No hacen ruido, no gritan salvo que les pongan en un brete ni rechistan por lo que les toca. No son Celedón, pero sin ellos la fiesta tampoco podría funcionar. Más de 3.000 trabajadores sacan adelante cada día, entre bares, hospitales y comercios las ... labores que no pueden dejar de hacerse porque el aldeano de Zalduondo haya bajado de San Miguel.
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732 de ellos lo hacen en servicios básicos según el recuento elaborado por este periódico. Es el caso de las 100 personas que cada día mantienen las Urgencias en los hospitales de Txagorritxu y Santiago, los cerca de 200 agentes de la Policía Local que garantizan la seguridad en la ciudad o los 200 empleados de la brigada de limpieza que trabajan a destajo porque el rastro de kalimotxos, cervezas y copas no dejen el pavimento pegajoso.
Junto a ellos desempeñan también un papel importante los trabajadores del transporte público. 100 conductores y revisores mantienen el tranvía funcionando de continuo y otros 132 hacen lo propio con los autobuses de Tuvisa. A esos hay que sumar los profesionales de comercio y hostelería. Si se extrapolan los datos de establecimientos que maneja el Ayuntamiento en sus estudios sobre el comercio minorista, sólo el Casco Viejo y el Ensanche abiertos por completo pondrían sobre la mesa un ejército de casi 2.500 trabajadores dispuestos a servir tragos, dar de comer a los vitorianos y ofrecer productos en los escaparates de la ciudad. Y a estos que hay que sumar a todos los que siguen levantando la persiana en el resto de barrios de la ciudad.
Cada día esta 'legión de currelas' tienen ante sí tres retos: cumplir con su trabajo, no morir en el intento y, cuando se cumple la segunda premisa, disfrutar de su parte de fiestas de La Blanca.
EL CORREO ha charlado con cuatro de esos rostros anónimos que entre txarangas, pañuelos, katxis y una multitud de blusas y neskas sirven a los vitorianos durante estos días. Hacen su trabajo con gusto, pero sí que piden al resto una cosa: «sentido común» para facilitar su labor y hacer las fiestas más llevaderas a todos.
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Para Haizea Mendiola estas fiestas de La Blanca son sus primeras en la plantilla del tranvía. Antes trabajó en Tuvisa, pero cambió las ruedas por los raíles. El descanso en la plantilla de Euskotren es fundamental, así que este año Mendiola tiene que ir «un poco con el freno de mano». «Este año no se puede ir a tope. Pues nada, se sale un poquito y ya está».
En juego está la concentración, que es clave cuando uno lleva un tranvía... y más en fiestas. Hay más gente en la calle y eso requiere más atención. «Tienes que estar atenta a lo que hay en la vía, a la gente... La comunicación es constante», explica Mendiola.
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Mientras conduce uno de los convoyes, Mendiola es los ojos de Euskotren, de modo que hay que estar en permanente contacto. «Tienes que comunicar todo lo que ves. Por ejemplo, algunas cuadrillas se organizan en Angulema y a veces pues tienes que avisar a seguridad o a los que están en las paradas y pedirles que manden a alguien a este sitio o a este otro», señala.
En los momentos más intensos de fiestas se pueden montar en el tranvía hasta 6.000 pasajeros en una hora. Sin embargo, el silencio, los cascos y las llamadas con jefes se convierten en risas y en cánticos. «El ambiente estos días en el tranvía es festivo. Y se contagia. La gente canta, va alegre, se divierte... Se nota otra actitud», relata. A quienes visitan la ciudad -y a los que no, pero parecen turistas- les pide «sentido común» y lo concreta: «No quedarse dormido en las marquesinas, no mear... Son cosas que no son habituales, pero las he visto. Hay que tener educación y respeto».
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Isabel lleva 28 años trabajando en Emergencias Osakidetza hasta llegar a ser la directora territorial de esta división de la sanidad vasca, la responsable de desplegarse si se da cualquier incidencia. Sin embargo, en la Plaza de España, cuando conversa con este periódico, es otra doctora más, dispuesta a atender los contratiempos que se presenten. En Emergencias la alerta es total, porque no se sabe qué puede pasar. «Allí donde hay una actividad donde se vaya a congregar gente se pone un dispositivo», explica.
Urresti trabaja en fiestas, pese a todo, «con gusto». ¿Incluso cuando llega una llamada a las tres de la mañana? «Estamos concienciados de que es nuestro trabajo. Al final estamos aquí por vocación», responde.
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Para velar de todo lo que pasa, hay unas cinco personas que vigilan desde el Centro Coordinador de Emergencias en turnos de 12 horas más los hospitales de campaña que se montan sobre el terreno. «Emergencias es una organización pequeña dentro del gran ente de Osakidetza. Somos como una pequeña familia muy unida y que trabajamos todos por la gente. Es una tarea que nos gusta, es una ocupación social». Isabel Urresti coincide con Mendiola en su petición para la gente de «sentido común y respeto a los demás».
308 bares y restaurantes sirven comida y bebida a los vitorianos entre el Casco Viejo y el Ensanche. Casi todos abren durante estos días de fiestas.
100 personas en alerta para cualquier emergencia sanitaria. Entre Santiago y Txagorritxu cada día trabajan un centenar de profesionales para que las Urgencias estén operativas. A médicos y enfermeros hay que sumar celadores y personal de limpieza que también contribuye a que Osakidetza pueda atender las incidencias que se generan.
232 conductores, entre tranvía y autobuses de Tuvisa, acercan a la gente de casa al centro y viceversa. Los convoyes de Euskotren han llegado a transportar a más de 6.000 personas en las horas de mayor demanda.
La hostelería hace el agosto. Bares y restaurante aprovisionan durante estos días hasta diez veces el género que, de normal, reservan para abastecer a la clientela de comida y bebida.
A Edgar Valenzuela le basta un adjetivo para resumir su trabajo estos días: «duro». Los dos primeros días empezó su jornada laboral a las 9.00 horas. Un día terminó a las 5.00 del día siguiente y el otro echó la persiana a las 6.00. Así que no duda a la pregunta de qué es lo que peor lleva de La Blanca: «dormir poco».
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Para estos días, Valenzuela ha tirado de la familia para ampliar plantilla. Mientras charla con este periódico, su hijo vigila que todo el mundo esté atendido en la terraza de la plaza de España. Estos días, además, hay que acumular más barriles que nunca. Aquí, setenta, lo que obliga a «jugar al Tetris con el poco espacio que hay en los almacenes». La acumulación de género estos días es de «diez veces» lo que se tiene de 'stock' habitualmente.
Sobre la clientela, hace distinción entre los turistas, que «lo ven como novedad y les gustan las fiestas» y los vitorianos, que «están alegres, lo viven y asumen que deben hacer cola».
Al otro lado del escaparate de Sombreros Albero, Vanessa Trassierras echa cuentas con la calculadora. Los horarios de la tienda obligan a esta dependienta a cambiar la forma de vivir estos días. «Aprovecho un poquito las tardes. A la noche no me voy a la cama muy tarde porque a la mañana siguiente hay que estar bien» explica cuando tan solo hace unos minutos -a las 10.00 horas- que ha abierto.
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El producto estrella de la casa son las txapelas -«somos la tienda que más vende de las 12 de Sombreros Albero»- pero quienes les visitan simplemente se sorprenden «por ver una sombrerería».
A diferencia de otros negocios, para Sombreros Albero esta es una semana más. De hecho, la tienda es uno de los 266 comercios asociados a Gasteiz On que abre todo el mes. La Blanca no da para hacer el agosto porque el cliente principal, el vitoriano, «está de fiestas», así que al final «vendemos como una semana más». De ahí que tampoco se apueste por ampliar horarios o cambiar rutinas. La única novedad de estos días es el Celedón que cuelga del escaparate como si estuviese en la plaza de la Virgen Blanca. «Quitando eso, el resto sigue igual: no se cambia el stock que se oferta en tienda». Entre los visitantes de estos días, mucho turista nacional -«catalanes y gente del sur»- y franceses.
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