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Hay una gran diferencia, sutilísima pero importantísima a la vez, entre una casa y un hogar. No tiene nada que ver con la calidad de la construcción, tampoco con la decoración y, bien visto, ni siquiera con las características físicas, tangibles, del espacio. La verdadera ... diferencia radica en algo mucho más íntimo, más profundo. El público del Festival de Jazz de Vitoria, que en esta tan atípica 44 edición ha abandonado su tradicional escenario del polideportivo de Mendizorroza para desembarcar en el Iradier Arena, comprobó ayer esto mismo, que cuando estrenas una nueva casa, por muy amplia que sea, por muy bien ubicada que esté, no se convierte automáticamente en tu hogar.
Para ser francos, las expectativas con esta mudanza forzosa que ha tenido que hacer este año el Jazz tras un año de ausencia, no eran en absoluto buenas. Fue un traslado muy a regañadientes. Sin embargo, la primera jornada del festival supuso una muy grata sorpresa para los más acérrimos seguidores de la cita musical, entre los que hubo una cierta unanimidad: el Iradier no suena, ni mucho menos, tan terrible como se esperaba.
José Miguel Nanclares es de esos seguidores del Festival de Jazz cuya fidelidad roza la devoción. «Creo que en estos 44 años habré fallado a un puñado de conciertos como mucho», apunta, con cierto orgullo. Y, sí, él es de los que no pudieron evitar arquear una ceja cuando se anunció la mudanza al Iradier. «Claro que, como muchos, estaba preocupado por cómo iba a sonar este sitio pero, de momento, no suena tan mal como pensaba», reconocía el aficionado tras el primer concierto de la mañana de esta edición, a cargo de la Escuela de Música Luis Arámburu en el que, por cierto, los muy entendidos alabaron «la profesionalidad» del trompeta Garai Pérez.
Los dos primeros conciertos de la jornada, en petit comité, sirvieron para testar esas primeras impresiones de los aficionados, siempre tan exigentes. El del Jazz es un público de costumbres. Y esta mudanza, tras 40 años en Mendizorroza (las primeras ediciones se celebraron en Landázuri), es un cambio que se antojaba muy indigesto para los incondicionales. «De verdad que esto era una incógnita, pero a mí me ha sorprendido lo bien que se escucha», destacaba Flora Murúa.
Las primeras impresiones de la mañana se mantuvieron intactas en los conciertos de la tarde-noche. «Se distinguen bien los instrumentos y el sonido no suena nada chillón, este es un año atípico y creo que, aunque tampoco hay un cartelón, hay que conformarse, la verdad es que me esperaba algo mucho peor», destacaba Javier Arrieta. A su lado, Juan Timiraos acusaba «mucha frialdad». «Se nota el trabajo de los técnicos, pero el sonido suena bajo, le falta color y profundidad», indicaba el (experto) aficionado. «Y hay mucha, demasiada, distancia entre el público y el escenario». No le faltaba razón a Juan. En efecto, la atmósfera sacramental que trataba de recrear Itamar Borochov distaba mucho de la estampa que mostraba ayer la zona del 'ruedo' del Iradier, algo desangelada
Los más puristas, los que tienen un oído 'gourmet', sí apreciaron defectos acústicos «evidentes». «Hay muchísimos rebotes», destacaron Julen Ortíz de Pinedo y Mónica Durán, en primerísima fila. «Es que este no es un espacio apropiado para la música y mucho menos para el jazz», observaron los melómanos. Sin embargo, desde el escenario, el saxo tenor Luis Larrubia percibió «muy buenas sensaciones». «Para las referencias que traíamos, que no eran nada buenas, nos hemos sentido muy a gusto, se nota que la organización se ha esmerado mucho con el equipo de sonido», destacó.
Y, sin embargo, decíamos, hay elementos que se escapan a los decibelios, a las amplitudes de onda, a lo mensurable y que hacen que muchos, los más fieles seguidores del Jazz añoraran ayer ese pabellón algo vetusto, algo démodé. «Estoy echando mucho de menos Mendizorroza», resolvía el arquitecto Patxi Cortázar, incondicional desde aquellas primerísimas citas en Landázuri. «Mendizorroza tenía algo que a este sitio no: muchos recuerdos asociados a ese espacio. Yal Iradier le falta calor». Calor de hogar.
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