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Josu Olarte
Viernes, 12 de julio 2019, 08:17
Hay artistas que tratan de perpetuarse recalentando un plato cocinado con la misma receta (pongamos Liam Gallagher) y otros que mantienen su vigencia cuestionando la industria y una trayectoria propia que buscan nuevas vías de expresión. En ese perfil encaja su coetáneo Thom Yorke que ... regresaba al BBK Live, siete años después de aquel masivo concierto con Radiohead, de sonoridades saturadas y no exento de riesgo pero que supieron llegar a buen puerto.
Que el Yorke que el jueves regresaba a Kobetamendi estaba en otra onda pudo apreciarse al momento. Tanto en lo físico (misma mirada estrábica pero más envejecido) como en su planteamiento estético y musical que, en su actual encarnación reducida descansa en los sugerentes visuales de artista Tarik Barri y el destierro casi por completo de las guitarras y el enfoque post rock, el favor de los trance de ritmos binarios secuenciados por el productor e instrumentista Nigel Goldrich, (ligado al líder de Radiohead desde mediados de los 90) y el chamánico Yorke, cuya voz celestial y expresiva sigue mediatizando todo lo que hace.
Entre rescates de proyectos paralelos como Atoms for Peace (junto a Chilli Pepper Flea) Thom Yorke viene repasando en directo el repertorio de sus tres discos solitas, desde el primerizo y brillante Eraser (06) hasta el reciente, conceptualy poco escuchado 'Anima', moldeado casi como banda sonora de una sociedad orweliana alienada y vaciada de emociones. Un material que en disco derrota hacia lo climático, más lo sensorial que a lo físico, haciendo equilibrios entre la belleza melancólica y las visiones más oscuras e inquietantes del mundo moderno. Sin embargo, en sus conciertos Yorke parece haber querido desterrar la supuesta frialdad de la reválida solista que da nombre a su proyecto Tomorrow's Modern Boxes, configurando sus conciertos como sets de electrónica live mix, sin pausas entre canciones y entregado más al ritmo digital clubber que a cualquier suerte de estructura rock.
Atmosférica y algo tenebrosa resultó la obertura de su revalida Interference antes que Yorke incitara al baile a su manera un tanto angustiosa, mental y metafísica de entender el hedonismo. El personal que asistía con más desconcierto que apreturas en el segundo escenario del BBK Live (muy lejos de estar lleno) pareció reaccionar en los rescates de su debut solista. Primero Black Swan, con su amago de beatbox, ritmos quebrados bajo galopante del propio Thom que musitó un eskerrik asko y después The Clock, que dramatizadas por su angelical falsete, fueron lo más parecido a un hit y los temas mejor recibidos de la velada. Completando la mezcla entre ambos secuenció Yorke el emocionante dramatismo de Harrowdown Hill (tambien de su debut) y el soul paranoico y rítmicamente abstracto de Pink Section y Nose Grows Some, que sugirió conexiones con el Bowie tardío, pesimista y elegíaco de Black Star.
Potenciando la experiencia sensorial no fue asunto menor el impresionismo digital de los visuales abstractos y lisérgicos de Tarik Barri con erupciones abstractas de lava, lasers geométricos y bulbos psicodélicos. El Yorke malencólico depresivo y apocalíptico reapareció interprendo al piano el mantra de Down Chorus, pero, a lo mejor consciente del marco festivalero, los bits cartárquicos subieron ligando con el drum n bass y el Uk Garage en Not The News, Traffic, Twist, todas ellas parte del corto 'Anima' de cinaste Paul Thomas Anderson, que no quisieron rescatar en las pantallas.
Filtradas entre ellas, con planos sonoros angulares y ritmos del electrónica minimal, balanceado con melodías de voz entre flotante y catárquica rescató York la dramática Has Ended, (del su banda sonora para la banda sonora de terror psicológico Suspiria) la tenebrosa Truth Ray, cuyo rayo de maldad bloqueante provoco en Yorke un baile desatado, extemporáneo y sorprendente que pareció sugerir que, más allá de la respuesta contenida del personal, él parece disfrutar mucho más que con los últimos Radiohead.
Ritmos binanarios con bits más acentuados marcaron la última parte con algun pasaje de su proyecto Atoms For Peace (Default), cuyo tema homónimo (de su debut Eraser) rescató en el climax final con luces cegadoras, patrones digitales catatónicos y lirica descorazonadora sobre un mundo opresivo (Se me fue la cabeza y por un momento me sentí completamente libre, pobre chico nada es tan fácil...). Un epílogo epidérmico tras el que Yorke se despidió con un Gabon, animando a disfrutar del festival y dejando tras las reverencias la sensación de que, liberado de ataduras, el panorama al margen de su banda, le resulta al de Oxford mas motivante y sugerente.
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