Peores las de amor
Furgón de cola ·
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Furgón de cola ·
Los intentos de hacer del 'Caso Hasél' un 'Caso Dreyfus' oscilan entre la estafa y el ridículoCualquier guionista sabe que incluso al mayor desvarío hay que ponerle un límite. Por eso convendría ir abandonando lo de Pablo Hasél. Dejar que el rapero regrese al ángulo oscuro que le corresponde, deseándole suerte con los abogados, quizá también con los terapeutas, y teniendo ... claro que el chico no tiene nada que ver con el capitán Dreyfus. Hasél es solo un pretexto. Y lo suyo es puro tormento personal proyectado. Furia adolescente metastatizada en fanatismo.
Nadie lo ha definido mejor que el Pablo Iglesias de 2014 en una entrevista que ha circulado estos días. Dispuesto a impresionar con su rotundidad a los mayores, Hasél le pregunta a Iglesias a quién elegiría «cargarse» entre Amancio Ortega, Aznar o el Rey. Y el líder de Podemos lo humilla dejando claro que no tiene tiempo para chiquillerías: «No quiero matar a nadie y además desprecio profundamente a los que convierten la política en una cuestión de odio personal o excitación narcisista».
El diagnóstico es exacto y demuestra que lo de Podemos en este caso no es un error o un disparate, sino algo peor: pura estrategia. Probablemente tiene que ver con que, a diferencia del independentismo catalán o la izquierda abertzale, ellos no pueden llenar las calles de tensión. Son los gajes de estar en el Gobierno y de tener a la pareja al mando en el chalé mientras a los anticapitalistas los tienes en el ostracismo. Podemos solo surfea indignaciones sobrevenidas y extrae supuestos beneficios tácticos. Y ni siquiera eso les es fácil. Ayer, tras la manifestación de apoyo a Hasél que recorrió el centro de Bilbao y se saldó con cargas y algunos contenedores flambeados, los organizadores se refirieron a Podemos (y a Sortu) como «reformistas, liquidacionistas y oportunistas».
Cierto que la relación con la realidad de esta gente ortodoxa es mejorable. En su manifiesto de ayer dijeron que las letras de Hasél no son delictivas sino «mordaces». Ilusionado porque la mordacidad implica crítica agresiva pero también ingenio, una mínima inteligencia, un poco de brillantez, pasé un rato leyendo letras de Hasél. Y madre mía. Las que son de verdad anticonstitucionales son las de amor. Gravísimas. 'He de afrontar este amanecer', 'Sé que nunca te tendré', 'Te sigues yendo', 'Eternamente Laura'. Cosas así. Para salir a quemar contenedores. Pero con razón.
COVID-19
Una característica de la vida pandémica es que a veces se te olvida en qué ola estás, como antes se te podía olvidar el día del mes. Así que preguntas, claro, pero sin urgencia, como una cosa rutinaria: «¿Estamos en la tercera ola o en la cuarta?» La noticia es que estamos en la tercera ola, pero probablemente ya en el lado mejor, que es el de bajada. Las cifras de contagios descienden desde hace tres semanas y los hospitales comienzan a notarlo. Como ya le vamos cogiendo el truco a la pandemia, sabemos qué hacer ante cualquier tentación optimista: preguntarle a Margarita Salas. Y la viróloga avisa de que aún puede llegar una cuarta ola de sopetón mientras haga frío. Pero incluso el aviso de Salas invita a su manera al optimismo si se piensa que lo peor del invierno ha pasado, con lo que eso conlleva por el lado del buen tiempo y el aumento paulatino de la vida en el exterior. Entiéndaseme, no quiero decir que lo de los cuarenta años del 23-F no sea algo muy importante. Pero igual la fecha a celebrar como si nos fuese la vida en ellos es otra más tranquila y rutinaria: dentro de un mes ya es primavera.
GÉNOVA 13
Carlos de Inglaterra dijo que a la aviación nazi había que reconocerle un mérito: destrozaron los edificios ingleses, pero no los sustituyeron por algo peor, como sí hicieron los arquitectos ingleses. Era mi desbarre arquitectónico favorito. Hasta que ayer le preguntaron a Alberto Ruiz-Gallardón por la sede de Génova y él explicó que el edificio es «excesivo en volumen» y tiene «una piel que no respeta de ninguna de las formas el entorno y no se mimetiza con los edificios vecinos». Gallardón, exministro y expresidente de Madrid, ex prácticamente de todo en el PP, habló sin miedo, dando un paso al frente: «Y la reforma a ese edificio no lo mejoró. Yo nunca le tuve cariño». Si le insisten con los pelotazos y la financiación creativa, yo creo que Gallardón habla ya a tumba abierta sobre la decoración de interiores en la sede nacional. «Había unos tapizados inadmisibles». La mudanza elevada a la categoría de genialidad táctica a Pablo Casado, cuando menos, le ha quedado rara. No descarten que hoy tenga que dar la orden de dejar de hablar de Génova 13 y volver a hablar de Bárcenas.
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