Una escalada con el jazz como bandera
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La visión de una gran montaña, cuya cumbre se difumina y desaparece entre las nubes, puede ser tan apabullante como inspiradora para quien aspira a escalarla. En el primer aspecto, la organización de un festival ha supuesto, evidentemente, la conquista de una cima que, ... según para quienes, llega a 'ochomil' o se queda en tres kilómetros. Pero vamos a lo positivo y a lo interesante: el cuarteto de Miguel Salvador basaba en el mundo de la escalada, picos más o menos míticos e incluso un homenaje a un perro heroico que salvó a muchos alpinistas en México.
Todas estas historias se contaron con un lenguaje contemporáneo, que traducido a la guitarra remitía a la estela de Bill Frisell, pero con destellos de elegancia a lo Cornell Dupree o de intención a lo Grant Green. Y con mucha música interiorizada y procesada para crear piezas personales de emoción y belleza. Y eso que a mí lo de los montes me gusta casi tanto como el fútbol. Pero la conexión va mucho más allá de la temática cuan do hablan las notas y no las palabras. Hicieron cumbre y colocaron la ikurriña.
En la plaza de toros Iradier Arena, de día y con menos de una tercera parte de la entrada, el arranque atmosférico y absorbente de la música de Borochov y su cuarteto no podía funcionar como debería. Sólo las mesas más cercanas a la tarima estaban ocupadas y lo cierto es que para cualquier artista resulta un tanto desalentador ese vacío. La profesionalidad siempre está ahí, pero la magia se desdibuja. Algo que no se tuvo en cuenta por parte de los responsables del coso. Fallo garrafal no haberlo llenado, aunque fuera con un oyente por mesa.
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No hay que caer en la trampa de las discusiones sobre las dimensiones de los recintos para el jazz, si el club es mejor que un local tan grande. Pero lo cierto es que la distancia no ayuda, digámoslo así. La voz de Itamar Borochov insufla un plus de emoción y un cierto aire world music y aromas de Sefarad y hasta de Al Andalus. O sus composiciones, como la creada durante el confinamiento, cuentan con una gran carga de lirismo y emotividad. El sonido neutro de su trompeta logra, no obstante, enganchar las fibras del miocardio. Faltan aquí juegos de dinámicas e intensidades, pese a algunos sobreagudos que resultan impagables. Pero la bandera no pasó del último campo base.
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Ramón Albertus
Había poca gente y sobraba luz diurna. Atlantic Bridge tampoco pudieron contar con la complicidad de la noche, pero aquí sí que se hizo cumbre y se colocaron varias banderas. Jazz en el ruedo, con una buena altura a la que escalar y a la que los oídos del respetable se acercaron con ese sonido hueco. Esto no quita para que unos grandes jazzistas desgranaran música de altura que, además, sirvió para romper los tópicos y las fronteras entre Europa y América. Pero la cumbre se heló: sin bises y sin Jorge Pardo.
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