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Siempre existen dimensiones nuevas por descubrir en la cultura y el arte; unas cuantas se encuentran en el ámbito pictórico protagonizado por los hijos naturales del valle de Ayala desde mediados del siglo XIX. Desde entonces hasta la actualidad más contemporánea, asoma una nómina quizá ... no muy abrumadora pero desde luego bastante interesante de artistas que han sabido plasmar sabiduría y buen hacer con los pinceles. Así el nombre ya prestigiado de Joaquín Bárbara y Balza, con su biografía y enorme talento puestos al día, pero quedan todavía por aflorar firmas brillantísimas como las de Eusebio Pérez Valluerca o Julián Perea Landaburu, entre otras, por ejemplo, autoridades con galardones y premios en su época en las Exposiciones madrileñas de Bellas Artes. Y en estas últimas décadas, entre paisanos y vida cotidiana, como si no, sin darnos casi cuenta, conviven en este entorno otros muchos protagonistas con recorrido señalado.
La Cofradía del Señor San Roque está ahí al quite, agregando valor patrimonial a sus actuaciones, recordándonos desde hace tiempo algunos de los más cualificados representantes pictóricos de la comarca. Así esas 'Miradas reencontradas', exposiciones y publicación que compendian distintas personalidades artísticas, siendo una de ellas la del pintor Antonio Aldama Tejada, que nos abandonó el 13 de julio, a la edad de 88 años. Había nacido en Llodio en 1934.
Fue Antonio Aldama un pintor que comenzó a descollar durante la década de los setenta del pasado siglo, quizá tardíamente, pero con escrupuloso tino y consistencia en muestras individuales y colectivas tanto en Álava como en Bizkaia. También con incursiones exitosas en otras plazas. Participaciones que le granjearon credibilidad y respeto manteniéndose fiel a unas directrices estables, a un modo de hacer clásico pero honrado a la hora de concebir la pintura de paisaje, género predilecto en sus labores. Nada teórico ni de elaboradas reflexiones, lo suyo era pintar. Simple y llanamente. Cohesionando así un estilo, sin conflicto de tendencias. Sin excesos.
Con la licencia de la pintura, se imbricó Antonio Aldama en lo suyo, retándose a sí mismo. Desde sus primeros tiempos hasta los más recientes, ya octogenario. Felizmente, sin prisas, avanzando, siempre a su aire, en el mejor sentido; los compromisos y las ataduras, bajo mínimos. Aplausos y lisonjas, sí, pero sin distraerlo. Eso entonces; en el discurso pictórico, en la intimidad de sus quehaceres delante del lienzo frente a la naturaleza, halló la correspondencia más plena. Respetando el orden natural de las cosas desde la emoción propia del acto de pintar. Y encontró sus verdaderas afinidades estilísticas y espirituales de las que nunca tuvo que claudicar.
Pintor de oficio y de mesura, acertó el llodiano Antonio Aldama a plasmar una trayectoria a partir de un soporte con el paisaje real, de equilibrios pictóricos con el dibujo y el color. Por eso, por esa capacidad tranquila para observar y representar la realidad, con eficacia y sin complicaciones, su recuerdo a partir de ahora será sobrio, pero bastante considerado. Ser sujeto de consideración en estos tiempos supone ya todo un logro. Así, los cuadros de este pintor. Representación pura y directa, recreada, de una realidad con valores permanentes.
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