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iñigo crespo | igor martin (fotografía)
Miércoles, 1 de diciembre 2021
La saga de los Rabasco Barajuen encarna la evolución de las áreas de producción de Álava. La pollería de Magdalena Campo en el antiguo mercado de los Fueros fue el sostén de sus tres hijos cuando su marido falleció en un accidente de aviación. Entre ellos estaba Manuel Rabasco, que 'heredó' la pollería y la trasladó a Abastos, donde despacha junto con su hijo Manuel. La cadena se la 'saltó' su otro hijo, Roberto, ingeniero informático y fundador de una startup para divulgar investigaciones científicas. La base de operaciones de Orvium lleva tres años en el Parque Tecnológico, en el semillero de BicAraba, donde observa un «enorme» margen de crecimiento.
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Steve Jobs y su tocayo Wozniak jamás crearon Apple en un garaje de Los Altos, en California. Fue una leyenda urbana que nació de una fotografía fuera de contexto, que alimentó durante años el romanticismo y la supuesta humildad de una de las empresas más poderosas del mundo. Pero la tecnología y las startups son un terreno de lo más fértil para esas historias rocambolescas. Ya saben, esas escenas cotidianas en las que estalla una especie de big bang con una revolucionaria idea informática. Lo sabe bien Roberto Rabasco (Vitoria, 1984), que puso el germen de Orvium casi por casualidad en la cervecería de Paulaner en Múnich.
El principal objetivo de aquel encuentro fortuito con Antonio Romero, a quien conocía de la universidad, y Manuel Martín, amigo del anterior, era mucho más trivial y obvio. Pero de la misma forma que la cebada (en este caso el trigo) y el lúpulo ayudan a muchos a creer que arreglan el mundo, en aquella primera reunión se abordaron los problemas que tenían los científicos para divulgar sus investigaciones (¿quién no ha tenido esa conversación en un bar?). Las ideas, el software y los contactos hicieron el resto. Orvium es hoy una plataforma que conecta a los investigadores con revistas científicas y universidades de todo el mundo desde su sede en el Parque Tecnológico de Miñano. El sistema permite a los medios especializados validar y seleccionar los artículos que le interesen para incluirlos en sus publicaciones.
Ese es el resumen sencillo y tangible de lo que hacen Roberto y su empresa, que ha crecido de tres a diez empleados desde que se estableció en el semillero de BIC Araba en 2018. En el mundillo científico, sin embargo, tiene un papel más complejo. Orvium es la primera spin-off española de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN). Se trata de uno de los laboratorios de investigación más importantes del mundo, con sede en Suiza, y que ofrece sus hallazgos en abierto y sin restricciones. La startup de Miñano sería algo así como una de sus muletas en España. De los tres jóvenes que fundaron la empresa, sólo Roberto era alavés, pero convenció a sus amigos por las facilidades que le ofrecía el Parque Tecnológico del territorio. Tampoco había punto de comparación entre los «15 minutos» que tarda desde casa al trabajo en comparación con las «horas perdidas» en el metro de Londres, donde pasó buena parte de su carrera profesional.
Al margen de la capital inglesa, Roberto trabajó en Darmstadt (Alemania) para Lantek y a buen seguro habría protagonizado una nueva fuga de talento alavés si no fuera por la apuesta de Miñano por las startups. Ahora ve con «ilusión» las expectativas de crecimiento del Parque Tecnológico para la factoría de baterías, cita algunas empresas con las que mantiene una colaboración estrecha en el ecosistema del norte de Vitoria, e invita a cualquier emprendedor con una idea novedosa a dar el salto. «Soy consciente de las dificultades, pero el vértigo que sientes es similar al de cualquier otra empresa. El margen de crecimiento es enorme. Hay que lanzarse», invita Roberto.
Pero aquella reunión en la cervecería de la capital bávara no es el único componente 'milagroso' de la historia. El padre de Roberto, Manuel, fantaseaba con que su hijo se decantara por la Medicina al comprobar que su expediente académico era intachable. «Le decía que se hiciera cirujano plástico para ver si me ponía una nariz nueva», bromea el progenitor. Pero a Roberto le interesaban más los libros de informática de su hermano, también Manuel. Es probable que le atrajeran incluso más que a su propietario original. El caso es que la fiebre por los bytes le duró poco al mayor de los Rabasco Barajuen, quien se decantó por seguir el negocio familiar en el mercado de Abastos.
La pollería Magda, regentada ahora entre padre y primogénito, existe casi desde tiempos inmemoriales. Al menos, porque ninguno de los familiares es capaz de precisarlo. Lo abrió la abuela de Roberto, Magdalena Campo, cuando el mercado estaba en los Fueros. Lo hizo para sacar adelante a sus tres hijos después de que su marido, también Manuel, perdiera la vida en un accidente de aviación. Aquel golpe, de la forma más inesperada y trágica, marcó el destino de la familia. El puesto en el mercado ha sido su seña de identidad desde entonces, de ahí que conserve su nombre al menos seis décadas después.
Manuel Rabasco padre sigue al pie del cañón a sus 80 años y cobra media pensión. No es que no se fíe de su hijo o que necesite ayuda constante, sino que le gusta la «labor de relaciones públicas». En otras palabras, le pierde estar en la plaza y ver lo que se cuece. No se puede dejar de golpe el trabajo de toda una vida (en concreto, desde 1958) y 17 años de presidente de comerciantes.
Además, le resulta «menos sacrificado que una carnicería o una pescadería», como las que tiene a su alrededor. Desde la reforma de la plaza de Abastos, su vínculo con el mercado es aún mayor.
El nacimiento de la startup de Miñano, sin embargo, es el primer 'desmarque' del comercio que surge en la familia. Es más, la madre de Magda también despachaba antes en Portal del Rey. La diversificación de Roberto, en este sentido, encarna la transformación de Vitoria y Álava de la venta de la agricultura y ganadería a la industria más tecnológica. A menor escala, ese mismo cambio también se percibe en los puestos de trabajo de Roberto y su padre.
Detrás del impecable mostrador de la pollería hay un tablón con un sinfín de teléfonos (algunos de ellos fijos), de repartidores, distribuidores, clientes y productores. Hay un San Pancracio, un pollo de goma que fue un regalo, el logo de los Pollos Hermanos de la serie Breaking Bad y, en el lado interior de la puerta, un folio con una frase atribuida a Abraham Lincoln: «Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo», que intenta aplicar en el mercado. Todo tiene soporte físico. La sede de Orvium es mucho más etérea. Hay una decena de pantallas de ordenador, un altavoz de broma, gominolas, una cafetera de cápsulas y una impresora. Pero no hay un solo folio a la vista. Todo debe de estar almacenado en nubes.
Y eso que estaba acostumbrado a instalar juegos con disquetes en la prehistoria informática, o armarse de paciencia para que el primer ordenador que tuvo en la ESO, un AMD 100MHz, acabara sus sencillos procesos. Aquella carraca se ruborizaría con la posibilidad de convocar para la misma fotografía a su madre, Julia Barajuen, y su abuela materna, Ascensión Vidal, que estaban en Zamora. También posa su sobrino, hijo de Manuel, nieto de Manuel y bisnieto de Manuel, que, contra todo pronóstico, se llama Eneko.
Para que se 'rompa' la cadena de los Manueles por lo alto del árbol genealógico hay que remontarse a Melquíades Rabasco Landa, bisabuelo de Roberto. De él se sabe que fue capitán de la Guardia Civil en Álava, y que su sable hacía las delicias de sus nietos y las visitas de los más cercanos a casa. Se retiró en diciembre de 1934 al cumplir la edad de jubilación. Poco queda de aquella Vitoria previa al desembarco de la industria y de la explosión demográfica. De hecho, Manuel Rabasco, padre de Roberto, siente cierta añoranza de la época en que «se conocían todos» y «te sentías más seguro». Pero también le gusta vivir en la Vitoria actual, aunque la Zarzuela se haya pasado un poco de moda, no repongan westerns en el cine y donde su hijo, quién sabe, quizás le cree una aplicación para llevar la cuenta de los pedidos de la pollería.
Con ella empezó todo. Magdalena Campo abrió una pollería en el viejo mercado de Fueros para sacar adelante a la familia después de que su marido falleciera en un accidente de aviación. En la imagen le acompaña su hijo pequeño, Jorge. A ella le siguieron su hijo Manuel, y su nieto, del mismo nombre. La pollería que regentan hoy en Abastos lleva el nombre de Magda en su honor.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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