecnología y la innovación; o la apertura a sectores económicos emergentes como el turismo, congresos y eventos, industrias creativas y culturales, reflejado en equipamientos como el Palacio Euskalduna o el BBK Live.
En el ámbito de la transformación social: la articulación del sector sin ánimo de lucro en torno a plataformas como la Federación de Asociaciones de Vecinos o Sareen Sarea; la progresiva puesta en marcha del sistema vasco de garantía de ingresos, desde el inicial Plan de Lucha contra la Pobreza de 1989; la puesta en marcha de Osakidetza; o la política de promoción de vivienda pública, continuidad de la pionera Junta de Viviendas de 1918.
O en el ámbito de la transformación cultural: la recuperación de los elementos que configuran la idiosincrasia cultural e identidad propia; el impulso del sistema vasco de educación; la revitalización de las entidades culturales con arraigo (Museo de Bellas Artes, Abao, Zinebi,…); y la incorporación de iniciativas y proyectos de nuevo cuño (desde el imprescindible Museo Guggenheim hasta proyectos como Zwap, La Hacería, La Fundición y decenas de librerías, galerías de arte, espacios alternativos...).
El resultado ha sido una ciudad con un mayor desarrollo urbano sostenible, no sólo en relación con capitales más pobres sino con otras muchas vinculadas a sociedades más desarrolladas. Y ha sido una ciudad configurada con la participación de entidades públicas, empresariales, asociativas y ciudadanía, a través de multitud de iniciativas concretas y operativas que han ido dando respuesta a los problemas de naturaleza diversa.
No quiero caer en el error de pensar que estamos ante el fin de la historia en la transformación de la ciudad. Muy al contrario, pienso que lo hecho por parte de todas y todos ha sido mucho y bien, pero necesitamos seguir incidiendo en un ecosistema de innovación transformadora que garantice más autogobierno, más gobernanza democrática, más compacidad territorial, más cohesión social, más coopetitividad económica y más creatividad cultural. Pero esto será objeto de atención en otro artículo.
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