Bilbao BBK Live 2023
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Bilbao BBK Live 2023
Arctic Monkeys reúnen a una de las mayores multitudes de la historia del Bilbao BBK LiveCuarenta minutos antes de que empezase el concierto de Arctic Monkeys, en la explanada de delante del escenario principal ya no cabía ni un alfiler. Pero, por supuesto, en ese rato entraron allí alfileres, costureros y talleres de sastrería completos: aquello que estudiamos en el ... instituto de la impenetrabilidad de los cuerpos queda abolido cuando hablamos de unas estrellas globales como la banda británica. El público aplicó otro principio básico de la física, en este caso de la física de andar por casa: donde caben dos, caben tres; donde caben tres, caben treinta. Lo de anoche fue una muchedumbre, una masa humana inabarcable y apretadísima, quizá (eso resulta difícil estimarlo desde dentro) el público más numeroso que se ha concentrado para ver un concierto en la historia del Bilbao BBK Live.
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Carlos Benito
Resulta curioso que, en estos tiempos en los que la palabra rock está tan poco de moda, sea precisamente una banda del género la que reúne a tal enormidad de gente. Y no una banda cualquiera, sino una banda que bebe a grandes tragos de la iconografía y la actitud del rock de los 70. El cantante, guitarrista y líder cada vez más absoluto de los Monkeys, Alex Turner, viene a ser el eslabón actual de una larga cadena de 'rock stars' y reproduce gestos y modos de eficacia probada. Salió a escena con sus pintas antiguas (traje, camisa desabotonada por arriba y con las solapas por fuera, gafas oscuras, peinado 'vintage') y parecía recién escapado de algún grupo de hace medio siglo: su imagen en la pantalla circular del fondo del escenario, una especie de ojo de buey que centraba la escenografía, se veía como una grabación de archivo de una tele de los 70, con efectos psicodélicos y todo. Podríamos hablar de Scott Walker y gente así, pero, si lo trasladamos a España y lo ponemos en un cartel triple con Nino Bravo y Camilo Sesto, nuestro hombre no desentona.
Y, además, completa la impresión con poses de la eterna escuela del rock: apoya el pie en el monitor, se inclina con el micro, hace gestos de predicador (en plan 'tengo algo que deciros'), extiende el brazo hacia el público, frunce los labios, gira la guitarra, incluso se arrodilla en el límite del escenario. Lo que no hace es hablar mucho, más allá de frases brevísimas de agradecimiento y algún 'Bilbao' canturreado: es un 'frontman' dominador que conoce el valor del distanciamiento y que, digámoslo, está sobrado de facultades vocales.
El debate que rodea a los Arctic Monkeys de ahora mismo se centra en su evolución: de la efervescencia de antaño han pasado a los arreglos suntuosos (en directo faltan las cuerdas), el soul elegante y la vocación 'crooner' de su último álbum, 'The Car', y eso les obliga a, en fin, cambiar bruscamente de marchas entre material de distintas épocas. Con sus cuatro músicos de apoyo, empezaron sin miedo con 'Sculptures Of Anything Goes', una de las canciones del último más alejadas de su rollo original. Está claro que el concierto fue un éxito, un exitazo, pero resulta difícil valorar hasta qué punto el público habría preferido otro setlist. Lógicamente, cada tema acelerado que caía desencadenaba la locura: ya con el segundo, 'Brianstorm', con una auténtica exhibición del batería Matt Helders, hubo baile desenfrenado y se corearon lololós, y eso se repetiría con canciones como 'The View From The Afternoon' o ese final de los bises que algunos vivieron como un sueño, con unos garajeros 'I Bet You Look Good On The Dancefloor' y 'R U Mine?'. Pero también se festejaron con entusiasmo momentos no tan espídicos (sobre todo, el juguetón 'Fluorescent Adolescent'), así que a lo mejor la cuestión no es simplemente la intensidad: quizá sea solo que los Monkeys, el grupo que nos enseñó que 'ártico' en inglés lleva una segunda ce, han alcanzado ya ese momento en el que resulta difícil equiparar el nuevo material con las canciones que juegan con la ventaja de la nostalgia.
Los 70 se hicieron especialmente presentes en algunos momentos. La influencia de Bowie, en particular, era insoslayable en temas como 'Four Out Of Five', 'Cornerstone' (uno de los mejores de la noche) o, sobre todo, 'Body Paint', del último, que evidencia un cercano parentesco genético entre los monos árticos y las arañas de Marte. En 'Arabella', llevaron el referente de Black Sabbath hasta el punto de esbozar el riff de 'War Pigs' justo al final. Una peculiaridad del concierto fue que las lentas se escuchaban mucho mejor, nítidas y perfectas, por el sencillo hecho de que el público se dejaba de gritos y coros y se dedicaba a escuchar (la quietud fue llamativa, por ejemplo, en 'There'd Better Be A Mirrorball', otra del último, con la que empezó a brillar la bola de espejos colgada sobre el escenario), pero dicen quienes estaban más alejados de la masa que el sonido fue perfecto en todo momento.
Lo que quedó clarísimo es que, para muchos integrantes de esa asombrosa muchedumbre, las canciones de los Monkeys constituyen un tesoro emocional. Acabaron 'Do I Wanna Know' y un chico dijo, anonadado: «Pues solo con esto ya me valdría». Empezaron 'Mardy Bum' y una adolescente lo celebró: «¡Mi favorita, pensaba que no la iban a tocar!». ¿Y el oyente desapasionado, ajeno a ese vínculo emocional con la banda, qué diablos dice? Pues que la última del lote antes de los bises, 'Body Paint', quedó soberbia, es magnífica y merece incorporarse ya mismo a ese repertorio sentimental para el futuro. Y también que menos mal que no tocaron todos los clásicos en cadena, porque había ahí demasiados alfileres para tanto meneo.
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