El 13 de mayo de 1974, Felipe Uriarte estuvo a unos 350 metros de la cumbre del Everest. Hoy se cumple medio siglo de aquello. El pasaitarra afincado en Oñati rozó junto a su compañero y amigo, el alavés Ángel Rosen, la gloria de ascender ... a la cima de la montaña más alta del mundo. Ambos alpinistas eran miembros de la Tximist 74, la primera expedición vasca que emprendió la aventura de alcanzar los 8.848 metros. Subieron a la cota de 8.530.
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Integraron la histórica expedición 16 montañeros vascos: Felipe Uriarte (Pasai San Juan, 1944), Alfonso Alonso (Cosgaya, 1921), Juan Ignacio Lorente (Gasteiz, 1940), Luis María Sáez de Olazagoitia (Vitoria, 1943), Francisco Lusarreta (Donostia, 1927), Ángel Rosen (Biarritz y residente en Vitoria, 1942), Juan Carlos Fernández de (Vitoria), Txomin Uriarte (Bilbao), Julio Villar Gurrutxaga (Donostia, 1943), Ángel Landa Bidarte (Sestao, 1935), Luis Abalde Alzuart (Donostia, 1941), Ricardo Gallardo (Donostia, 1940), Juan Cortázar (Vitoria), Angel Lerma (Donostia), Rodolfo Kirch Ugarte (Donostia, 1940) y Fernando Larruquert Agirre (Irún, 1934). Ninguno tenía la experiencia de haber subido a más de 6.000 metros, pero afrontaron el reto con «mucha ilusión y ganas».
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El relato de Felipe Uriarte de aquella gran hazaña -«medio siglo después, y eso me parece que tiene un gran peso, al menos para mí»- resulta emocionante. El mendizale disfruta estos días de la tranquilidad en Gaintza (Navarra) tras haber estado tres semanas en Marruecos, donde a sus 80 años ha ascendido el monte Tubqal (4.167 metros). Entre los muchos recuerdos que conserva de aquel 13 de mayo de 1974 en su privilegiada cabeza destaca el sonido del viento en el Everest. «El viento, a más de 6.000 metros de altitud, es fino, muy fino. Muy diferente al que se puede sentir aquí, en Gaintza, a los pies de la Malloa. Aquí es más grueso. Allí, hermoso pero cortante. Y hay que tener cuidado porque te puede mostrar sus colmillos y, aunque quizá guarde un toque poético, puede ser malvado».
Mientras el montañero se traslada hasta aquellas gélidas jornadas de mayo de 1974 gracias al viento, subraya la estrecha y sólida relación que unía al grupo de 16 montañeros que emprendieron el viaje hasta Nepal para cumplir un sueño. «Éramos muy amigos y existía un gran respeto entre nosotros. Creo que esa era la base principal de nuestra relación como equipo. Respetábamos la forma de ser de cada uno de los integrantes y su opinión. Eso nos unió y ayudó a fortalecer el carácter de equipo. Éramos un grupo en el que la amistad, el respeto y la solidaridad cosían y daban forma al espíritu del equipo».
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Una foto de aquel equipo con todos sus integrantes sonrientes embarga de emoción a Felipe Uriarte. «Algunos ya no permanecen entre nosotros, pero viendo esta foto siento que están aquí». El repaso a los nombres y varias anécdotas de cada uno de los integrantes de aquella expedición despiertan buenos sentimientos al guipuzcoano, quien reconoce que «viajar hasta Nepal y organizar la expedición fue toda una aventura desde el primer momento. En mi caso, era la primera vez que cogía un avión y solo llegar hasta allí nos costó lo nuestro. Además, creo que teníamos un punto de inconsciencia, si bien en su justa medida porque unas gotas de inconsciencia están bien. Sin ellas, seguramente no lo habríamos hecho. Éramos un equipo y nos sentíamos capaces de conseguirlo. Eso, junto a los duros entrenamientos que realizamos, nos dio la fuerza necesaria para afrontar la aventura sin conceder demasiada importancia a todo lo demás».
Además de la preparación física, desde un año y medio antes «tuvimos que organizar todo: material, comida, permisos, transporte... Necesitamos dos años para planificar todo. Con anterioridad, Txomin Uriarte y yo estuvimos viajando durante un mes por Europa con el objetivo de recabar datos. Fuimos a Italia, Austria, Alemania, Francia... para visitar, entrevistarnos y recoger los testimonios de montañeros que ya habían estado en el Everest. Gracias a ellos aprendimos de primera mano todo lo que era necesario para subir al techo del mundo».
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Txomin y Felipe compartieron todas estas cuestiones y otras muchas con montañeros europeos. En aquella época no existía internet y no era fácil lograr información. «Existía algún libro publicado por John Hunt que relataba la primera ascensión exitosa al Everest, culminada por Edmund Hillary y Tenzing Norgay el 29 de mayo del 1953. Lo habíamos leído, pero carecíamos de toda la información que existe ahora. Por eso tuvimos que aprender qué era necesario para emprender un viaje así: desde lo más básico que necesitaríamos cada uno hasta la comida que era conveniente llevar, porque en aquella época no había nada en Katmandú».
Haber nacido en el seno de una familia que regentaba un restaurante de Pasai Donibane, hizo que a Felipe le encomendaran la labor de la organización y compra de alimentos, ardua donde las haya. «Me llevó muchas horas de trabajo, pensando los menús, así como qué llevar y cómo llevar desde aquí todo lo que necesitaba para una estancia tan larga un equipo de 16 personas. Hoy en día puedes llevar al Everest un petate de 30 kilos y adquirir el resto en Nepal».
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Hace 50 años las cosas eran muy diferentes. Uriarte recuerda que «en 1974 no existía en Euskal Herria ropa de calidad para subir al Everest. Hoy en día disponemos de marcas como Ternua o Astore. Entonces no existía ninguna de ellas. Recuerdo que había una empresa catalana, pero tampoco era muy buena y al final compramos la ropa, los sacos de dormir y las tiendas de campaña en Francia e Inglaterra».
Cuenta como anécdota que «nos llevamos hasta las escaleras. Se llamaban 'Sherpa' y las fabricaba una empresa catalana. Las enviamos meses antes junto al resto del material por barco hasta Bombay. Julio Villar y Txomin Uriarte viajaron a Bombay para encargarse de toda la infraestructura y la organización posterior necesaria para que ese material llegara hasta Nepal. Creo recordar que fueron necesarios dos o tres camiones para trasladar todo, atravesar la India y llegar a Katmandú. Ese viaje duró un mes».
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Tras la odisea de Villa y Txomin, el resto de integrantes de Tximist 74 llegaron a su punto de encuentro, Katmandú. Felipe recuerda aquel primer viaje mientras se dibuja una amplia sonrisa en su cara. «Katmandú era muy hermosa en aquella época, tranquila. Había poca gente, pocos coches. Apenas había luz eléctrica. Se lograba gracias a las lámparas de queroseno que daban un color amarillo, 'gozoa'. El ambiente que se respiraba entre los 'locos' que estaban por allí era muy bueno. Existía una atmósfera 'hippie' muy divertida. Conocimos un joven de América del Sur, de ascendencia vasca. Era un gran flautista».
Permanecieron en la capital de Nepal durante el proceso de aclimatación necesario, que se alargó durante varias semanas. Los montañeros vascos tenían claro cuál era su objetivo y se centraron en el ascenso, repasando cada detalle recogido de sus homólogos europeos. Para ello se trasladaron en avioneta desde Katmandú a Lukla. «En aquella época existía un pequeño aeropuerto con una pista de aterrizaje de tierra, en realidad de hierba, donde pastaban vacas, cabras, gallinas,... Por megafonía anunciaban la llegada de la avioneta y los lugareños comenzaban a retirar el ganado. La verdad, daba un poco de miedo. Por un lado, porque sorprendía que aquello fuera la zona de aterrizaje y fuéramos a bajar con la avioneta y además por ver el ganado dispersado y la gente retirándolo mientras intentábamos tomar tierra».
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Otro de los momentos que Felipe Uriarte no olvida de su primer viaje a Nepal fue con una sherpa. «Sentía gran admiración por los nepalíes. Despertaba en mí gran curiosidad y admiración que nacieran y vivieran a más de 4.000 metros de altitud. Eran muy fuertes tanto física como mentalmente». En el reparto de los paquetes que debía transportar cada uno, a Felipe le correspondió «una mujer que llevaba a su hijo en la espalda. No podía entender que aquella mujer debiera llevar mi petate de 25 kilos mientras cargaba también con su pequeño. Eso generó una tensión con el responsable del equipo de sherpas porque no entendía la razón por la que me negaba a darle mis cosas. Me recordó que ella necesitaba trabajar para sacar adelante a su hijo y yo debía permitirlo porque, de lo contrario, le negaba ese sueldo. Al final, después de debatirlo, tuve que darle el petate».
Uriarte reconoce que le costó tomar esa decisión y supuso un pequeño golpe. Desde la distancia temporal reconoce que «llegas a otra cultura y, aunque no lo entiendas, debes aceptar que viven y ven las cosas de otra manera».
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Una vez organizado todo el traslado con los sherpas, la expedición vasca emprendió el camino para lograr su objetivo: subir al Everest. Uriarte rememora aquel importante proceso, ya que nunca antes había subido a esa altitud. «Había estado en el Cervino, cumbre de 4.478, pero no sabía cómo me iba a encontrar a alturas superiores. No lo sabes hasta que estás allí». La ascensión a la montaña más alta del mundo se encontraba a otro nivel. «El campamento base estaba a 5.500 metros y para llegar hasta ese punto en buenas condiciones debíamos realizar diferentes ascensiones con el fin de aclimatarnos a permanecer a esa altura con menos oxigeno. Esa etapa del viaje fue muy bonita porque en la zona existen diferentes poblados hermosos que debíamos recorrer. Lo recuerdo con mucho cariño. Me atrajo desde el principio su cultura, religión, costumbres...», reconoce Uriarte.
A continuación llegó el momento de enfrentarse al gran reto. «Fue de gran ayuda todo lo que nos contaron porque, una vez allí, todo se cumplió. Me refiero a la dureza de la cascada del glaciar de Khumbu, la parte más expuesta de la expedición. Las grietas y los bloques de hielo inestables hacen de la cascada de hielo uno de los tramos más peligrosos de la ruta. Después toca el ascenso del Lhotse... Al final, a partir de los 8.000 metros se entra en la 'zona de la muerte', donde el cuerpo solo cuenta con dos o tres días de resistencia».
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Setenta y dos horas en las que Felipe Uriarte y Ángel Rosen tuvieron la oportunidad de cumplir su sueño, después de que el equipo liderado Juan Ignacio Lorente decidiera que fueran ellos los primeros en intentarlo. La meteorología se empeñó en oscurecer aquel gran día. «Era una oportunidad única para nosotros, pero también suponía una gran responsabilidad».
A pesar de todo, Uriarte y Rosen permanecieron en la tienda mientras «el viento soplaba con fuerza y comenzaba a nevar. Rosen, que tenía más experiencia que yo. me dijo: 'Venga, tenemos que empezar a bajar'». No era lo que Uriarte quería escuchar, pero sí lo más sensato.
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Ese primer intento dejó con la miel en los labios al montañero guipuzcoano y al alavés, que durmieron a escasos metros de la cumbre de la montaña más alta del mundo. «Ahí, a 8.500 metros, me di cuenta de que era frágil. En 1974 era joven. En tu interior crees que nada puede contigo, que nada puede romperte, que eres inmortal y que no te amilanas antes nada, pero en ese momento descubrí que una ligera nevada puede contigo».
A los pies de Balerdi, Uriarte habla de aquella hazaña como si fuera ayer, como un bonito recuerdo aunque no hollara el techo del mundo. «Debo reconocer que al principio sentía vergüenza. No dejaba de tener ese sentimiento porque pensaba en que habían confiado en nosotros y no pudo ser. Solo pasaba por mi mente cómo decir a un hombre como Gallardo, a Lorente, a Kirch, que no lo habíamos conseguido. No me veía capaz de hacerlo». Ese sentimiento cambió cuando llegaron al campamento. «Todos nos recibieron con los brazos abiertos. Todo fueron abrazos y sonrisas».
El espíritu de equipo imperaba entre los mendizales vascos a pesar de no haber culminado el objetivo. «De hecho, cuando llegamos a Katmandú solicitamos un nuevo permiso para llevar a cabo otro intento. En aquella época solo se realizaban dos ascensiones, una en mayo y otra en otoño. Era muy difícil conseguirlo. De hecho, nos concedieron un permiso para 1982, aunque lo intercambiamos con una expedición rusa que tenía permiso para 1980».
«Llegamos a Madrid después de un intenso viaje y nos esperaban en el aeropuerto nuestros familiares y amigos. Fueron en un autobús que organizó Juan Celaya. Estaba entre ellos mi abuela, Valentina Alegría Irigoien, que superaba los 80 años...».
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El empresario guipuzcoano afincado en Vitoria Juan Celaya, ya fallecido, financió la expedición a través de Tximist, el nombre de las pilas de la fábrica Cegasa. Felipe Uriarte no ha olvidado las palabras del industrial oñatiarra a los integrantes de la expedición. «Ya sabía que no ibais a subir porque sois todos 'unos mantas'. ¿Pero antes de venir habéis pedido el permiso para volver a subir? Volveremos a intentarlo».
La respuesta fue inmediata. «Le dijimos que ya habíamos solicitado permiso a pesar de que desconocíamos si Celaya iba a financiar la expedición o íbamos a tener suficiente dinero para realizar la expedición». Tras la cumbre de 1980, hubo un tercero en 1990. Uriarte es el único alpinista que participó en las tres expediciones vascas al Everest.
El pasaitarra participará en el homenaje que Ternua brindará a esa gran expedición Tximist hoy en Donostia. Uriarte asegura que «será un momento especial para el que estoy preparando lo que voy a decir porque tengo mucho que agradecer al Everest aunque no he tocado su cima. También a Tximist porque he llegado a ser lo que soy gracias a ese gran equipo y a ese proyecto. Y extiendo mi agradecimiento al pueblo porque hace pocos días un chófer del autobús de Legazpi me reconoció. Me emocioné. El Everest me enseñó mucho y me sigue dando mucho».
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