El patriotismo es un fenómeno misterioso. Allí donde se agitan banderas puede oírse la corriente del poder que pasa como un río moviendo la rueda del dinero. Por otra parte, la rueda del dinero es la que genera poder de alto voltaje (¿acaso hay rey ... más alto en la Tierra?). Pero todas estas cosas y algunas otras se organizan en variadas proporciones y con varias sustancias que le dan sus matices a la mezcla. La mezcla no es igual en todas partes.
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En Francia, el Gobierno acaba de acordar con las grandes distribuidoras la creación de una «cesta de la compra antiinflación». Las empresas han accedido... ¿por patriotismo? Los clientes, en Francia, son compatriotas. Bruno Le Maire, ministro de Economía, ha explicado que quiere «proteger a nuestros compatriotas contra la subida de precios». Y los grandes supermercados (no los productores) van a reducir sus beneficios para que ciertos productos cuesten menos durante el «trimestre antiinflación». A cambio obtienen una excelente publicidad poniendo la tricolor en los artículos.
Yo no sé si el Gobierno francés ha utilizado el palo y la zanahoria o solo la zanahoria, pero cuando en España se intentó hacer algo parecido no salió bien. Aún no sabemos si saldrá. Quizás la propuesta era defectuosa, o quizás el patriotismo español no es como el francés. El de las empresas españolas tampoco, ya que, como norma, está ensamblado en la relación especial entre élites económicas y poder político. Eso lo condiciona mucho. A veces, una compañía rebosante de fervor patriótico lo pierde en un rapto de realismo materialista. Claro que esto es un reproche y la empresa (sea Ferrovial u otra) es libre de irse o de quedarse en el marco legal que le concede esa libertad (no en China).
Podría pensarse en el señor Del Pino como un caso de patriotismo europeo, pero creo que no van por ahí los tiros. A lo largo y ancho de Europa las condiciones y las leyes no son las mismas, y los Países Bajos hacen la competencia a sus socios ofreciendo toda clase de ventajas, exenciones y facilidades. Aspiran a tomar el relevo de Londres como gran centro financiero de la Unión. Al señor Del Pino le han puesto la alfombra roja. Empresas del calibre de la suya se mueven en un contexto global donde la globalización retrocede (una cosa complicadísima). Y al parecer, a donde mira Ferrovial es a EE UU. Hay allí un proceso de reconexión entre economía y territorio con importantes proyectos públicos a la vista. Participar no saldrá gratis, habrá que cumplir estrictas condiciones, pero Ferrovial quiere entrar en ese mercado. Y Holanda, dicen, es un buen trampolín. ¿Cómo saldrá este juego de ambición y estrategia? El futuro es un riesgo, pero eso también lo sabe Rafael del Pino.
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