Iba a dedicar mi columna a esos hombres tan delicados, empáticos, solidarios, cultos, educados y dignos de ser admirados que ocupaban las gradas del campo de fútbol de Valencia el pasado domingo, pero me da pereza hablar de ellos. Prefiero nombrar a los que estaban ... alrededor de los que insultaban, incluso al estadio entero, a esos que permanecieron en silencio, que no hicieron nada, porque ellos no son racistas y, además, llamar «mono» a un negro no es para tanto.
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La vida se decanta en ocasiones por el silencio. Lo hemos visto en todas las grandes catástrofes ideológicas del mundo. Fue el silencio de Europa lo que hizo que Hitler gritara sus consignas, es el silencio lo que engorda la corrupción, el silencio frente a las víctimas, o ese silencio en la música que es la nota más emocionante. Los aficionados a este deporte 'de masas' han encontrado la manera de mostrar su enfado o rechazo cuando han querido; pitando, aullando o cantando para acallar un himno o recriminar a una de sus estrellas. Pero por lo que fuera, que tiene nombre, no lo hicieron y guardaron silencio.
Las mujeres hemos soportado a esos chistosos que buscan la carcajada ridiculizándonos mientras el grupo reía. Ningún hombre afeaba la conducta de la estrella de turno, guardaban silencio, y desde luego no eran machistas. Hay sutiles fronteras al respeto del ser humano que no pueden ya franquearse. Ya no hay nadie que no conozca la multiplicidad de razas que habita este mundo, pero en nuestras raíces culturales sobreviven arcaicas concepciones que es preciso revisar. Igual que aceptamos los últimos avances en tecnología, hemos de aceptar que debemos revisar aquellos conceptos por los que perdemos agua.
A estos aficionados patanes, que existen en todos los clubes de fútbol, deberían reunirlos en un estadio y, en esas pantallazas donde reproducen a cámara lenta la patada del gol, ponerles la película 'Greenbook', galardonada en medio mundo incluidos los Oscar, o un concierto de la maravillosa y anteayer desaparecida Tina Turner que les deje patidifusos.
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Yo no quiero ni imaginar las humillaciones a las que, inconscientemente, hemos sometido a otras razas, a los distintos, a los que no hablan nuestro idioma. ¿Qué sentiría el pobre Michael Jackson como para invertir miles de dólares en ser blanco? No quiero tener que estar a estas alturas del partido hablando del color de piel. En esas gradas de los estadios donde se sientan los 'primates' intocables hay que activar controles y sanciones de peso; es lo único que van realmente a entender.
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