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Después de cada canción tuvo que decir cuatro o cinco veces «thank you». Muchas veces intercalando el inglés con un «gracias», en un perfecto castellano. Cécile McLorin Salvant (Miami, 1989) lo volvió a hacer. Aunque tosiera en varias ocasiones de su actuación. La artista estadounidense, ... de origen haitiano y francés, le tiene tomada la medida al público del Festival de Jazz de Vitoria. En realidad, a cualquier audiencia que se precie como viene a demostrar su amplio calendario de compromisos.
La visita a la capital alavesa de ayer fue la cuarta de un cruce de caminos que se inició en 2013. Aquel año cantó un par de canciones en el polideportivo de Mendizorroza con el grupo de Jacky Terrason. Aquellos fogonazos hicieron que al siguiente año la organización apostara por su regreso al Teatro Principal. Colgó el cartel de 'no hay entradas'. Más tarde, en 2016 volvió a Mendi para cautivar a la audiencia. Su anterior visita fue en 2017 con el proyecto 'Woman to Woman'. Entre tanto ha ganado tres premios Grammys y cada lanzamiento acaba en el 'top' jazzero a nivel mundial.
Aunque muchos pensaban que la excusa de su nueva visita era 'Mélusine', el último disco publicado el año pasado. En realidad, el repertorio fue mucho más allá. Lo que quedó claro es que la artista se divierte y emociona cuando sube al escenario. Con una frescura incontestable. McLorin llevaba en la noche del viernes un vestido blanco, un collar con forma de corazón, anillos, pulseras y un reloj a juego. El mayor contraste eran sus zuecos dorados, aparte de la amalgama de tonos y colores de su voz.
En poco más de hora y media demostró que era capaz de montar un musical; cantar ópera; darle a la chanson francesa; eEntonar en occitano -aunque muchos pensaran que ese 'Dame Iseut' era portugués-; o arrancarse por Lole y Manuel ('Todo es de color'), Mercedes Sosa u Omara Portuondo ('Y tú que has hecho'), con una pronunciación perfecta. Esos guiños al castellano fueron habituales.
De hecho, en el inicio del recital McLorin dijo que le encantaba el idioma. «Estoy aprendiendo el castellano... desde veinte años. Soy muy lenta», comentó antes de arrancarse con 'Thundersclouds', una canción que mutaba hasta convertirse del inglés al francés hasta convertirse en una nana. Considerada como uno de los grandes faros de jazz vocal, McLorin logró esa complicidad que es tan difícil lograr ante un polideportivo con buena entrada -con algunos rebotes de sonido en los laterales más cercanos- y se metió en el bolsillo al público con esa teatralidad que refuerza el mensaje de sus temas. La complicidad con el pianista Sullivan Fortner, el bajista Yasushi Nakamura y el batería Kyle Poole dejaba claro de primeras que no hacía falta mucho más para coser un gran directo sin ser efectista.
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No faltaron 'standars' abrillantados por su amplio registro vocal como 'My funny valentine'. ¿Ni la de Chet Baker ni la de Sinatra son palabras mayores a su lado? Ahí queda el interrogante. De igual forma canciones como 'Obligation', una canción suya con el batería en trance y en la que se evidencia su capacidad como letrista («What happens when the foundation of a relationship is guilt, not love?», algo así como 'qué ocurre cuando lo que fundamenta una relación es la culpa y no el amor'), que forma parte del disco 'Ghost song'. Se escucha entre el público «joder», «cómo es posible» ante el virtuosismo de la escena.
Esa sensación de incredulidad, además, tuvo su punto álgido en el cierre. En visitas anteriores tenía acostumbrado al público a 'Alfonsina y el mar'. En esta ocasión entonó 'Gracias a la vida', junto al piano y sumando a la banda en una de esas versiones que emocionan capaces de emocionar hasta la lágrima a más de uno. Gracias, McLorin, por la vuelta. Ese era el comentario que flotaba en el aire a las once y media de la noche.
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