Urgente Parte de la cúpula fiscal pide la dimisión de García Ortiz por negarse a responder al juez

Se nos dijo que la pandemia había traído cambios que iban a quedarse, desde la cita previa hasta el amor por los balcones, desde la distancia social hasta la higiene de manos. Incluso al hombre moderno iba a cambiarlo el covid, transformándolo en una especie ... de sabio consciente de su finitud, mitad yogui mitad repostero, preocupado por vivir y no por producir. El teletrabajo, con sus vertientes técnicas y filosóficas, con su ideal nórdico de tazas humeantes y rincones rescatados para el 'home working', sintetizaba el nuevo tiempo. «¿El final de la oficina?», se preguntaba el 'Financial Times' en mayo de 2020, o sea, al comienzo del confinamiento, en un reportaje en el que grandes empresarios se decían más conectados que nunca con su personal y comenzaban a salivar ante la perspectiva de vender inmuebles y ahorrarse alquileres.

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Cuatro años después, lo que hacen las grandes empresas es informar a los empleados de que el que no vuelva a la oficina se va a la calle. A la calle llena de gente que no se lava las manos y hace planes para lo de siempre: reunirse en multitudes y estar el menor tiempo posible en casa. Que lo que va a quedar de la pandemia no tiene tanto que ver con la redención como con la amnesia parece cada vez más claro. El covid impuso por las malas el experimento del teletrabajo, también el de la educación a distancia, y lo inevitable atrajo como suele el discurso lleno de palabras mágicas. El repliegue de las empresas termina ahora con ese sueño, aunque desde el comienzo hubo quien deseó volver a la oficina porque el hombre no es un animal virtuoso sino uno social y porque, si la privacidad sigue teniendo para nosotros algo de sagrado, lo de trabajar en casa tiene mucho de meter el mercado en el templo. Se recuerda que el Bartleby de Melville prefería no hacerlo, pero no se recuerda tanto que lo que prefería no hacer era sobre todo salir de su oficina en Wall Street, donde ahora los bancos imponen la presencialidad total a los jefes, de modo que a los que no son jefes les quede al instante clara, traslúcida, diáfana, la elección entre teletrabajar o estar presentes.

RTVE

¿Pero qué ha pasado?

La filtración de más del 80% de las preguntas obligó ayer a suspender una oposición a RTVE que reunía a más de cinco mil periodistas en la Complutense. Entre los opositores, gente que se había desplazado a Madrid incluso desde el extranjero. La situación fue de gran nerviosismo y desconcierto. No ayudó que el anuncio de la suspensión de la prueba se hiciese por correo electrónico. Aunque también se asomó por una ventana de la facultad un señor calvo que debía de ser autoridad radiotelevisiva y explicó que la oposición se aplazaba para garantizar «la igualdad y la transparencia». Veías las imágenes y pensabas que qué lástima y qué desbarajuste. La eficacia en el amaño de oposiciones siempre nos distinguió como país. El señor de la ventana, eso sí, parecía tenerlo todo controlado. Lo que no se entendía es por qué no se asomaban también Pepe Isbert y Manolo Morán vestidos de corto para profundizar en las explicaciones que se les debían a los opositores. «¿Pero qué ha pasado?», gritaban estos desde la calle. Imagino que la buena noticia es que se terminará sabiendo. Hay cinco mil periodistas furiosos. Muy mal tiene que estar la profesión para que no se sepa qué ha pasado.

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