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REINO UNIDO ·
La reina Isabel acude al funeral en memoria del duque de Edimburgo del brazo de su hijo AndrésQuizás el secreto del éxito de la monarquía inglesa tenga que ver con el manejo de la expectación. Ya el 23 de abril de 1660 Samuel Pepys anota en su diario cómo se tiró siete horas encaramado a un estrado para ver la coronación de ... Carlos II en Westminster. El texto es inmejorable porque Pepys reconoce que no consigue ver nada y certifica que todo es magnífico. Ayer en Westminster la ocasión era menos feliz, el funeral en memoria de Felipe de Edimburgo, pero el sentimiento era parecido. Había unas ganas urgentes de ver a la reina Isabel, que en las últimas semanas ha cumplido setenta años en el trono y ha superado el covid. Eran tantas las ganas que la periodista del Canal 24 horas de TVE detectó frente a la Abadía un revuelo anglicano de arzobispos y deanes, vio llegar un Rolls Royce y que se abría una puerta, vislumbró dentro del coche un movimiento de piernas y comenzó a retransmitir aquello como si fuese la final olímpica de los ochocientos. «¡Baja con muchísima agilidad!», clamaba. «¡Está estupenda la reina!», celebraba. Luego resultó que la reina no era la reina sino la duquesa de Cornualles, o sea Camilla Parker Bowles. Y el espectador se quedaba pensando si la mujer del príncipe Carlos habría bajado entonces del Rolls con poquísima agilidad.
La ventaja de la familia real inglesa es que ofrece una sensación de inmutabilidad por más que atraviesen problemas enrevesados y se les caiga el imperio un poco a trozos. Yo incluso me alegré al ver de repente a Eduardo, o a la princesa Ana, porque había olvidado por completo su existencia. Al duque de Edimburgo le debía de pasar lo mismo.
Al final, ayer la reina entró en Westminster por el Rincón de los Poetas, repiqueteando con su bastoncito, tac, tac, tac, sobre la tumba de Kipling y Chaucer. Lo hizo del brazo de su hijo Andrés y poniendo a prueba su capacidad de redención, que se agiganta a un paso del jubileo y de la historia. Avanzaban madre e hijo ante la mirada del mundo y casi podía escuchársele a Isabel II susurrar: «Yo te he dejado catorce millones de euros para que no termines en la silla eléctrica en Estados Unidos por lo de la menor y Jeffrey Epstein y tú te vienes conmigo sin rechistar a la misa de tu padre». Al final, todas las familias se parecen. Más o menos.
DÍAZ
Mientras esperamos a ver si el plan del Gobierno choca contra la crisis, Antonio Garamendi y Yolanda Díaz chocan entre sí. Lástima. Su distancia en torno al 'prohibido despedir' es insalvable. El presidente de la patronal incluso le ha dicho a la vicepresidenta que monte ella una empresa y se prohíba a sí misma despedir. Se equivoca Garamendi. La ministra de Trabajo no debe montar una empresa por la misma razón por la que no infiltramos a Margarita Robles en una operación de comando en Mariúpol. Tampoco ponemos a Miquel Iceta de extremo ofensivo en la selección aunque lo pida Luis Enrique. Conste que solo intento poner la lógica al servicio del diálogo social. Yolanda Díaz le ha respondido a Garamendi que lo que no puede ser es que se recurra a un ERTE «si la vocación de los empleadores es despedir». Pues tampoco, vicepresidenta. Si la vocación de los empleadores fuese despedir, los llamaríamos despedidores.
SMITH
Tras lo de los Oscar, las entradas del último espectáculo de Chris Rock han volado. Y pueden apostar a que ese hombre se va a hinchar a hacer chistes sobre lo ocurrido. Mientras tanto, todo apunta a que un ejército de agentes y abogados le han redactado a Will Smith una disculpa más sensata que la de la noche de autos. «Estoy avergonzado» y cosas así. A Jada Pinkett Smith, su mujer, la nota se la ha debido de dictar directamente Krishna: «Es tiempo de sanación y estoy lista». Repito: Chris Rock, todo risas y llenazos. La violencia, ya se ve, no soluciona nada.
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